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Francisco Catalano: tercer tiempo

lunes 3 de septiembre de 2018
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Francisco Catalano
Fotografía: Librería Sónica
“Las formas nacen de la mano abierta.
Pero hay una que nace de la mano cerrada,
de la más íntima concentración de la mano,
de la mano cerrada que no es ni será puño…”.

Roberto Juarroz: “Tercera poesía vertical”

1

La poesía puede llevarse en los pliegues de una mano. Liberarla para que se exprese, hable o enmudezca. Un poema suele callar para dejar pasar la poesía. De allí que la mano contenga su piel, su pellejo, la lance a vuelo como un pájaro, como una piedra o como una página que solicita ser llenada con todos los despojos o sonidos, también los silencios que en el mundo habitan.

Una mano podría contener tantas palabras que son capaces de arbitrar el poema que habrá de convertirse en poesía. Abrirla, riesgo o textura que abrigue aceptación. El experimento de sus latidos tiene en Francisco Catalano un exponente que se somete a esa página y la hace hablar en distintos tonos, en tres planos, al menos. Es una poesía que se ocupa, no de llenar un vacío sino de descubrirlo, hacerlo parte de su experiencia verbal y vital, desde un dolor o una experiencia que lo volcó a este juego donde participan las palabras, la mudez y el paisaje del papel —o la pantalla— prestos a ser invadidos, sustanciados.

La mano cerrada. La mano abierta. En ambos casos las palabras liberan su energía.

La poesía toma forma desde la mano. Como cuerpo, como estructura, como poema, ésta emerge de una mano, la que lanza la piedra y la recoge, y con el mismo tino elabora la imagen, la celebra o la borra.

La recrea desde la profundidad de un mundo ciego.

Es la misma mano quien traza y luego desaparece ese cuerpo que vibra o muere ante los ojos.

La creación de Francisco Catalano es de una plasticidad tan visual que alimenta con sonidos lo que con silencio dice. Una poética “terapéutica” porque, como él mismo lo ha afirmado, “es el libro de las curas”. Es el libro ungüento, el libro medicamento, el libro masaje, el libro que alivia el dolor, lo disipa, o lo profundiza para cautivarlo, o lo desaparece, como un dibujo que se mira en el papel o en la pared y luego es borrado para iniciar otro.

El título de este libro concierne a una cifra (éste es el número tres, los anteriores fueron dados a conocer en 2010) que obliga al lector a indagar el porqué: aparece entonces Roberto Juarroz y sus verticalidades. El apego del joven poeta venezolano con el clásico argentino. Este libro, ganador de la XXI edición del Concurso Fernando Paz Castillo, auspiciado por el Celarg, habla una lengua proteica, múltiple y dispersa que logra unidad en la intención lúdica del autor: decir, dibujar, ocupar un espacio, leer la oquedad, entre otros temas que aborda a lo largo de este viaje por versos, instancias, preguntas, diálogos, momentos, miradas y uso de los sentidos en procura de ser el cuerpo del poema y ser el mismo poema cuando lo lee desde su experimento y desde la mirada que traza de él el lector.

Un juego revelador que atiende al uso de las imágenes gráficas como parte del poema. O el poema como parte de la imagen visual, lectura que puede hacerse también con la yema de los dedos, como lo hacían los antiguos al poner la huella digital sobre el surco en la piedra o en la madera.

Un poema número podría ser un trastorno para quienes buscan un título sin emergencias. Un número siempre será una emergencia. La tradición de Juarroz es en nuestro autor una constante desde sus estudios universitarios hasta la práctica de estas materias verbales. Estas que hoy leemos en su libro editado por el Celarg.

 

2

En un prólogo que es no prólogo sino conjuración o saludo, por decir, porque al final se despide, Catalano afirma: “Hay que luchar mucho para irse en paz de esos lugares que ya no se irán de uno…”.

Es decir, la memoria más allá de quien la conserva en su ánimo.

Y el lector comienza a someterse a una cura. Sí, a un despojamiento, a un tratamiento que lo induce a pensar en la muerte. Porque ésta es la cura definitiva, pero no. Se trata más bien de quedarse con el lugar en el interior de un mundo que continúa vivo en el sujeto, en su adentro, vivo, curado. Ese “Menos que una nota”, anota y se nota que activa la lectura.

Catalano se afirma en el sonido, pero también alude al no oír. ¿Se oye lo que no suena? El silencio es un personaje constante en la poesía. Sin silencio el poema es sólo un amasijo de palabras. Sordas.

Por eso, no nombrar (hace alusión al título del libro) “suena”, está. Aparece, “ahuecando la sordera”.

