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Preámbulo, de Antonio López Ortega

lunes 31 de mayo de 2021
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“Preámbulo”, de Antonio López Ortega
Preámbulo, de Antonio López Ortega (Monroy Editor, 2021). Disponible en Amazon
Mamá tenía razón: debemos alojar los recuerdos en nosotros mismos sin volver a posarlos imprudentes sobre las cosas y seres que van variando en el rodar de la vida. Los recuerdos no cambian y cambiar es ley de todo lo existente…
Teresa de la Parra: Memorias de Mamá Blanca.

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Regresar al pasado a través de la voz ajena, de una voz que se hace pertenencia, visibilidad en quien asume el riesgo de inventariar los recuerdos del otro, de quien ha recogido una historia y la plasma a través de la vocación u oficio del escribiente. Vieja herencia que retorna a veces para biografiar los pasos de los más cercanos e, inclusive, de sujetos desconocidos que se van descubriendo con el paso del relato. Desde el tino de muchos datos, el biografomensor se vale de la voz del Otro para organizar existencias, lugares, geografías, casas, habitáculos, fantasmas, ecos, muertes, tragedias o victorias, entradas y salidas de sombras humanas y animales y hasta de milagros que hacen de sus personajes sujetos eternos, calcados en las páginas.

La crítica, el estudio literario, ha dado en definir autoficción lo que antes era autobiografía, por supuesto, sin dejar de pensar que se trata de referentes que podrían ser reales o imaginarios. Se trata de una biografía novelada en la que quien cuenta es un narrador invitado desde la confianza, la consanguinidad o la enemistad.

La historia de la literatura es muy rica en este género que hoy puede confirmarse a través de novelas, cuentos o diarios, como testimonios vaciados en primera, segunda o tercera personas, de lo que se ha vivido a través de los otros o desde la perspectiva de un sujeto/narrador que podría pasar como realidad o apariencia, reflejo del recuerdo o de la misma desmemoria, convertida en ficción, en invento.

 

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Se relata desde el seno familiar, con la voz del padre o de la madre, pero también con la voz de quien es hijo o nieto, de quien ha sido esposo, de quien va y viene en la boca de un narrador que tiene asiento, mucho más allá de quien firma la novela, de quien la escribe y le deja toda la historia a Antonio López, quien viene a ser el papá del padre —Antonio López— de Antonio López Ortega. Los Flores y los Levy en una conjunción de cruces anecdóticas. De manera que se trata de una biografía familiar: la genealogía de un segmento de la Venezuela que forma parte de una “muestra de intimidad”, “una escritura de recuerdos” o “la retórica de la memoria”, como algunos críticos han afirmado. Y, en efecto, es un paseo por la memoria de un hombre que cuenta la historia del micropaís, la historia de las casas, de las mudanzas, de la diáspora, del insilio que provocó el deseo de avanzar socialmente. La patria casera, la de la consanguinidad, la que tiene referentes en otros escritores.

La lectura de Preámbulo (Monroy Editor, Caracas, enero 2021) se hace cercana a la de Memorias de Mamá Blanca (1929), de Teresa de la Parra (1889-1936), quien cuenta, desde el personaje que le da título al libro, la vida familiar y la de la Caracas de antaño. La crónica familiar es también parte de la historia nacional, pero en este caso la intimidad casera empalma con la noticia pública.

Un género que es poco usado, toda vez que la novela algunas veces la desestima (aunque hace uso de él para enriquecer anécdotas) en procura de alejarse de una realidad apabullante. La ficción es menos pesada, aunque suele alterar ciertos ánimos.

 

Hombres y mujeres, pero sobre todo las mujeres, juegan un papel protagónico en este libro de López Ortega.

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El relato se mantiene con las varias voces que transitan por estas páginas. El narrador interrumpe a veces para desde una primera persona ampliar más en la intimidad. Introitos y digresiones para fortalecer la línea narrativa. En tal sentido, la hibridez de la técnica favorece la lectura y descubre las partes más íntimas de los personajes.

Una suerte de épica familiar: el viaje desde Zaraza, población del estado Guárico, hasta Caracas. Las diferentes mudanzas en la misma capital. Los viajes de los hombres para poder ejercer el dominio de sus labores. Es decir, una gran movilidad social que hizo de Venezuela un país de cruces e imbricaciones, de instantes y permanencias. Un país personal, hogareño, pero que remite al que se mueve en la calle, en la Venezuela que comienza a salir del conuco para entrar en la empresa petrolera. O en negocios que duran poco por los avances de alguna guerra. La Venezuela que termina en el sexto grado o en el bachillerato a medias para continuar en Caracas en los liceos o la universidad. Es el país que le abre las puertas a la clase media, una aporreada, otra con ínfulas de seguir avanzando hasta conseguir que los apellidos se inserten en el alma nacional.

Hombres y mujeres, pero sobre todo las mujeres, juegan un papel protagónico en este libro de López Ortega. El lector que conoce parte de la biografía del autor, con ansia se pregunta cómo y cuándo llegó a Punta Cardón en el estado Falcón. Hasta que aparece ese momento y se imagina que en 1957 nacerá quien ha usado la memoria familiar para contar un mundo donde existió una tradición de relatar, resumir, “desde uno mismo”, la historia del país, la historia de la gente cercana: la genealogía de una nación.

Quien cuenta también menciona a muchos personajes y lugares que han formado y forman parte de nuestra realidad y que con el tiempo conforman el imaginario obligado de nuestras biografías. Guárico como nicho de una peste que acabó con poblaciones como Ortiz y Parapara, pero que también hizo de las suyas en el resto del territorio. Referentes humanos como Lisandro ¿Alvarado?, los hermanos Irma y Nicolás Felizzola (éste, a quien se le construyó una de las leyendas más recitadas y cantadas en el llano guariqueño), el viejo Gabaldón (¿emparentado con los ya históricos?), la familia Fernández, la de los Helados Efe, así como el Chocolate La India, empresa con la que lidió la familia de esta novela; Armando Reverón, los Soublette, los Mancera, la doctora Pantin, entre otros que posiblemente sean los tantos fantasmas que forman parte de cada familia.

Cabe preguntarse si se convertirá en una saga, porque aún queda mucho que contar.

Leído el “preámbulo”, listos para el resto de la historia.

Alberto Hernández
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