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La ladrona de libros

lunes 1 de octubre de 2018
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“La ladrona de libros”, de Markus ZusakPara mi nieta Nathalia Soteldo

1

Por la ventana entra la luz del patio. Es una luz intensa, casi líquida. Se derrama sobre la cama donde reposamos yo y un montón de libros. Tengo la espalda suturada y una prótesis de titanio habita mis vértebras lumbares. A mi alrededor las voces de mis hijos y de mis dos nietos mayores, Nati y Daniel. Están en brazos de sus padres. Y yo desde mi levitación horizontal los saludo. Ellos sonríen, se aproximan y me besan.

Los días corren lentos. El dolor ha ido desapareciendo, aunque una contractura muscular puso a prueba mi reconocida cobardía ante los apremios del cuerpo.

Ya tranquilo, estiro el brazo derecho y me hago de algunos de los tomos que duermen conmigo en la gran cama de mi hija Rebecca. Veo la portada y me sorprenden los ojos azules de una niña quien lee un libro titulado La ladrona de libros, de Markus Zusak, pero no es cierto. Es un juego gráfico en el que una niña sostiene el libro con ese nombre. Juego de espejos, de transfiguraciones. Ella es la misma, su otra con la mirada que me ve.

De portada oscura, abro sus páginas y leo el libro.

 

2

Nathalia es muy curiosa. A su corta edad, cinco años, se aproxima a mi cama y me saluda con una sonrisa que me alivia. Entonces ve los ojos de la niña —imagino los de Liesel Meminger, la autora del primer libro robado: Manual del sepulturero. Ella me pregunta cómo se llama ese libro.

La ladrona de libros —le respondo.

—Quiero verlo —me dice.

—¿Ya sabes leer?

—No, pero quiero verlo.

Y así fue. Lo vio. Se lo llevó al recibo y al rato lo trajo de regreso.

—Me gusta ese libro.

—Pero si no los has leído.

—Pero cuando aprenda lo leeré.

—Claro que sí, siempre estará allí para ti.

 

3

Cada vez que Nati viene a casa me habla de La ladrona… Toma el pesado volumen en sus manos de la biblioteca y me dice que le lea algo.

Hasta ha dormido con él cuando se queda en casa. En esta casa de libros.

Ya puedo caminar. Me siento con ella y lo hojeamos. Le leo unos párrafos y ella cree entender.

De esa aventura con Nati han pasado ocho años. Ya tiene trece y estudia bachillerato en un liceo de Montevideo. Me acaba de escribir y me dice que ya ha leído el libro dos veces, porque consiguió un ejemplar en préstamo en la biblioteca de su escuela.

La niña se emparenta con una historia tan terrible. La de unos personajes niños que viven en medio de una sociedad dominada por Adolfo Hitler. Niños testigos de la quema de libros en las calles de Alemania. Niños que ven el fanatismo de los primeros años del nazismo y el comienzo de la persecución contra los judíos. Niños que roban libros de la casa de un alcalde para leerlos o guardarlos. Niños que andan juntos, alemanes arios y alemanes judíos, a escondidas, porque los soplones son capaces de todo.

El relato escrito para jóvenes, como otros libros donde impera ese clima de la historia, se ampara en la solidaridad, en el encuentro de personas que se protegen de los militares nazis, de los nazis civiles. Personajes que ocultan a un joven judío en el sótano de una casa mientras la lectura los enaltece, los fortalece.

Toda una aventura que mi nieta Nathalia Valentina ha sabido llevar en su vida de niña y ahora de adolescente. Lectura que la hará firme, más bella de espíritu. Más decente, más ser humano.

 

4

Doy las gracias a ese autor australiano, nacido en Sídney en 1975, quien cuenta esta historia que se hizo extensa pero que recoge un trozo de esa dolorosa experiencia europea.

Y mientras Nati lee La ladrona de libros, Oriana, otra de mis nietas, vuela con El principito. Ya veremos qué sale de allí.

Alberto Hernández

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