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Falsas apariencias

lunes 10 de julio de 2017
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“Falsas apariencias”, de Sonia Chocrón1

Un personaje asoma el rostro en un texto y nos damos cuenta de que no es quien esperábamos. Alguien con cara ajena, con un sutil o duro desengaño, nos engaña. O trata de engañarnos. Alguien que dice ser y aparenta ser: alguien que no es. Máscaras, texturas artificiales.

En Falsas apariencias (Alfaguara, Caracas, 2006) Sonia Chocrón construye esta metáfora en la que el lector descubre, debajo de la piel de los actantes, la personalidad de cada uno de nosotros. ¿Somos ellos? ¿Ellos son nosotros? ¿Hemos sido ellos? ¿Dejaremos de ser?

Ocho son los relatos que contienen este tema. Las identidades impuestas, recreadas, las apariencias impropias, destacan en las historias que Sonia Chocrón desarrolla en estas páginas.

Se podría afirmar que esas apariencias son territorios permutados, asumidos como rostros que son capaces de reflejarse en el otro. Y ese otro asume la personalidad como una verdad aparente. La pertinencia de esa fachada queda al descubierto cuando el mismo personaje usurpador descubre la distorsión de su carácter o la desfiguración de su anatomía.

Cada personaje es un paisaje que se agota en sí mismo. Las máscaras, los cuerpos intervenidos, las conciencias trucadas tienen un límite: su propia falsedad, la apariencia al desnudo.

Llegamos a la conclusión de que los personajes no logran engañarnos, pero sí la narradora, quien con la astucia de quien sabe tejer con las palabras, construye anécdotas en las que quien queda al descubierto es el lector: ella, la narradora, nos conduce engañosamente por una lectura que suscita muchas “apariencias”, muchas ideas para decir de ellas.

 

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La misma autora cae en la trampa de esa apariencia. Si bien en el primer texto sentimos que la narración anima al lector a quedarse en la historia, la transformación del sujeto narrador pierde vigor y desanima a quien —como parte integrante de la trama— también pierde el ritmo. Los referentes confirman que Chocrón tiene experiencia en el mundo del cine, de allí que sus trabajos sean muy gráficos, dignos de ser colocados en pantalla, pero la lectura desfallece. Nos hace sentir muy livianos al momento de querer deshacernos de alguna crítica que podría insolentar a la misma lectura.

Se trata del primer libro de relatos de Sonia Chocrón; los posteriores, no conocidos por éste quien rasguña estas líneas, ya habrán sido sometidos al escrutinio de otros lectores.

Sonia Chocrón ha seguido escribiendo con el apoyo de los lectores y ha alcanzado niveles más respetables en el uso de su labor narrativa.

Estimo que la temática es atractiva, por mucho que ya haya sido tratada la metamorfosis, la transformación, la transmigración, los cambios de apariencias. Celebro el primero y el último cuentos: “La señora Hyde” y “Diario de viaje”, porque en ambos el ejercicio no sucumbe ante la experiencia de haber vivido, por ejemplo, como en la carta al Gabo, en la que la desmesura se aproxima mucho al color local del realismo mágico, a una suerte de reconocimiento a quien ha sido su maestro.

A pesar de esta primera razón de ser cuentista, por la que recibió críticas que pudieron haberla desanimado, ha seguido escribiendo con el apoyo de los lectores y ha alcanzado niveles más respetables en el uso de su labor narrativa. Por eso también celebro —sobre todo— la búsqueda en “Señas particulares”, en el que la niña Isabelita devela la otra apariencia de unos países o máscaras críticas donde la práctica del crimen físico o moral es también una metáfora que nos enmascara a diario.

Para cerrar, fragmentos de esas muy particulares señas:

Escarbando en las cenizas un poco más, dos días después, supimos que Caya había sido esclava. De su húmero hendido por el roce de los músculos entendimos que se trataba de un cuerpo que había acarreado pesos inimaginables para su tamaño menudo.

(…)

…Isabelita lleva como a manera de escudo vital y ante un estallido luminoso de balas que la acechan, a un pequeño bebé de uno o dos meses de nacido. El cuerpecito menudo está allí, caluroso, adherido al de Isabelita, como pararrayos, para recibir los primeros impactos que en efecto estallan en miles de gotas diminutas y rojas. Rocío bermejo que salpica el rostro maravilloso de la niña.

(…)

Pero ahora sabemos por el último dibujo de la niña, que dos balas se colaron desde el cuerpo del bebé —amparo endeble— hasta el suyo, hasta sus pechos jóvenes y firmes, hasta perforar la belleza inmaculada de la niña Isabelita.

Un hermoso relato del que es necesario conocer el resto. Trabajo de los lectores que habrán de trasladar su esfuerzo en dar con este libro.

Alberto Hernández

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