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Entretejido

lunes 29 de enero de 2018
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“Entretejido”, de Victoria Benarroch1

Las palabras se tejen bajo el sol. El desierto, la arena, la gramática del eco. La voz de quien oye el pasado sigue siendo un presente. Quien teje, quien entreteje, tiene solvencia en el tiempo. Sabe que no perderá su historia, que ésta permanece en las voces que aún retan el dolor hasta vencerlo.

La poesía se reza con una música tan interior que a veces extravía, como el hombre que ambula por el desierto, como el que oye las pisadas de quien lo sigue, como quien sabe que la sabiduría está encerrada en un cofre, en un instante de abrir para encontrar el rostro de quien trazó la pronunciación de una cultura.

Entretejido, de Victoria Benarroch (editado con los auspicios de la Fundación Don Juan de Borbón, España-Israel, Caracas, 2015) es un libro de la familia, de toda la familia, la sanguínea y la del Éxodo, la de la Diáspora. Y digo de la familia porque es una sola la que reza, la que ora y canta, la que no olvida sus tradiciones, sus horas, sus paisajes:

Es esta tierra // donde habitan los fantasmas.

El libro fue publicado en primera edición en el año 2007 por Eclepsidra. Regresa para recordarnos que esos fantasmas “nos sobreviven”, continúan hablando, diciendo, mudando de senderos en medio del siempre mencionado desierto. Porque de allí se viene, de una tierra áspera. Aquella que fue lugar para los “esclavos de Egipto”.

Hilar el silencio. Las palabras dejadas atrás, conservadas para luego retornarlas a la lengua, a la que se habla y a la que se silencia. A la que grita y a la que enmudece.

 

2

A la sombra de la pequeña tienda (talit) el ojo que mira las sombras sabe que la arena forma parte de la iluminación. Quien desanda la peladura de la tierra, arrastra mensajes con sus pasos. Suele tropezarse con lo deshabitado, con el regreso.

Por eso:

Entretejes tu mirada / afinando el camino incierto // pies galopando entre aguas / y las aguas en el fango de la suerte // arrastrando polvo y barro / abandonas el desierto // sólo dibujas la materia // el alma se delinea en este verso.

Todo el tiempo del tiempo para que la voz permanezca intacta, el sabio trazo del pasado. En él hablan las palabras, pero también se borran. Advierten de la intimidad familiar, del regalo de saber que “las calles de mis padres son largas (…) mis padres cada año en pascuas dicen lo mismo”.

Tejer, tejer el dolor, las heridas convertidas en ceniza. El dolor, la metáfora del alma y de la piel, el recuerdo de una mano que se somete a la intemperie, al calor y al frío.

“Una caricia detrás de cada pérdida (…) algún beso de sabiduría (…) la voz de la ausencia”, el clamor de los que tejen la memoria.

 

3

El cuerpo apremia.

El cuerpo pierde la piel. La arena escuece. ¿Es ciudad o desierto lo que abunda en la voz de estos ecos? Alguien estira la mano y solicita un trozo de aliento.

Hay una palabra de hambre,

mientras tanto, “la calle entrega de la limosna lo olvidado”.

Del desprendimiento, el del yo que andaba oculto entre una tormenta de arena, el que no se miraba el rostro, el que no aparecía “por largo tiempo / hasta que me descubrí en el espejo”.

El cuerpo se extraña. El poema/oración es un regalo de la casa, de sus paredes, de las sílabas que la habitan, de los pequeños detalles, de los tejidos revelados por la luz. El poema teje y desteje, se entreteje. Es una fe. Una oración: el eco de arriba, la voz del libro sagrado bajo el talit, el abrigo, el cielo abierto.

La familia en el padre:

Mientras melda / descifra el lamento de tantos siglos // frente al muro / la sombra acompaña a un rostro desconocido // la pared de mis palabras / teje la humedad perdida entre piedras blancas.

La casa se agosta. O crece, es silencio y camino. ¿Cuántos siglos de andanzas con la fe a cuestas? ¿Cuánto tiempo con la lengua judeo-española en el cielo de la boca (melda)? ¿Cuánto para luego acudir en primera persona y decir “cierro los párpados para la presencia (…) prendo las velas y leo los salmos / abro con la llave el nacimiento de la herida…”.

La fe en la “despedida eterna”, en la oración que emerge y deja atrás el silencio, la noche “oculta en las tinieblas”.

Los hijos de Abraham están aquí, entretejidos, convertidos en palabras, en las voces que jamás se pierden en el desierto. En la memoria compartida, “en las manos sabias de los silenciosos”.

 

4

Entretejido cuenta con un glosario que aproxima al lector a la cultura hebrea. Pero también es bueno afirmar que estas páginas son un homenaje a quienes de alguna manera son parte de la vida de Victoria Benarroch: María Antonieta Flores, Margarita Alexandre (Morita) Z’L, María Cristina Ashworth, José Benatar Z’L, Victoria Benatar Z’L, Vera Benarroch Benatar, así como los epígrafes de escritores que destacan la pasión poética de la autora: Carlos Germán Belli, Juan Liscano, Jorge Luis Borges, Enrique Molina, Octavio Paz, Sarita Medina López, Paul Auster y Juan Sánchez Peláez.

Alberto Hernández

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