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Diarios de rehab

lunes 16 de abril de 2018
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Todo diario o intención de serlo, contiene una novela, una intención de novela.
AH

1

Se toma un personaje en préstamo y se le ajustan tiempo y espacio. Se le calculan la edad, la estatura, el peso y los sueños. Se le suelta en el mundo. Y aparece una historia. Un cuento en trozos, como un pedazo de tierra fértil. O una novela en la que quien relata una vida se renueva en medio de las pesadillas y una tragedia constante.

El personaje —entonces— existe. Antes no vivía. Reencarnó en él mismo desde la angustia, desde la pérdida de los sentidos, desde el enmascaramiento de su diario respirar. Y el personaje salió de la novela y se convirtió en un hombre que se reinventó, que la rescribió desde el borde de un precipicio, desde la orilla de la tumba.

José Antonio Parra era un consumidor de todo. Menos de la esperanza. Todas las drogas imaginadas las probó y se quedó con ellas por mucho tiempo, desde casi la infancia, desde el amanecer hasta el día que fue otra noche en su mirada, en la muerte siempre preparada para sacarlo de lo que para su turbia existencia fue un estorbo del mundo.

Podría parecer patética la historia. Podría parecer una exageración. Podría sentirse una lectura que busca ayudar a alguien desde la experiencia ajena. Pero no es así. Parra tiene conocimiento de la escritura. Y aunque no es ficción, lo que nos llega en estas hojas, que simulan un cuaderno escolar por las rayas en su superficie, es un libro testimonial que tiene mucho de literatura, de novela, con sus personajes, sus intrigas, un tema que se multiplica, un clima, un paisaje y muchos espacios para ahogarse como lector.

Diarios de Rehab (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2017) es un desahogo (también es el ahogo para quien los lee), un testimonio, una larga confesión. Un interrogatorio que el autor se formula como respuesta afirmativa a lo que fue en un tiempo: un empedernido consumidor de drogas, hasta llegar a convertirse en un indeseable, como él mismo ha dicho en estas páginas que nos relatan un extenso episodio, sombrío, triste, duro, lejos de la fantasía, más allá de las provocadas por un tabaco de marihuana, unas pastillas de anfetaminas, un pasón de cocaína, o cualquier otro producto psicotrópico, alucinógeno, mágico o endiabladamente tóxico para el cuerpo y el alma.

 

2

No leo libros de autoayuda. Este que acabo de trasegar no lo es. No es una pócima ni una receta. Es un testimonio. No aconseja nada; relata. Es un recorrido por el infierno personal de un hombre que tuvo que internarse en un establecimiento para rehabilitarse. Es la narración de un adicto que miró más allá del humo del “crack”, más allá del zumbido del universo mientras “viajaba”, mientras se hundía en medio de muecas, vómitos y temblores.

No lo salvó la escritura, lo equilibró, lo hizo reconocerse como un personaje trágico, como un solitario, como un tipo en medio de un escenario.

Es un libro que se deja a un lado un momento porque suscita muchas interrogantes, porque es la tragedia de un hombre que logró salir de ella. Y cuando se lucha para salir, el dolor, la tristeza, la agonía y hasta la muerte forman parte de una danza macabra.

El diario, como todo diario, cuenta cronológicamente. Hay momentos en los que se siente la ruptura del tiempo y el espacio. Novela el autor cuando se sabe practicante de la escritura. Es su oficio. Otra adicción que lo ayudó a esquivar tantos terrores. Tantos monstruos.

No lo salvó la escritura, lo equilibró, lo hizo reconocerse como un personaje trágico, como un solitario, como un tipo en medio de un escenario: el monólogo era permanente. La droga convoca a los demonios y los libera. Los convierte en compañeros de viaje. Las diversas patologías que se advierten hacen del consumidor, del vicioso, una suerte de fantasma. Un muerto viviente, por decir lo menos.

 

3

El diario —o los diarios— recoge la experiencia de José Antonio Parra en un centro de rehabilitación. Allí consagró su cuerpo y su ánimo con el objetivo de salir del infierno, hasta que pudo más que el imperioso impulso de seguir suicidándose.

No se trata de activar emociones fáciles. Ser un adicto conduce a los testigos a muchas reflexiones. Cuando vemos de lejos a la persona “infectada”, no sentimos nada. Cuando entramos en su intimidad, nos comprometemos con su pasantía por el infierno. Por esa falsa felicidad que activa unos sentidos desconocidos que conducen a la locura o a la muerte.

Una vez fuera del averno, Parra se activó más en su mundo literario. El día a día de su consumo quedó atrás, mientras hoy la poesía y los sobresaltos propios de la creación literaria lo muestran como un personaje del mundo de las letras de nuestro país.

No hay moraleja. Por ahí andan sus poemas. Por ahí anda el personaje. No es virtual. Escribe y respira. Ahora respira.

Alberto Hernández

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