En esta parte del libro el autor se somete a ambos estadios: “todo aquello que no escucha // sea vaciando el hueco del mutismo (…) sea ensordeciéndose con vida (…) ¿y sobre qué más versará este libro?”.

Queda de parte del lector descubrirlo. Es el reto. Comienza el juego, el peligro de una lectura, porque toda lectura es un paso en falso, una mirada a algún abismo por muy poco hondo que sea. Siempre será abismo lo que nos abisma. Por muy inadvertido que sea.

La oquedad, la mano que cierra y abre, la que atrapa y suelta. La que se sabe posible alcance en lo hondo, apoyo o sumisión de una parte del cuerpo cuya “conciencia” fija una acción, la salvación, la búsqueda de la salvación, el equilibrio:

Apoyé mi mano a un hueco
y el hueco me sostuvo (…)
¿será la espalda de la espalda este poema?

Detrás del texto está el ahogo en la página que sirve para estructurar: un ahogo, esa hondura que aquieta el alma, que la despoja de su totalidad, donde la puntuación carece de importancia. Los sonidos, la danza de las voces al ritmo de las orillas convocadas.

¿Ve quien oye? ¿Permite la noción de ausencia de un paisaje, de espacio creado por algún eco?

El vértigo se asienta como mirada desde la idea de caída.

Hay huecos, hay hoyos y hay ausencias / y ninguno es igual a ninguno, / aunque los palpe casi igual nuestra ceguera (…) y a las ausencias vamos / si están viéndonos cruelmente.

La nada también se respira. También es lengua proteica. Catalano abarca los espacios en blanco: los ocupa, se los hace propios para un lector ávido de saberse igual o ajeno en el texto, del que se acerca y se aleja.

 

3

La constante del traslado, del viaje. El poema dice que quien habla desde él se mueve, se aparta de un “sitio” a otro.

volver es el deseo deslastrante de una herida,

Lo que motiva al lector a prescribir una dosis en la que no falte el apoyo en el que quien escribe se hace audible, visible, presencia. ¿Volver de dónde, ir hacia dónde cicatrizado?

Y mientras eso ocurre, mientras otros poemas habitan la página, una voz se aproxima y dice:

Nunca he visto algo
lleno sólo de ese algo,

para después ajustarse a esta pregunta:

¿la piel del vacío no será
mi mirada y no las cosas?

Habla el poema, atrapa el cuerpo mutilado, faltante, el que se ha obviado:

Cerraré la mano que no tengo…

El libro rompe el hilo, la continuidad, e inicia un diario en Caracas el 06/07/2005 (2006) donde habla del poema, de la cantidad de poemas en un lugar no determinado. El libro habla de él, del poeta, de los poemas, del vacío que vienen diciendo.

Y teoriza: “Escribir es crear (un) oído”.

Y filosofa: “Perderse no es caminar / perderse es un camino”.

Retorna a la oquedad, al quicio de la hondura a la que enfrenta:

No temo el borde
temo al fondo.

Hasta un abandono. En este instante del libro aparece un sujeto, una acusación, una culpa, un juego de pronombres:

No. No fuiste tú. Fue la otra tú en mí.

Una alusión, un roce gramatical:

No es lo mismo
una coma en el vacío
que paréntesis abiertos en la nada…,

escribir para no borrarse, para no perderse, sin pausas, sin dilación.

 

4

En la memoria del poeta está presente la búsqueda permanente de un tú que se esconde en el yo, en el sujeto que predica desde el yo ajeno.

E insiste en lo que le añadió a su vida la poesía de Juarroz. La imagen iniciática del poemario acude en su auxilio, robustece la lectura:

el cociente de una mano abierta o cerrada
vuelta a la abundancia de un desierto (…)
Ninguna mano calmará el hambre que hemos dado
y la llenura con que nos quedamos…

Los tres planos del libro que hemos mencionado: el poema ambulante, atravesado por los diarios, diálogos y preguntas, embarga las imágenes gráficas, en esa invención en la que de nuevo el poema —nombrado personaje— aparece:

Sí, hemos sido un poema atravesando olvidos (…)
Hay ciertas realidades que pareciesen / no admitir un relleno de metáforas.

 

5

Definición para despedirse. El milagro de las palabras, tales fugacidades, animaciones del misterio:

No hay magia sin mago (…)
Si tan sólo
hubiese de verdad
una página nueva, blanca y fresca.

Las hojas plenas de sonidos, hablantes/oyentes, silencios, omniabarcantes: el poema y sus tiempos y espacios, los que concurren en el libro.

Y el final:

Todo es un tren yéndose (…)
Vivo yéndome.

Y se marcha agradecido del lector con un saludo en la última página.

Alberto Hernández
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