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La noche llama a la noche

lunes 14 de mayo de 2018
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Victoria De Stefano
La novelista Victoria De Stefano tiene la habilidad de ponernos al frente de una pantalla en la que el flashback o la mirada hacia adelante configuran un tejido que produce una lectura densa.

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Victoria De Stefano desata la memoria. En La noche llama a la noche (Monte Ávila Editores, Colección Continentes, Caracas, 1985) hizo de la novela un personaje. Noveló la novela, la construyó con personajes que aún suben y bajan las escaleras de un país romántico, asido de la nostalgia. Una novela de una temporada que ella vivió con la densidad de los gritos y susurros de aquellos días de los años duros de un país que no sale de los sobresaltos, a pesar de los momentos de sosiego que se vivieron y se viven en las páginas de esta portentosa historia.

Un laberinto en el que cada personaje asume un rol en un espacio reducido y en movimiento. Diálogos y pensamientos le dan forma a una anécdota que cierra el relato de Victoria de Stefano.

El capítulo que le da nombre a la pieza narrativa, el último, contiene el laberinto. Un tren se mueve entre los diferentes tipos de personajes que en él se trasladan. La noche personifica el carácter sombrío de Matías, quien ahora se niega a regresar al país desde Europa.

Distintos tiempos y espacios configuran el corpus en el que actúan los sujetos. La novelista tiene la habilidad de ponernos al frente de una pantalla en la que el flashback o la mirada hacia adelante configuran un tejido que produce una lectura densa, complicada para quien no esté acostumbrado a este tipo de juego narrativo.

Un laberinto en el que cada personaje asume un rol en un espacio reducido y en movimiento. Diálogos y pensamientos le dan forma a una anécdota que cierra el relato de Victoria de Stefano. Su habilidad para novelar ya había sido demostrada en títulos anteriores, en los que insiste en el tema de un personaje que escribe una novela, rodeado de eventos que le dan forma a lo que narra. Una narración dentro de otra narración.

Cruce de telegramas. Finalmente, no hay regreso. La historia se contorsiona. El personaje se sacude mientras corren las horas, las que maneja la narradora.

He invertido demasiado tiempo en sobrevivir —pensó Matías—. He dilapidado los mejores años de mi vida. Ni siquiera el tiempo de mirar hacia atrás. Un vórtice cada vez más intenso, y, de golpe, en el furor de la conciencia, se había parado en seco. Volver. Empezar de nuevo con las manos vacías. Sí, libre de bienes, libre de todo ligamen. ¡Recoge lo que echaste por la borda!

 

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¿Qué pasó antes? ¿Quién era, quiénes eran los personajes? El narrador, el que se habla a sí mismo, explica su hacer:

Escribo lo bastante de prisa como para acelerar el pulso hasta que encuentre, en la velocidad que le imprime su propia órbita, esa vitalidad de pionero que he sentido menguar. Lanzo mis flechas al azar, me prohíbo incluso detenerme…

La novela se digiere entre saltos temporales. Realidad y ficción se imbrican hasta provocar en el lector un estado de confusión, de distanciamiento entre la realidad que vive y la realidad que se vive en la novela. Sobresale la ficción como otra realidad, dotada por el oficio del escritor.

Es una maravilla todo lo que puede hacerse con palabras, puras palabras. Aunque el número de ellas es limitado, y mucho más limitado aquel con el que cuenta cada uno de nosotros. Nos servimos casi siempre de las mismas palabras, las propias, las de nuestra discordia y nuestros deseos, las que llevamos grabadas en nuestra mente como incisiones en la corteza de los árboles. Toda palabra es una confesión y anida un secreto.

Y el secreto, el que contiene esta novela, está en la densidad de cada personaje. Entramos y salimos de sus vidas inesperadamente. Los tenemos a la mano y los perdemos y luego los encontramos en otro lugar. Casi inasibles. En una provocación que permite que el lector esté atento, no se desvíe, no pierda el hilo de ese tren que pasa por túneles oscuros mientras una monja, un viejo profesor, un barrendero, entre otros personajes, unos desterrados y otros puestos al borde de su fragilidad, destacan alrededor de Matías, quien ha sido parte de un pasado de fracasos, de deslizamientos espirituales, políticos, sociales. Un sujeto que ha amado, que se ha extraviado en medio de tantas palabras, en medio de tanta atmósfera pesada. En medio de un país al cual ya no puede regresar. O no quiere regresar más allá del empuje afectivo de amigos y familiares.

 

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El juego de Victoria De Stefano con el lector la lleva a establecer comunión con textos ajenos, como un Tristram Shandy en suerte de intratexto, de alocución para darle más vuelo a la historia.

Luego, en una confesión, el personaje avisa a quien lo lee:

El tema principal han sido los celos, la soledad, la infidelidad. Escogí intencionalmente el tema del amor entre dos personas que se aman, pero que no han logrado la unificación.

El fracaso, el desprendimiento, la partida.

La noche llama a la noche es la metáfora de la ficción pura, sus distintas caras, niveles.

Y el peligro por haber participado, Martín, en un evento conspirativo.

¿Teoría narrativa? ¿Justificación para continuar el relato?:

Tenía la impresión de que una conjunción favorable de astros había estado acompañando la agilidad, plenitud y poder de convicción de mi escritura. Me enorgullecía de algunos hallazgos, de ciertas singularidades lingüísticas, de la sustancia prima y sus accidentes, del proceso que ya no ocultaba lo que traía en su seno.

La voz del personaje no se detiene: cuenta, relata, desteje su forma de abordar la novela. Mientras el mundo se deshace a su alrededor. Mientras los astros giran, la tierra se reacomoda, el novelista teoriza, habla desde su intimidad creativa, reitera su angustia, sus ganas de contar, su deseo de no desaparecer:

Yo conozco mis problemas. No puedo hablar sobre otra cosa. Pienso en un ejemplo muy preciso. Un buen novelista debería tener el don, la capacidad de aburrirse con sus personajes. Entiéndeme. Se trata de aceptarlos al punto de seguirlos también en sus momentos débiles, cuando no hacen y no dicen nada, cuando no les pasa nada memorable, nada que valga la pena.

Una autocrítica, una crítica que aborda el mismo hecho creativo como un problema, como un axioma que no tiene salida: establece una relación estrecha entre los personajes y su propio carácter, y el temor a perderse entre quienes ha inventado. O a dejarlos ir. Sin embargo, hace de los personajes sujetos que pueden desteñirse, ser ellos mismos desde su mediocridad, desde su fracaso.

La noche llama a la noche es la metáfora de la ficción pura, sus distintas caras, niveles. También podría calificarse como la novela que aborda a un lector tomado de sorpresa.

Es una novela compleja —como todas las de nuestra autora— que nos define como lectores, como renegados, a veces, de nuestra propia ficción.

Alberto Hernández
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