
1
Lawrence Breavman podría ser Leonard Cohen. Es y no es. Se mueve entre capítulos. Aparece y desaparece. Entonces El juego favorito (The favourite game), su novela más celebrada, publicada por la Editorial Fundamentos en la colección Espiral (Caracas, Madrid, 1964), se me ocurre una narración colmena. Una novela en la que personajes, situaciones y escenografías se mueven al ritmo de los diálogos, al mismo ritmo de la disipación del personaje central quien tiene como confidente a Krantz, con quien ha vivido callejeramente la vida.
Colmena porque el narrador crea distintos estancos donde ubica situaciones variables.
Como abeja narrativa, hace como Cassius Clay: pica y se aleja. Cuenta y descuenta. Relata y abandona el relato para tomar otro o retomar el mismo con diferente atmósfera.
Breavman es una suerte de desastre en dos pies. No halla en qué lugar estar. De fracaso en fracaso, luego de salir de la escuela e ingresar en la universidad, es acogido por la ciudad de Nueva York mientras mantiene su memoria en Montreal. Es un personaje hormiga. Acumula, gasta, desmantela, viaja, se detiene, entra y sale. Se tira a todas las mujeres que quiere pero no logra establecerse con ninguna.
Leonard Cohen escribe de largo con pausas donde el tiempo y el espacio son parte del juego. Respira y deja de respirar. El lector lee al mismo ritmo de la respiración del narrador. Y también reposa. A veces se pierde el ritmo y hasta el sentido porque el personaje así lo exige. Vive en una colmena, no hay disciplina que lo atrape: es la vida de una época en la que la juventud trata de explicarse como tal. Encontrarse en su confusión.
Canadá parece una provincia. Y Nueva York es el centro del universo.
Casi trescientas páginas por las que se cruzan las diversas rutas de una historia que le advierten al lector de la presencia de un autor que se flagela o se celebra como personaje de ficción.
Es una novela hippie, psicodélica, adosada a la modernidad que está a punto de reventarle en la cara al mundo aún en guerra. Es una historia muy norteamericana por aquello de seguir el ejemplo de un John Dos Passos, aquel De brillante porvenir (Most likely to Succeed) donde la técnica se convierte en un experimento, en el que los montajes revelan una posible película. Pues bien, El juego favorito pudo haber sido un probable borrador para una película que algún anónimo pensó o ya se proyectó en el imaginario del mismo Cohen.
2
Cohen escribe como canta. Lento. Con parsimonia. Su narrativa es un conglomerado de fogonazos accionales que no cuenta con una armazón definida. Se vale de materiales que luego deja a un lado. Para que los personajes se deshagan de la estructura. Los personajes guían al novelista y a veces lo dominan, tanto que se hacen una técnica, una poética que deshilvana la realidad.
A veces, se siente la mano del poeta. Imágenes recreadas en medio de eventos en los que Breavman no es más que un estropajo, un irresponsable que no sabe amar. O que no quiere amar. O que ama o se desprende del ser amado para abastecerse de su lejanía a través de cartas y poemas. Escribe poesía pero a la vez destroza el acto poético.
Leonard Cohen es judío, pero también es budista. Está más allá del bien o del mal (lugar común que no abjura de los recados del mismo personaje).
El juego favorito contiene muchos juegos. Es muchos juegos. Pero el favorito se conoce al final de la novela, en la última página, cuando ya el lector no sabe qué hacer para escoger cuál es el juego que Cohen ha destinado como el favorito.
Son relatos divertidos por los diálogos frescos, juguetones e inteligentemente ingenuos. Pero también trágica. Es la épica de un instante histórico.
Un relato largo como esos caminos en los que hay muchas estaciones de gasolina. El lector se abastece de combustible. Descansa y sigue, a veces desestimando las páginas anteriores. El autor —tesis de quien esto conjetura— intenta “enseñar” a leer a un lector desprevenido. O lo hace para disfrutar de su manera de encarar un mundo disgregado, fragmentado por la hipocresía y el abuso de las religiones y las “virtudes” de una sociedad dedicada a victimizarse.
Leonard Cohen es judío, pero también es budista. Tiene una mirada crítica sobre el mundo, pero aceptada por la comunidad en la que se crio y en la que dejó de criarse. Está más allá del bien o del mal (lugar común que no abjura de los recados del mismo personaje). O sabe que el bien es un complemento del mal. O del abuso de la existencia. Busca la madurez a través de su propio abandono. De su innegable capacidad para descubrir el mundo. O inventarlo.
3
Por su bragueta han pasado varias montañas de Venus, varias mujeres que se han quedado atrás, en el tráfago de ese viaje hacia la madurez o hacia la pérdida total del tiempo vivido. Y así lo dice:
Por el cuerpo de Heather, que dormía y dormía.
Por el cuerpo de Bertha, que se cayó con manzanas y una flauta.
Por el cuerpo de Lisa, antes y después, que olía a velocidad, a bosques.
Por el cuerpo de Tamara, cuyos muslos lo habían convertido en fetichista de muslos.
Por el cuerpo de Norma, con carne de gallina, mojado.
Por el cuerpo de Patricia, al que aún tenía que someter.
Por el cuerpo de Shell, que era tan dulce en su memoria, al que amaba, mientras caminaba, los pequeños pechos sobre los que escribió y su cabello tan negro que brillaba azul.
Por todos los cuerpos con o sin bañadores…
Pero quien realmente le movió el piso fue Shell, con quien comienza esta historia y con quien la cierra como un fracaso más. Con quien aprende a ser y a no ser.
En este edificio de laberintos y pasillos íntimos, el narrador cuenta sus encuentros eróticos y los desvanece. Y al final, con Eloísa, descubre el título de la novela en este párrafo:
¡Dios! Ahora recuerdo cuál era el juego favorito de Lisa. Después de una gran nevada nos íbamos a un patio trasero con unos cuantos amigos. El cuadro de nieve era blanco y continuo. Bertha era la hiladora. Tú la cogías de las manos mientras ella giraba sobre sus talones. Dabas vueltas alrededor de ella hasta que tus pies se levantaban del suelo. Entonces ella te soltaba y volabas sobre la nieve…
Parece una imagen pueril, porque pueriles son los personajes. Son niños que no terminan de crecer: se mantuvieron intactos durante todo el relato porque Breavman no permitía que salieran de esa edad. El mismo Lawrence Breavman siguió siendo un niño en la adolescencia. La época era niña. Infantil: una estructura narrativa que rechazaba la lógica: la ficción estaba también en la manera de elaborar la historia.
Esta novela de Cohen es una lectura tentadora. Eso sí, se precisa de paciencia para seguirle los pasos al indisciplinado Breavman y sus desmanes personales, tan inocentes como la misma época que lo envolvió.
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