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Vacío de horas, de Enrico Testa
(antología poética, edición bilingüe)

lunes 20 de agosto de 2018
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“Vacío de horas”, de Enrico Testa1

En algún sitio del espíritu habita la noche, la de Enrico Testa (Génova, 1956), ese italiano que morigera la voz y nos lleva liviano a los oídos, al alma. Está allí, en Roma, en Londres, en la geografía de sus antojos, y se vierte en poemas cuya densidad amalgama el momento de la lectura. No ha habido lugar, interior o recorrido urbano o rural que no hayan dispuesto de las sílabas de este poeta traducido a nuestra lengua por Miguel Ángel Cestao y Luis Miguel Isava, y presentado por el embajador de Italia en Venezuela, Silvio Mignano, quien dice de él que se trata de un escritor de “un pesimismo discreto, casi expresado con el pudor o la timidez de quien no desea molestar nuestras tareas cotidianas”. Y, en efecto, es una voz delicada, abierta al disfrute de sus sonidos, de los que ampara su ávida pasión viajera, articulada al uso diestro de su lengua que sentimos vertida al español gracias a dos traductores de factura en la que la poesía es cercana también a sus afanes.

Todos sus poemas abrevan en ciudades donde se articula la palabra, la belleza de su contenido. Una vez en Berlín, otra en Londres o en su Génova natal, en Roma, en otras que desconocemos y sólo sabemos de calles o esquinas, de excrecencias pluviales, del musgo o piedras que acontecen como personajes o sombras que ilusionan a quien se lee con ellos, con los versos. Pero igual sabemos de momentos en los que la naturaleza nos inscribe en la flora, en la magia de las nubes, en la gratitud de las estaciones.

Todo poeta, de alguna manera, juega, se refleja en la ilusión, hace de las palabras conjeturas, leyenda de su pasantía por la tierra, por la eternidad congraciada en las líneas de su poética, de su incansable formulación de imágenes.

En Vacío de horas (Editorial El Estilete, Caracas, 2016) el lector acapara todos los momentos de esta poesía. No despega el ojo de los versos y los traslada a un espacio donde gravitan con otra realidad: Testa tiene cabeza para darle fuerza a una existencia sonora, tímida, como afirma Mignano, pero a la vez reveladora de aventuras donde el ser se mueve con la libertad que le ofrece la misma poesía y los eventos que la impulsan a ser leída.

 

2

Me desando en el poema que le da nombre al libro. Comulgo con estas lenguas, la italiana y la española, de vientre latino, parientes cercanas. Dejo correr las líneas de Testa ante mis ojos:

el vacío de horas en el aeropuerto de Cagliari Elmas / padecido por ti con un cierto desdén, / lo he llenado poco a poco de diversas maneras / un paseo por la librería / con la compra de un Rulfo añejo; / la larga pausa bendita en el self-service desierto: / ensalada mixta y un trebbiano ordinario / pero premisa para un sosiego aturdido…

El viajero se acomoda en el de Comala, referencia que nos acerca más al poema y al poeta. Y más adelante:

El vacío dejémoslo al después / y a sus falsos, interesados profetas. / Por ahora me basta este rosario de miradas…

Todos los ojos que lo auscultan, que le leen la piel y sus desdenes. El poeta construye su poética desde ese “vuoto” que anida en todo ser. El tiempo descorre su ventana y deja mirar los nombres de unos personajes:

bajo el azote de una imperiosa primavera / San Michele de arenisca es, Clelia querida, / el romántico refugio del repaso / de las horas del pasado…

El tiempo, ese agujero que pervierte el origen, que aguza la mirada y adensa la respiración. El tiempo, el vacío, las voces, un lugar, alguien, algo:

Rossano, se disgrega la arenisca… / y yo, en desbandada, con ella / sedimento marino que vuelve

y cierra el ahogo, el vacío, las horas. Cronos disipado.

 

3

Unos poemas de este libro para gusto de los lectores:

vinieron de primeros al bosque
los músicos de Bremen.
Luego, el partido jugado hasta el extremo
con Gabriel en el convento
los ejercicios para ayudar en la misa
en el fresco de la iglesia
las coronitas y los tallos fuertes
de las niñas vestidas de blanco.
Y ahora la gracia de tu llanto
(el día del aniversario)
enseñándonos cómo todos estamos
violentamente extraviados:
mi hijo, mi madre y yo
tenazmente incapaces
de decirnos adiós.


también este año los castaños del parque
han vuelto a insultarnos
con sus blancos majestuosos penachos,
el algodón de los álamos girando retoma
su plumosa algarabía en el viento (…)
y por cuánto tiempo podrán durar aún
los postigos arruinados podridos de salitre…


…Ahora nada y nadie
somos uno para otro,
incluso lamidos por el coraje
y envueltos en la sospecha del bien,
que fue y que sigue siendo,
en el agotarse de la cuenta,
la refulgente moneda de la travesía.

 

4

El viaje de Enrico Testa no se detiene. Continúa su desplazamiento por todos los sentidos, por la geografía anímica de su verbo, por la “timidez” de su voz cortante muchas veces, densa, casi líquida, intencionadamente ensoñada, memoriosa.

Alberto Hernández

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