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Esa noche llamada muerte

lunes 5 de septiembre de 2016
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“Esa noche llamada muerte”, de José Tomás Angola“Contra lo oscuro, fracasa el Yo”.
Rilke

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La muerte habla desde un relato. La narrativa de la noche es un tratado sobre los signos que fabrican las sombras: el miedo —ese “cursus” literario— se presenta como un designio. José Tomás Angola estimula la lectura que se activa como un cerco temático, como una caja de resonancia que ha invadido todos los rincones de un país.

En Esa noche llamada muerte (Libros de El Nacional, colección “Letra portátil”, Caracas, 2013), el lector es un resumen de esas muertes, de las tantas que han sido vaciadas en este libro de cuentos con personajes de la historia universal y de nuestra cotidianidad venezolana por lo que significan, por lo que son como objetos propios de un lugar en el que quien escribe y lee forma parte de un destino ya remoto —metáfora o mito— o cercanamente cierto.

La noche, lo “oscuro”, deshace, es un hábito en el que opera el fracaso, la gracia de vivir entre el ánimo de ser y el principio del fin: la muerte es la única noche que no amanece. Es la única noche que no tiene ego.

La muerte narra, cuenta su aventura nocturna en cuarenta historias en las que la tragedia de nuestra más próxima realidad nos tiene como presas. Vivimos pendientes de la muerte. Andamos de muerte viva en cada paso. Las grandes urbes e inclusive los poblados y campos del país han sido invadidos por eso que Eugenio Trías (Diccionario del espíritu, Editorial Planeta, Barcelona, España, 1996) califica como “naturaleza de pasaje”, en cuanto en tanto “algo pasa, se pasa o se traspasa a través de ese acontecer que se supone definitivo”.

Pero la muerte que toca este libro de José Tomás Angola es el de la muerte violenta, el de la muerte que sigilosa o sorpresivamente llega al personaje y lo borra de la historia. Sin obviar la violencia de alguna patología fulminante o lentamente podadora de la existencia. Es la muerte como episteme, como estudio que se relata inminente, por la gravedad del tono, por el humor —inclusive— que connota ser asesinado en medio de una fiesta, en un velorio o en un jolgorio póstumo.

Podríamos hablar de muertes anónimas o de muertes egregias, correlato de un estadio social que no ha parado de contarse, porque a diario un país —el país— es el formato perfecto para cometer un crimen. O para ser presa de un disparo o de una cuchillada.

La muerte en nombres que aún viven en la imagen del momento de ser asesinados. ¿Quién no recuerda o ha visto el instante de los disparos contra el presidente Kennedy o no ha sentido las puñaladas que recibió Julio César de mano de Brutus o los balazos en el pecho de Piar ordenados por Bolívar?

La muerte viajera. Pasajera, instantánea, personaje obligado en todos los géneros de la creación.

La muerte habla desde un hueco en la sien. Desde la llaga del cáncer. Desde la sombra que proyecta un cuerpo caído. Ser asesinado por mano ajena es una suerte de conocimiento instantáneo. Morir por mano propia es una narrativa reflexionada, un sintagma elaborado como última terapia.

 

2

Esa noche llamada muerte está dividido en dos instancias: “Necrologías mínimas. Cuentos para dormir niños” y “Exequias de vecino”. La primera podría ser definida como el de la muerte pública, conocida, famosa, “pedagógica” o libresca por el grado de conocimiento cultural de quien nos da a conocer el final de personajes que han jugado papel relevante en la historia universal.

José Tomás Angola Heredia (…) se ha topado con la muerte en medio de una noche que le permitió despejar el pasado de quienes nos revelaron sus tragedias, pero también contarnos las historias de “muertes tan diversas”.

La muerte de Dios, María Antonieta, Ofelia y Polonio (personajes de Hamlet), Juana de Arco, Piar, García Lorca, Arnulfo Romero, Adán, Pushkin, Cleopatra, Eva Perón, el Cid, Stalin, Luisa Cáceres, Mozart, Eva Braun y Cristo. Ellos representan la muerte en singular, la muerte en nombre propio conocido, la muerte del que forma parte de los libros. Esa noche sigue abierta cada vez que la leemos. Ya somos parte de ella en la lectura de su versión definitiva.

La segunda parte es la de quienes han sido limitados a la página diaria de la fuente de sucesos. Es la muerte cotidianamente anónima por muy destacado que aparezca el nombre de la víctima en la última página. Es la muerte propaganda. Es la noche y sus costumbres violentas. Es la muerte nuestra, la de nuestro tiempo. Nuestra muerte. La que nos podría ocurrir. La que sigue ocurriendo porque es un presente continuum.

El tiempo que vivimos nos acomoda a lo señalado por Michel de Montaigne: “De nada me informo con mayor interés que de la muerte de los hombres. Si fuera creador de libros, haría un registro comentado de muertes tan diversas”.

José Tomás Angola Heredia lo ha hecho en cuarenta instantes. Se ha topado con la muerte en medio de una noche que le permitió despejar el pasado de quienes nos revelaron sus tragedias, pero también contarnos las historias de “muertes tan diversas” en el hoy que nos toca. En este sentido, la muerte también es parte de la “gracia” de vivir, es parte del humor que convida ese viaje sin retorno.

A manera de ilustración, el primer relato, un minicuento de este libro que atrapa desde la muerte a los vivos que se acercan a él:

Gott is tot

Ayer sacaron a Dios del mar. Era un cadáver de rostro hinchado. Quién sabe cómo llegó a ser catafalco esta alfombra salada, pero la verdad es que era Dios. Un movimiento no calculado, la torpeza de trastabillar y Dios cae como un fardo en las aguas intrigantes del mar.

Nadie explica si murió en la caída o se ahogó entre los peces idiotas. La muerte le sobrevino serena, dado que aún sus labios, los labios de Dios, sonreían. Nos queda la pregunta del empleo vacante; del oficio de gobernar el universo; de quién se hará cargo de la gerencia de las almas; del asunto de la justicia eterna; sobre la pena que el mar recibirá por asesinar; si fue premeditación o acaso alevosía. El cadáver, mientras tanto, yace con barba y calva en la orilla de una playa pegajosa y un oficial de la ley, vencido por la burocracia, escribe su informe… crimen pasional.

Alberto Hernández

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