
1
Viajar con el clima, con el paisaje en blanco. Vivir para cantar el frío, revelarlo con la primera mirada del país donde se nace y luego sentirlo con más cuerpo en el lugar ajeno, la marca de agua de otro idioma, la testarudez de traducirse día a día desde acentos extraños, lejos de la inflexión castellana, cerca de la vocación poética. Muy próximo del alma de las voces de quienes se allegan a la casa, a la Ciudad donde se guardan la memoria y algunos olvidos.
La poesía de Roberto Mascaró en este libro, Asombros de la nieve (La Liebre Libre Editores, colección Escampos, Maracay, Venezuela, 2004), con prólogo de Alfredo Herrera y Alexis Romero, destaca el viaje sin retorno. O el del que apremia el interior desde una geografía pasmosa, detenida, inerte sin tonos para relucir. La nieve es honda, siempre es una conclusión indetenible: el pasmo de la piel pero también la agudeza de la pupila. Y esa condición lleva al poeta a pensar en su brillo, en ser parte de él.
Herrera y Romero han escrito:
Roberto Mascaró, a través de su obra, construye su propio puente entre dos culturas y nos brinda la ocasión de vivenciarlo con él. Es así como compartimos sus asombros, sus nevadas, sus campos, sus calles de Montevideo. Las geografías de su vida se entrecruzan dejando los intensos rastros que podemos seguir, página a página, en este grupo de poemas escogidos para el presente libro.
Y, en efecto, el lector se siente tomado por la nieve, pero más por el espíritu que mueve las constantes de estas hojas: la luz, la memoria atada a las rúas de la capital de Uruguay, a los afectos que se asoman. Mascaró dejó su país de nacimiento hace muchos años y se instaló en el frío: se fue a vivir a Suecia, donde ha desarrollado casi toda su obra de poeta y traductor.
El frío montevideano no es el mismo frío de Suecia. No hay nevadas que se parezcan. La nieve de Suecia es un reflejo del frío de Montevideo.
En los textos, el lector podrá dilatarse con el yo del autor, y desde ese sujeto que se habla, que se dice sombrío (porque el sol es otro), una pregunta abre la puerta del volumen: “¿Soy oscuro?…” (porque la luz interior ciega muchas veces) y el canto de quienes lo acompañan en un campo de plátanos, “cantando solo por una calle, / en el silencio de la tarde oscura, cantando”.
Prosa y verso conforman el cuerpo de este poemario, en una suerte de descubrimiento del ánima de este poeta del que poco sabemos. Del que poco se habla, aunque cuenta con un palmarés respetable.
2
Los temas son un delta. Todos confluyen en un inmenso mar de imágenes donde la ciudad, el padre, el futuro, los viajes se entrelazan para darnos una idea general de una poética en la que el orbe y la “incólume Patria” se mueven para destacar lugares, traslados, tangos que quiebran la voz y un tren siempre en movimiento. La ciudad no se resiste a ser nombrada. La Ciudad y sus temperaturas: “La ciudad prometida”, la que anda y desanda en la mirada, en sus olores y colores, en la que muchas veces también pasa a ser olvido.
Oh ciudad
I
la soledad de un tren / a medianoche // la comunicación (murmullo) / más corriente aquí / es el silencio //
II
ciudad donde tengo que sentir / lo que otros sentirían // donde veo lo que otros / verían si estuviesen //
III
ah ciudad / entre el cloqueo del finlandés / y el rasguño del árabe // aquí estoy con mis huesos.
Y ese estar significa ir y venir con la memoria, con lo que se tiene a mano para respirar ese otro aire traído en los pulmones desde la otra ciudad, la dejada atrás, la del sur, para dejar alientos en la del norte, donde ahora están todas las palabras, todos los tópicos de lo cotidiano.
3
Asombro. Sin sombra: luz. Nieve la sintaxis del frío. Atravesado por la iluminación de la naturaleza, un personaje extrae del clima los secretos que el lector sabrá descubrir. Se trata de mensajes en los que el poeta cavila, piensa, deja en silencio o nombra para que las palabras que llegaron con él al otro paisaje no se extravíen. Mide con tacto firme lo que habrá de tocarle al cuerpo, ese enjambre de seducciones, las que la tierra, ese punto cardinal radical, le añade a su larga travesía. El poema se revisa. El poema porfía mientras un ligero temblor verbal aproxima al curioso, al que habrá de leer estas líneas:
Temperaturas II
noche adentro del lugar donde todavía no estamos / hoy desnudos de // no // desahuciados / muertos / porque / la boca habla y se desangra la música / licua la nieve en silencio mientras / no / queda fuera del juego ningún brazo ninguna / boca deseada ningún niño o pierna o cárcel / o milonga o frontera // no se nos queda aquí / cosa ninguna punto o coma nadie / crea que la nieve se licua sin la música.
La lectura es precipitada, violenta, mientras el paisaje se desdibuja, se retrae. El poema habla e intenta callar su propia inflexión. Vuelve a la carga cuando la nieve resurge como voz, como calor, como helada presencia, como color desvaído.
4
“Hambre de imágenes”. Esta declaración recorre todo el libro de Mascaró. Por doquier, por todos lados de esta poética están las imágenes, los asombros y recorridos de los sentidos, sobre todo el de la mirada, esa sustancia que le agrega a los ojos la posibilidad de la ceguera. La nieve ciega, blanquea el mundo, borra el suelo, agita el cuerpo y aligera la memoria.
El poeta de “Estrategias de viajante” así lo deja saber entre el ramaje de su prosa. Camina, se instala en un tren, vuela para ver el lomo sinuoso de la tierra donde la nieve impera.
Un poema para no dejarlo ir:
Interior vacío
I
dos pequeños triángulos
de agua semisucia
que dejaron los tacos de tus botas
al llegar
es
todo lo que queda
II
si un poeta japonés
fuera yo
escribiría este jaicu:dos triángulos de agua
sucia en el suelo
dejados por tus pies.
Las huellas del poema siguen allí, impresas en la nieve.
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