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A medianoche, de Rony Vásquez Guevara

lunes 28 de septiembre de 2020
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“A medianoche”, de Rony Vásquez Guevara
A medianoche, de Rony Vásquez Guevara (El Taller Blanco Ediciones, 2019). Disponible en la web de la editorial

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La hora, esa que sabemos eterna en el parpadeo, se mantiene estática por un segundo sobre el punto de las 12 en la oscuridad. Sólo basta un segundo para que comience otra instancia, otro enlace con la realidad. Mientras tanto, el sueño se recorta como una pantalla en la poca memoria del durmiente. Son palabras cortas, muy cortas, las que contienen la pesadilla, el sueño o la vaporosa meditación de una conciencia que no sabe, que no goza de tiempo, que no posee cronología, que es sólo un asomo.

A medianoche suelen pasar muchas cosas. Se aparece un trago entre los labios. Igual, un trasgo. Se desnuda una mujer sin pudor alguno porque el amor es para eso. Se sucumbe ante una explosión. Los muertos emergen de sus tumbas. Los vampiros hacen de las suyas. Los fantasmas visitan casas y apartamentos. Las ciudades guardan silencio. El campo florece o se incendia.

A medianoche son pocas las palabras.

A esa hora que ya no es hora, habla o escribe alguien: a su lado, quien ya no existe le dicta los relatos de su otrora existencia. Entonces, a medianoche, surgen los sueños hechos relatos; las pesadillas convertidas en reuniones entre enemigos. O los cuentos de caminos que ahora son minificciones, microorganismos verbales que habitan el ámbito de lo desconocido.

A esa hora, vuelve la voz a decirlo, nadie chista, pero si alguien está ebrio suele volver a cantar un pájaro. O una mujer deletrea los océanos, para enmendar el instante en que el que escribe estos muy cortos viajes, Rony Vásquez Guevara (Lima, Perú, 1987), se empina por la tanta imaginación y ha sido capaz de resumir el universo en pocas letras.

Por allí anda la medianoche, esa zona que divide el hemisferio en medio de la oscuridad, de la sombra del mundo para dar inicio a la alegría de la escritura. De ésta que hoy leemos, tanteamos o hacemos parte de nuestros sobresaltos en la cama. O trasnochados con los ojos puestos en la esfera del reloj o en la cuadratura de la pantalla. Porque el sueño se ha ido por un rato.

 

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Publicado en Bogotá, Colombia, en septiembre de 2019, por El Taller Blanco Ediciones, Colección Comarca mínima, A medianoche recoge un grupo de relatos donde el misterio forma parte de los momentos de los protagonistas de sus líneas.

¿Quiénes viven en estas anécdotas?

La respuesta es sencilla: todo aquel que las lee. Una leve raspadura, una tos, el ahogo, el soplo de viento contra la llama de una vela. Una ventana abierta para ver el movimiento de las nubes. Podría suceder que el lector se queda pegado a uno de ellos y no se mueve por un buen rato. Lo rescata el siguiente hasta llegar al final convertido en un sonámbulo. A medianoche suelen pasar muchas cosas.

Leer este libro nos convence de que no es necesario cerrar los ojos para ser testigos de una pesadilla. En muchos de estos relatos está ella, la pesadilla, el sueño que no queremos tener, aunque vale la pena entrarles y desafiarlos. De esa manera el lector se podrá convencer de que son reales, de que todo lo imposible, lo increíble, lo misterioso forman parte de nuestra existencia.

A medianoche se oyen voces. Estas son unas de ellas.

Alberto Hernández

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