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Ladridos en la noche, de Federico Relimpio Astolfi

lunes 12 de noviembre de 2018
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“Cuando nadie ve nada, alguien sabe algo”.
Jim Brass, detective de CSI Las Vegas
“Recorrieron un pasillo y salieron por una entrada lateral
hacia una calle estrecha que caía casi a pico sobre las copas
de los árboles. Más allá, las luces de la ciudad eran una vasta
alfombra de oro, salpicada con brillantes manchas rojas, verdes,
azules y púrpura”.
Raymond Chandler: Sangre española

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La ciudad, de espíritu más bien pueblerino, contiene entre sus vísceras todos los perfiles humanos. La ciudad, el pequeño pueblo de bares y sombras, de personajes atajados por su muy marcada manera de hablar el español, ese aserto sevillano que se aproxima a los que vivimos un poco más en el Occidente de la Tierra, es también un personaje junto con las callejuelas, callejones, calles, plazas, también con las barras donde casi todo se resuelve, hasta un homicidio rodeado de secretos, malversaciones, la corrupción política, académica y religiosa, y que Federico Relimpio Astolfi, una vez más, resuelve con la pericia del investigador en su novela Ladridos en la noche, publicada en Sevilla, España, en marzo de 2018.

Es una novela laberinto, como deben ser todas las novelas negras. Como deben ser para intrigar a los lectores de aventuras policiales. Vericuetos, entradas y salidas, saltos y sobresaltos, interrogatorios, vigilancias, viajes y sentadas por horas mientras los ojos de un sospechoso cristalizan pecados o santidades.

Relimpio entrena bien mientras surca este difícil asunto de un joven académico de una escuela de arte universitaria.

Como médico que es, nuestro narrador cuenta como si estuviese ante un cuerpo próximo a ser abierto para practicarle una intervención quirúrgica o la definitiva revelación que significa la necropsia legal. Y como todo experimento forense aplicado a la literatura, tanto el escritor como los lectores también son sospechosos de haber cometido un crimen hasta que se consiga al culpable. El lector lleva sobre sus hombros la osadía del novelista. Quien novela apunta hacia el lector, quien a su vez busca en el personaje algo que lo aproxime y haga intimar con su “culpa” o “inocencia”.

Relimpio entrena bien mientras surca este difícil asunto de un joven académico de una escuela de arte universitaria, homosexual, quien desaparece por unos años mientras Julio Medina es buscado por un viejo policía, veterano en lides profesionales y en soledades reveladoras, Amador, para más señas, quien insiste en investigar y hallar la verdad sobre su muerte y los motivos que lo condujeron a ser asesinado.

El narrador juega con el oficio: un comienzo circular desde un cementerio abre la espita del largo relato. Recorre todos los espacios posibles en compañía de una muy áspera colega, quien a la larga se convence de las insistencias del policía. Con olfato de sabueso revisa un crematorio donde suponía habían incinerado el cuerpo de Medina. Con una brújula en la mirada va y viene a pueblos por carreteras que parecen pasillos de viejos caserones y ve las luces de la ciudad o del pueblo como el reencuentro con un homicida que nadie percibe. Sólo al final, de boca de uno de los personajes, se sabe de la muerte de Medina a manos de una mujer quien era chantajeada sin escrúpulos. La política, señorona desde la izquierda delincuencial, el conservador partido de gobierno, un viejo santurrón también homosexual, dirigente de una organización sacramental católica y profesor de arte en la misma universidad donde impartía clases la víctima, forman parte de este entramado de simulaciones.

 

2

La noche ladra. Cada comienzo de capítulo de esta historia revela un toque poético. La naturaleza aérea, el amanecer o el atardecer, se teje como personaje en esta historia. El narrador entra y sale de las anécdotas y lo hace desde muchos puntos de vista. El lector se pasea por un inventario de recursos que enriquecen el corpus narrativo de la novela que —pese a su extensión— no se pierde en sus raíces adventicias.

La policía, penetrada por la corrupción, es puesta en jaque por este personaje, quien no descansa hasta lograr encontrar la verdad. Su mirada, a veces agria y cansada, otras de pico curvo, desnuda al interrogado. Se vale de las triquiñuelas propias de los veteranos policías para indagar en la psicología de quienes pudieran ser sospechosos. Derriba todos los argumentos tanto de sujetos de cultivada preparación como de sospechosos de baja ralea que de alguna manera juegan un papel relevante en la investigación.

La soledad, el cementerio de la primera página, el encuentro con otra soledad, dan cuenta de una historia que, al parecer, podría continuar en la realidad, pero que en esta ficción encontró finiquito.

Y como todo policía que se precie, es un fracasado en su vida personal. Solitario, de pelo descuidado y barba de días, mal vestido, a veces “malhablado”, aunque la mayoría de los personajes en esta novela lo son. Y al decir malhablados me refiero al modo de tratar al otro. O de qué calle provenga. Son personajes deslenguados, muy andaluces, muy sueltos en sus maneras. Esta forma acerca al lector a quienes desde las páginas hablan, farfullan, maldicen, gorrean cigarrillos o tragos o guardan silencio, porque hasta el mismo silencio a veces ocupa un lugar en esta novela de Federico Relimpio.

Cerrada la pantalla o la ventana hacia el pasillo de la estrecha calle, quedan los ladridos en la sombra. Julio Medina fue empujado por una mujer desde el octavo piso de un edificio abandonado, y hasta esa hora llegaron sus delitos y su porfía ideológica.

La soledad, el cementerio de la primera página, el encuentro con otra soledad, dan cuenta de una historia que, al parecer, podría continuar en la realidad, pero que en esta ficción encontró finiquito.

Alberto Hernández
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