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hacer daño, de Carlos Egaña

lunes 18 de enero de 2021
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El viejo Fernando Paz Castillo lo deja anotado y Carlos Egaña lo usa como epígrafe, como revelación de quien sigue como un eco en este incómodo tiempo, cuando las penurias y la vida, esa que llaman “la vida misma”, recrudece su presencia como realidad áspera, herida, repulsiva.

Así dice el desaparecido poeta caraqueño:

La vida es una constante / y hermosa destrucción: / vivir es hacer daño.

“hacer daño”, de Carlos Egaña
hacer daño, de Carlos Egaña (Oscar Todtmann Editores, 2020). Disponible en Amazon

Y así mismo, ese sentir tanto que deja de sentirse, como podría embarcarse la traducción del espíritu de Danez Smith, Carlos Egaña escribe un libro donde aparecen muchos de los asuntos que le atañen como ser viviente, como ser que vive y “daña”, como ser que sabe que la vida es un sentir que puede dañar con el solo hecho de ser. Porque ser es también una ocupación, un estadio en el que estar deviene permanencia, roce, fracasos, derrotas, dolores, afrentas, agonía, agobios, muerte, mientras el atractivo de la eternidad es un trasunto equívoco desde la mirada de quien sabe que es dañado, hermosamente destruido.

El poema, el extenso poema que aquí se lee, comienza con una bofetada. Y sigue su después en una suerte de side-step en el que la vida irrumpe con la violencia propia de su naturaleza.

En ese transitar está el paisaje urbano desolado, una mujer, martha, el misterio, el hastío, la ciudad de caracas: todo en letras bajas, en minúsculas, como un mensaje visual que podría traducirse en la minusvalía de esa vida que daña, pero que también es dañada. El exilio en un país que nos visita cada vez que nombramos el exilio, panamá, y la presencia del pasado perfecto en las acciones que laten cerca de la piel de un nominado ezra pound. Una quejosa letanía que atina en el centro sensible del lector, quien pasa a ser voz alta en medio del bullicio que viene de una calle, de un tumulto. O del silencio que también hace ruido.

hacer daño fue publicado por Oscar Todtmann Editores y es el vigésimo octavo libro de su colección Poesía (Caracas, 2020).

Quien lee uno de estos poemas entra en “sueños destructivos”, en un mirar hacia atrás entre las torpezas personales confesadas por el poeta, sus desaciertos deportivos, o “mi pene me ha fallado, mi paciencia es mi enemiga / un cuerpo es una jaula cuyas visitas valoro mucho…”, y asoma la tesitura del tiempo por venir, el porvenir, el futuro “sobrevaluado”.

Desde este momento, desde este instante del poema, quien lee recurre al silencio. A una pausa.

 

2

hacer daño fue publicado por Oscar Todtmann Editores y es el vigésimo octavo libro de su colección Poesía (Caracas, 2020). Es decir, durante un año dañoso, un año vitalmente duro. Un año horrible como los anteriores que hemos vivido y como creemos que viviremos otros más. Unos años que han dañado la vida y han hecho que la vida dañe a muchas vidas que ahora no están o no estarán. Entonces el futuro, ese que ahora es pasado, también “sobrevaluado” en tanto en cuanto transcurre en presente la vida.

“Enséñame a reír a través de las lágrimas”, dice Eugene Thacker invocado por Carlos Egaña, para dar inicio al poema “Völkerwanderung”, que refiere el período de las grandes migraciones en ya olvidados siglos por allá en el otro lado del mundo, que se ha volteado y es su reflejo en este en el que nos toca vivir, migrar, ser prosa gritada en minúsculas, prosa que describe y narra la sociedad del hastío, la náufraga, la que cruza fronteras a pie, la sociedad del tiempo por decir que vivimos, y de esta manera, para advertirle al lector, nuestro poeta desliza: “no te apiades de mí”, ya dañaste.

Somos, como seres vivos, referentes de alguna tragedia que ahora es parte de nuestras actuales páginas, de nuestra agitada realidad de no estar en el lugar donde hemos nacido. La lejanía, el éxodo entre preguntas, reclamos que son escritos para hacer saber que el daño podría estar en nuestras manos, las que escriben como reveladoras de su igual estado de silencio y palabra:

la sangre que chorrean mis dedos / al caer como granizo sobre el teclado / al envolver cual pitón el micrófono.

 

3

Sigue el mismo ritmo de rafael cadenas. El mismo yo, o el yo del mismo el otro. El cadenas inicial, el de “derrota”, el de aquel poema letanía que hoy Carlos Egaña suscribe desde una vida que no ha cambiado y sigue siendo derrota con nombre de “victoria”, en esa primera persona derrumbada, para más adelante ser lamento a través de “el salmo que nunca escucharás en su poema”.

