
“Que el poeta sea invisible, que la subjetividad
sea una ficción, que lo impersonal sea casi una obligación…”.
María Fernanda Palacios
1
La palabra, para decirse.
Y la angustia, la tabla sobre la cual vivieron las pasiones. Contar fue para Agustina Ramos una fijación obsesiva, por los diversos cuestionamientos que ella misma hacía a la realidad y a sus propios trabajos.
Si en verdad se puede hablar —muchos lo hacen— de una literatura femenina, Agustina es lo menos parecido a esa etiqueta. Desmedida, desmesurada, indagadora de sus propias errancias, construyó una narrativa que cuestionaba la relamida actitud de ciertos experimentalismos e ideologías callejeras e íntimas. No sucumbió ante esa moda tentadora de los “monstruos”, diseñados por escuelas enfrascadas en aturdir con un lenguaje que sólo era eso, lenguaje.
Hizo, entonces, un vaciado completo de esa dicotomía tan en boga en los últimos tiempos. Una lectura nos la señala agresiva, muscular y sanguínea, imbuida en sus propias historias en un correr de tiempo que fijaba claramente una anécdota llena de energías represadas. Para Agustina Ramos la realidad era una mirada que le marcaba la piel, la escrutaba, cruelmente a veces. En Agustina no había una mujer que narraba. Había una narradora que tenía en la escritura una manera para desnudarse, para trascender más allá del hecho de ser mujer.
2
Hay un submundo que a veces se desdibuja. Nuestra autora lo puso a la orden de las palabras. Cada límite, rincón o sombra formó parte de sus escritos, creando en algunos lectores una mueca de displicencia, arrogancia crítica o vahído amanerado. Una tensión interior la hacía dura, poco dada a los acercamientos, inquebrantable en sus juicios, pero dueña de una ternura oculta que se derramaba en cada intento por seguir existiendo.
Esta mujer invisible, trasunto revelador, permite una voz cuya elegancia no es precisamente lo que la eleva.
Para el creador, para una mujer sensible arrollada por el contenido de su propia mirada, de su escozor cotidiano, contar-narrar desde su adentro vapuleado era lo más desgarrador para quienes la conocimos. Así, esta mujer invisible, trasunto revelador, permite una voz cuya elegancia no es precisamente lo que la eleva. Su entidad como moldeadora del medio está centrada en la tiranía de la realidad. Hizo de ella un pozo de donde extrajo todas las imágenes posibles, las más ocultas, decantando su propia pasión, limitando, a veces, otras miradas.
3
Prolífica, abortiva, violenta, tierna, observadora, Agustina Ramos nos dejó una muestra de su incesante labor. Trabajadora de largo aliento almacenado en una febril acción. Relatos, cuentos, poemas, guiones teatrales, dibujos, tallas en madera, proyectos, razones y sinrazones, augurios y adivinaciones en la mano inquieta de una cualidad desmembrada.
Los personajes de Agustina son todas las Agustinas que multiplicaron su silencio. Brújula en mano se hizo acreedora de una terrible furia, muchas veces contenida. Otras, muy evidente. Y puso en santo sitio diabólicos gestos que la acercaban a la sacralidad que ella finalmente pudo entender, como antiguo oficio humano volcado en la fe en las palabras.
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Este primer título, Rubieras, del Fondo Editorial “La mano junto al muro”, de la UCV-Maracay, colección “Los apetitos prohibidos” (1993), obtuvo mención honorífica en el Concurso de Narrativa 1985 de Fundarte. El jurado estuvo compuesto por Manuel Caballero, Oscar Rodríguez Ortiz y Denzil Romero, quienes recomendaron la publicación de estos relatos, pero el olvido fue más fuerte que el interés.
Con esta publicación del Departamento de Cultura/Coordinación de Literatura se celebró el 55º aniversario de las facultades de Agronomía y Veterinaria de la UCV-Núcleo Maracay.
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