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Nenúfares malogrados y otras pesadillas, de Miriam Mireles

lunes 1 de marzo de 2021
“Nenúfares malogrados y otras pesadillas”, de Miriam Mireles
Nenúfares malogrados y otras pesadillas, de Miriam Mireles (El Taller Blanco, 2021).

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Veintiséis sueños, abonados con sus respectivas pesadillas, han sido vertidos en un libro por la maracayera Miriam Mireles, quien en prosa limpia y poética lleva al lector de la mano por sus laberintos oníricos, donde lo simbólico y una realidad íntima, pero compartida con los personajes que invoca, forman parte de los miedos, sobresaltos y hasta juegos inocentes de quien durante esta veintena de registros interiores permite saber de la densidad de cada segmento de su escritura.

El libro, editado por El Taller Blanco, en Cali, Colombia, en enero de 2021, permite conocer, luego de un largo silencio, las búsquedas de esta autora que ha sabido respirar entre las matemáticas y las letras, entre los números enteros y las ecuaciones, las metáforas, los símiles y demás sorpresas. Su título, Nenúfares malogrados y otras pesadillas, se sostiene —precisamente— en los mismos sueños, los que de alguna manera hacen que el lector no salga de la pesadilla durante un buen rato: compartir una pesadilla podría ser parte de un viaje de ficción que valdría la pena resaltar, puesto que habría que entrar en el sueño ajeno y formar parte de una cadena de emociones. Cuestión que ocurre con esta lectura.

 

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Poemas narrados, narrativos, narradores, narratarios. Poemas que cuentan y descuentan, como todo en los sueños cuando hay pesadillas. Poemas en prosa poética con poética en prosa. Y así hasta el despertar cuando el sueño ha sido puesto a prueba por las pesadillas, que no son más que intrusas que subvierten el tiempo de los sueños y alcanzan a despertar sospechas.

Toda pesadilla esconde algo.

Despertar, como pasa en uno de estos sueños de Miriam Mireles, representa hacerse cargo de los rastros, marcas y cicatrices que, por ejemplo, han sido parte de la aventura de estar en un sueño con pesadilla agregada.

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No he dormido. Después de tres días de agua y sal, cuando abro el ventanal encuentro sobre el vidrio tus marcas de fuego. Son marcas de pesadillas. La brisa me hace olvidarlas. Unos rastros de la luna en menguante. Llego a pensar que otra vez me he dormido. Para encontrar el sueño, ato las esquinas del vestido de gasa muy blanca. Disimulan las marcas. Disimulan tus marcas de pesadilla.

 

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Pero también son relatos, cuentos, microorganismos verbales que hacen que el lector se pregunte dónde se encuentra, si en la realidad de la lectura o en la lectura de una realidad. Se pregunta quien lee: ¿en qué dimensión estoy en estas líneas?

Pasan las horas, las palabras envueltas por el sueño. Volver al día con la noche a cuestas, con los silbidos de los personajes que acuden a cada segmento, a cada incoherencia que aprovecha la pesadilla para colarse.

Entonces, protagonizan, como pasajeros, algunos sujetos de otra realidad, la de la ficción literaria que una vez fue mirada infantil: Caperucita roja, Harry Potter, Blancanieves, el título de Aquiles Nazoa: “Historia de un caballo que era bien bonito”, Hansel y Gretel y seguramente, con música de fondo, una escena de la película Titanic. En esos poemas las pesadillas articulan un discurso de terror, de sublevación. O de una paz sorpresiva.

Muchos sueños tienen sus días de aparición: cuentan con almanaque y habría que soñar si hay alguna hora escogida por el mismo sueño para aparecer en el sueño de esta poeta que ha dedicado este libro a imágenes tan públicamente personales que ya son propias de quienes al terminar el libro se dedicarán a soñar con sus respectivas pesadillas.

Alberto Hernández
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