(Quien se sumerge en este texto sabrá que hay una genética poética de la que tanto Rafael Cadenas como Carlos Egaña forman parte, como la historia personal y colectiva de una tierra donde la vida se ha hecho más dañina: más cárceles, más encierros, más soledad, más desolación, más huidas, más sombras, más dolores y venganzas).

 

4

¿Cuántas estatuas cagadas por los pájaros? ¿Cuántos nombres de héroes, de silbidos del tiempo ocupan los espacios que traen el pasado en apellidos que siguen en los libros como héroes?

El poeta los nombra, son vascos, como bolívar o egaña, como la compañía guipuzcoana, como el sol que cae sobre Coro o sobre el mapa desleído del país constantemente dañado.

La polis, la ciudad, la caracas en minúsculas, que podría ser cualquier ciudad del mapa aislado, dañado, roto.

Y siempre en minúsculas aborda al existencialista Kierkegaard y lo tutea con un insulto. Lo sacude con una muy cotidiana expresión que deja en discusión la también presencia de Laureano Vallenilla Lanz en el recodo de la historia: “sonríe / desde la cubierta del tomo de ayacucho”.

El hombre aislado, asoleado, renegado en su “abismo”. El hombre que también aborda a fausto entre signos de admiración, entre iteraciones que luego confirman las ganas de decirlo todo, de no abandonar la vida por muy dañada que ella esté o sea portadora de todos los virus biológicos o espirituales.

Por eso se impone la primera persona en una suerte de ajuste de cuentas con él mismo:

un varón como yo jamás rompería pétalos.

¿Qué se le puede pedir a Cesare Pavese, aquel que se deshizo de la vida y habló desde ella para decirla laboral, fabril, configurada como una manera de ser o de estar? El poeta se revuelve en el daño desde el verbo, porque “la historia de la desdicha es la historia de la poesía”.

 

5

Mucha de la escritura de nuestra poesía actual está centrada en la vida del hoy que nos daña. En la vida que nos han inventado para dañar. La polis, la ciudad, la caracas en minúsculas, que podría ser cualquier ciudad del mapa aislado, dañado, roto, forma parte de esa poética que respira, se ahoga, agoniza, muere o reencarna en otro que también pasa por el mismo proceso. Nuestra poesía, la más joven y también la que no lo es tanto, canta a lo que descubre en la vida golpeada, desolada, desasistida, acorralada, y el poema canta, se desahoga, dice desde él mismo lo que es la imagen del otro desgarbado, sitiado por la ciudad calumniada, destruida.

sobre mi espalda jorobada / me empuja al suelo el peso de las memorias. / no puedo andar erguido cuando / el disparo a mi integridad, mis creencias, mis emociones, mi dicción / no sana (…)

Me duele mi espalda / recibo comentarios sobre su forma con rabia / pero la prefiero encumbrada / que saberme una planicie sin adorno…

El símbolo se revela en el defecto del cuerpo de un sujeto/país, en la desvertebración de un cuerpo que siempre ha recibido el daño, la calumnia y los “comentarios”.

Un recital, una reiteración, una iteración, un sonido que faculta a quien lo lee desde la lealtad, desde el lugar donde quien se humilla pierde toda destreza, toda fortaleza, toda vida.

Y así,

agradecerás el dolor y el daño irredimible.

Y para ser más límite, más tenebra, más línea que divide:

…que sea el otro el que sufra.

Este libro de Carlos Egaña, más allá de alguna perpetración crítica, es un registro de lo que muchas veces se oculta. Es un inventario de imágenes que forman parte del diario convivir: vivir mata, vivir daña y hace daño al otro. Y casi con Pavese: vivir cansa, stanca.

 

(***)

 

Precisamente, de Lavorare stanca, que es como afirmar de El oficio de vivir, unos versos de “La puta campesina”, del poeta italiano:

Muchas veces regresa en el lento despertar / aquel deshecho sabor de flores lejanas / y de establo y de sol. No hay un hombre que sepa / la sutil caricia de aquel acre recuerdo.

Caracas, la cuestionada, la polis dañada como la vida que daña, es sólo el recuerdo de un instante. Y así, los fantasmas que la habitan siguen cantando, pese al cansancio, la destrucción y el sufrir.

 

6

Los versos que terminan esta aventura:

no sé si tenga suficiente bravura
para salir después de la familia

y apagar la luz.

(***)

caigo dentro de ti,
dentro de tu nombre,
vuelvo algo distinto a la nostalgia y, sin embargo.

Ese “sin embargo”, en rojo, ese pero, ese posible no sé o si sabe: el daño, la vida.

Alberto Hernández

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