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Una lección sobre el amor: Silvio Mignano

martes 17 de julio de 2018
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Silvio Mignano
La novela de Silvio Mignano fue publicada por El Estilete en 2017.

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Una clave escondida o “ausente” en una novela de Aurelio Schiavi da pie para que el investigador privado Paolo Veronese, impulsado por la hermana del escritor, se avenga a buscar una frase que mantiene angustiada a la mujer, Amalia Schiavi, quien a lo largo de la historia funda sospechas en algunos de los personajes que Silvio Mignano vacía en Una lección sobre el amor (Editorial El Estilete, 2017), traducida al español por Sandra Caula, y que empuja al lector a pensar que más allá de un relato negro o policial está ante una representación en la que el tema que se anuncia en el título destaca como pretexto donde la imaginación del novelista juega, tanto con los mismos personajes como con quien lee la pieza.

(***)

—¿La frase? ¿Cuál es la frase?

—¿Cuál frase?

—La frase de la que me habló su hermana el primer día, la que debería encontrar (p. 41).

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Afirmo “ausente” porque la intriga (como toda intriga) es engañosa. La Odisea del ciego Homero navega en estas líneas, tanto que Nausicaa, el personaje que el heleno dibuja y le añade más polvo al mito, se tropieza en la “frase” con un texto del Antiguo Testamento, que deviene pista para que Veronese se sienta satisfecho de su investigación como detective. La “ausencia” de la tal frase confirma su presencia en la segunda versión de la novela de Schiavi, lo que provoca que la primera —que ya estaba en imprenta— sea, en medio de exigencias y balbuceos, suspendida por la hermana, lo que páginas antes había creado en Veronese y algunos críticos literarios de Italia conjeturas, teorías, disgustos, diversiones, atascos deliciosos en el viaje “épico” que éste, suerte de sabueso ignorante de la literatura, hace a París para dar con la frase que le hacía falta a la obra.

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—Pierde tiempo, Veronese. ¿Todavía no comprende que Aurelio Schiavi nunca existió, al menos como escritor? Era la hermana quien le dictaba todo, mi estimado, hasta los mínimos detalles (p. 57).

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Pero para desmentir esa afirmación intrigante, Amalia responde:

—La verdad es que ellos “escribían”, mientras mi hermano hacía “literatura”… (p. 66).

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Pero es un cura, condiscípulo del investigador, quien da con la pista del Antiguo Testamento. Una vez resuelto el embrollo, nuestro personaje debe enfrentar su comportamiento como referente del personaje de Nabokov en Lolita: Veronese se acuesta con una adolescente, impulso que lo ha enredado con la hija de uno de los críticos. Este tema, subrayado por Mignano, formula una crisis que podría servir para continuar con el personaje en otra novela donde, sin olvidar que ésta es una develación forense, destaque la psicología del protagonista como amante de liceístas. Claro, sin privar a Veronese de su carácter detectivesco.

 

2

Mignano introduce en la tripa de la historia parte del fundamento temático a través de una breve pausa que “transtextualiza” en el interior de un sujeto seguramente extraído de la novela apócrifa, de la misma que se traza como palimpsesto y en la que Nausicaa y Lolita respiran. O una recreación que vierte en el lector una suerte de alegoría: quien lee se inventa, se re-crea en una obertura que permite una respiración en la misma historia. Brevedades paralelas que inciden en la narrativa que llevan adelante el narratario y el mismo Veronese.

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—…En realidad estaba obsesionado con el mito literario de Lolita y sus precursoras… (p. 71).

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Es decir, traslada una idea que podría ser reflejo de la que conforma la historia nuclear. Alguien o algo crean un ambiente, una escenografía. Mientras tanto, Veronese, ajeno a esos asuntos, indaga hasta amoldarse al ambiente de sujetos cuya formación los hace ver escurridizos, de un interés que posibilita el acercamiento del protagonista a quienes lo acechan: fue inventado para ser objetivo de quienes andan detrás de la obra de Schiavi, incluyendo a quien lo contrató: Amalia.

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Se ha contentado con construir y, sobre todo manejar, al personaje de su hermano, a través del cual vive, moviendo con hilos invisibles la gran escena que no le ha tocado en suerte interpretar en primera persona (p. 20).

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Los textos “invasores”, las líneas duendes, están centradas en el amor, el subtema que se convierte en revelación, en trasunto, toda vez que la investigación tiene como base el empeño en encontrar una frase como atenuante frente a una novela que poca gente conocerá y que ha sido dirigida a una sola persona. He allí el misterio, la tensión que suscita una lectura rodeada de referentes literarios y de personajes cuya vagancia (en el mejor sentido de la palabra) favorece la indagación del detective.

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—Yo sé quién es Nausicaa (p. 80).

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—Pero, por fin, ¿quién es Nausicaa? ¿Hay forma de saberlo?

—Una encarnación de su mito personal, creo. Lo que es cierto es que Amalia estaba locamente celosa… (p. 72).

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—¿Qué significa todo esto, el amor? ¿Me lo puede explicar?

—Quiere decir darse como alimento a otra persona; en la base del amor está siempre la antropofagia… (p. 112).

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La voz de Veronese lo sorprende. Cree perder sus habilidades. Recurre a la hermana y se tropieza con otra. Y más allá de la constatación del personaje extrañado y entrañado, sumergido en la frase buscada, queda en el lector una suerte de suspensión. Una levitación que le permite seguir pensando en la jugada: Nausicaa existió en la imaginación de una cultura. Nausicaa sigue existiendo en la revelación de un novelista quien dejó un enigma, un cabo suelto, para que los que siguen vivos continúen la vida, la confirmación de una mujer que sólo vivió en las páginas de un largo poema griego y que reencarna en una mujer de la actualidad.

La “frase” hace gala en el instante de esta cita: “Y ahora arde la fortaleza de Ilión y con ella el palacio de Alcínoo donde movías tu blanco peplo, Nausicaa, y así pueden arder tus miembros gélidos, reacios a seguir el incendio de los míos, pues soy ciertamente fuego devorador, un dios celoso”.

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A lo largo de la calle no hacía más que repetirse entre frases entrecortadas, intentando llegar a la cristalización de una cita completa… (p. 113).

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El padre Mauricio concluye que se trata, como en efecto lo es, de “una interpretación libre de la Odisea, pero la última frase es una cita literal del Antiguo Testamento…”.

La referencia del padre Mauricio se dirige a los libros Éxodo y Deuteronomio de la Biblia.

El análisis con Del Prado, uno de los críticos literarios, concluye que “Nausicaa no era tampoco una verdadera novela, sino un mensaje cifrado dirigido a un único lector”.

¿Quién era ese único lector?

Queda el ¿misterio? Aunque cualquiera de los personajes podría abrogarse ese lujo.

Un incendio, el de un histórico teatro, da cuenta de la imagen extraída de la cita donde habita la discutida “frase”: la realidad emerge de la ficción. Veronese ha sido testigo de ambas lecturas.

Alberto Hernández

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