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Encumbra tu corazón / Innalza il tuo cuore, de Alfredo Pérez Alencart

lunes 24 de agosto de 2020
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“Encumbra tu corazón”, de Alfredo Pérez Alencart

1

Detrás de las costillas se mueve un muy personal universo. Detrás de la curva oficiosa del pecho existe el ánima muscular, la ubicación perfecta para que la vida y la muerte se conviertan en eternidad, según la profundidad del pensamiento cristiano. Y allí, con precisa fruición, la poesía nos advierte de su necesaria presencia. Sístole y diástole representan el ir y venir simbólico que atiende a nuestras debilidades y fortalezas. Vivimos siempre pendientes de los latidos, de los sonidos de nuestra más crítica víscera, de sus sobresaltos, de sus taquicardias y bradicardias, de sus anuncios, de sus perplejidades, de los mensajes que nos envía. Por esa razón, las palabras que ese delicado órgano nos induce a decir están relacionadas con la altura, con el infinito, más allá de que el intelecto fragüe la inteligencia.

La intensidad del poema comienza por el pecho. Luego asciende, se hace cerebral, se piensa, pero antes es impulso, susto, una tan severa felicidad que duele o adormece. La imagen poética tiene asiento invisible en el pecho. Se hace visible como símbolo más arriba, en el cerebro —como escritura— donde habita la mente, los circuitos de la inteligencia. Pero es ese aparato perfecto el que sazona de sentimientos el ámbito creativo, da sentido espiritual al poema, por muy material, por muy alegórico, por muy alejado de los elementales argumentos del alma, el poema siempre forma parte cardíaca del espíritu. Y allí está la fe, como una semilla que siempre germina y, para los creyentes, siempre florece. El poema entonces es savia mística.

El pensamiento simbólico está sujeto, precisamente, a la mística, como afirma Blanchot, de allí que “Desde el principio, tenemos el infinito a nuestra disposición”. El corazón, mecanismo que se vulgariza como bomba, administra la “experiencia simbólica” desde sus latidos, desde los sobresaltos mentales producidos por el torrente sanguíneo.

Alzar el corazón, elevarlo, tiene asidero en estas líneas del ya mencionado Maurice Blanchot:

La cruz nos orienta hacia el misterio de la pasión de Cristo, pero no por eso pierde su realidad de cruz y su naturaleza de madera: al contrario, se hace tanto más árbol, y más parecida al árbol, cuanto que parece erguirse sobre un cielo que no es este cielo y en un lugar fuera de nuestro alcance. Esto es como si el símbolo estuviese cada vez más replegado en sí mismo, en la realidad única que posee y en su oscuridad de objeto, por el hecho de que es también el lugar de una fuerza de expansión infinita (Blanchot, Maurice: El libro que vendrá. Monte Ávila Editores, Caracas, 1969; p. 103).

El símbolo también es carne que se transfigura, se eleva, se encumbra.

 

2

Este libro de poesía de Alfredo Pérez-Alencart, Encumbra tu corazón, traducido al italiano como Innalza il tuo cuore, por Beppe Costa, para las editoriales Tiberíades y Pellicano Libro, con ilustraciones de Miguel Elías, en Salamanca, España, 2020, contiene toda la fuerza de esa simbología.

Desde el comienzo se siente la vida que late en estas páginas del autor hispano-peruano:

Enrumba tu corazón / para que el mundo / no te cuelgue // sus velocísimos ruidos,

Y desde esos dos versos que acumulan todo el significado simbólico que atañe al cristianismo, el poeta escribe:

No importa que mi carne / sea derrotada. // Soy, siempre seré / en el espíritu / pues llegué muchos antes / de mí mismo, // en el lejano tiempo, / cuando los árboles eran / infinitos // (…) soy y seré el que pase / por el ojo de la aguja / con las pupilas // siempre alucinadas.

Esta fe, esta manera de mostrar el corazón, tiene momento en la pasada niñez, mientras la lluvia congregaba el barro para el juego, para la elaboración de figuras que asistían a la imaginación. La misma que asumía la ruta hacia la consagración de los límites, de un límite, el viaje como idioma:

lengua / que conoce el polvo del camino.

O el tiempo, el que se detiene en los sueños, el que nunca se detiene en la realidad mientras el corazón advierte sus destrezas: “Volvamos a empezar”, dice la voz de este libro, y así el movimiento perpetuo de un órgano que se eleva para librarse del polvo contaminado. Por eso recurre a la memoria, a la fe, a la pobreza como designio que puede derrotarse.

El tiempo, siempre el tiempo, su calendario, la semilla, el semen, el corazón indetenible, la poesía, las palabras, la luz:

Dejé “la lámpara” / y un naciente fulgor / se hizo / indispensable.

 

3

Detrás del pecho, detrás de la armadura del cuerpo, un habitante se contrae, se dilata, se mueve, crece, encumbra sus latidos. La poesía forma parte de sus revelaciones.

Alberto Hernández
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