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Raúl Gómez Jattin era un loco divino, porque uno presume que estaba cerca de Dios. Pero también era tan dios como diablo, tan mendigo como prestidigitador: la magia que lograba era la misma de la calle, la que no se ve al voltear la cara pero sí olerla. Es un poeta confesional: nada deja de decir acerca de su dolorosa existencia o de la errabunda mirada de quienes lo ven ser parte del otro que igual muere en cualquier recodo de Colombia o del mundo que le suena en sus oídos. Porque Raúl Gómez Jattin sigue muriendo bajo las ruedas de un camión a diario.
El bus que lo mató en 1995 fue su signo. El de la tragedia. No se sabe si se lanzó para suicidarse o si en un asalto de su extravío mental y poético el armatoste lo destrozó, dejando versos desperdigados por la pequeña galaxia de su entorno.
Recogido en un rincón de cualquier espacio público, extendía su presencia con la mano abierta de un poema que desafía a la muerte, que la tutea y se encabrita sobre ella para seguir andando en medio del aspaviento y la vegetación social de su ciudad o de su mundo. Pero también a los deseos de que la vida no sea sólo despertar bajo el cielo o bajo un puente:
“Anoche / cuando soñaba contigo / pensaba / que tienes un gran poder sobre mí / El que se tiene sobre aquellas personas / a quienes se ama / Tú me quisiste cuando niño / y eso quiere decir para siempre”. Este sencillo homenaje a “Una amiga de la infancia” deshace la idea de que Gómez Jattin era sólo una suerte de demonio que ambulaba por el infierno bajo el sol o la lluvia de los pueblos donde mostró su cara de demente. Era un ángel que apostaba ataviado con “un disfraz de carnaval”.
En Retratos, publicación que lograra Igor Barreto para la Secretaría de Cultura del estado Aragua en 1992, en la selección “El cuervo” Nº 5, veintidós poemas hablan de quien se describe y narra como veleta, como el andrajoso que vocifera versos, que empuja el mundo con su saliva verbal, con su destino que no tiene tiempo ni lugar para deshacer los entuertos que lo agobiaban.
Poeta de maldiciones, poeta doloroso y tierno en pleno desierto de su yo, Gómez Jattin es un sujeto poco dado a conocerse, y cuando alguien se le aproxima siente la mordedura de su abandono, la de su soledad rodeada de los más ardorosos testimonios.
En el poema “El dios que adora”, con el que se inicia esta selección, deja estas líneas:
Soy un dios en mi pueblo y mi valle / No porque me adoren Sino porque yo lo hago / Porque me inclino ante quien me regala / unas granadillas o una sonrisa de su heredad / O porque voy donde sus habitantes recios / a mendigar una moneda o una camisa y me la dan / Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán / y lo nombro en mis versos Porque soy solo / Porque dormí siete meses en una mecedora / y cinco en las aceras de una ciudad / Porque a la riqueza miro de perfil / mas no con odio Porque amo a quien ama / Porque sé cultivar naranjos y vegetales / aún en la canícula Porque tengo un compadre / a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio / Porque no soy bueno de una manera conocida / Porque no defendí al capital siendo abogado / Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie / que me lava el alma Porque nací en mayo / Porque sé dar una trompada al amigo ladrón / Porque mi madre me abandonó cuando precisamente más la necesitaba Porque cuando estoy enfermo / voy al hospital de caridad Porque sobre todo / respeto sólo al que lo hace conmigo Al que trabaja / cada día un pan amargo y solitario y disputado / como estos versos míos que le robo a la muerte.
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Ese texto resume la vida de quien poéticamente vive bajo el sol y la lluvia, quien a la puerta de una iglesia ve pasar el poder y solicita la limpieza del cielo y el testimonio de que la poesía agoniza acostada en la mugre de los zapatos del mundo que discurre y no se detiene.
En el texto “El escultor” irrumpe afectuoso en su protección, en procura de que los elementos, el clima o los malos sentimientos no lo maltraten. Asomado como un duende de sucia vestimenta, Gómez Jattin, quejoso a veces en otros poemas, no se deja llevar por sentimentalismos, aunque en algunos poemas la ternura y la infancia lo sometan. Es un poeta que se deshace de los ruidos del día y se hace más humano:
Yo quiero a Nirko / porque me da la gana / Ganas sí tengo para quererlo yo / para no dejarlo irse por la madrugada / y que no lo toque el frío y el desamor / Y que se quede Nirko todos dicen / con su amiga o su novia / para que ese artista de las manos / brinde su compañía y propio amor // Que se quede Nirko siempre siempre / con su sonrisa perfecta y antigua / de dulzura de hermano mayor y afable / que mueve las manos lentas / como las alas de un ángel de metal / forjado por él mismo y que es él mismo”.
Y como no tiene pelos en la lengua y la poesía para él era todo el decir y el hacer, escribe:
Edwin y yo nos masturbábamos de ocho a nueve / en clase de aritmética Y de cuatro a cinco / en la de Historia Patria Pícaro y sonriente / Con el glande torcido como su peinado / El semiacostado en la última banca del salón / y yo en la contigua Con vaselina o crema dental / Cuando ocurría lo mejor / Guardábamos el semen en un libro Con fecha / “Para cuando pasen los años / y nos querramos acordar Gómez Jattin”, como él decía.
Libre de elegancias, Raúl Gómez Jattin despliega toda inarmonía, suerte de moral que no suscita revelaciones porque no le da ninguna importancia, y se deja desnudar por su propio desgano. En esta “Pequeña elegía” advierte lo que también fue y es su manera de verse ante la finitud de la vida:
Ya para qué seguir siendo árbol / si el verano de dos años / me arranco las hojas y las flores / Ya para qué seguir siendo árbol / si el viento no canta en mi follaje / si mis pájaros migraron a otros lugares / Ya para qué seguir siendo árbol / sin habitantes / a no ser esos ahorcados que penden / de mis ramas / como frutas podridas en otoño.
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La frustración, el vacío o la soledad lo empujaron a anotar este poema, esta declaración a quien pudiera interesar, esta suerte de confesión a todos o a nadie:
La herencia del placer
¿Y mis hijos?
Ya están corrompidos
Ah bueno
Corrompimos al niño y corrompimos a la niña
Por separado y luego juntos ¡Qué espectáculo!
Buenas noticias dices
¿Han preguntado por mí?
Sólo al principio
El placer los ha vuelto insensibles
Dígales que me alegro por ellos
De su poesía quedaron estos títulos, además de este que leemos: Amanecer en el Valle del Sinú, Del amor e Hijos del tiempo.
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