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Pronombres personales, de Isaac Chocrón

lunes 14 de junio de 2021
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Isaac Chocrón
Isaac Chocrón supo interpretar lo que ahora, en este mismo instante, somos, sólo pronombres.
“Pronombres personales”, de Isaac Chocrón
Pronombres personales es una novela venezolana de nuestras tragedias.

1

No son personajes ni personas. Son pronombres. Yo, Tú, Él, Ella, Nosotros, Nosotras, Ustedes, Ellos, Ellas, todos al borde: en medio de una tragedia que conmovió a parte del país, menos al poder de unos gorilas que andaban celebrando unas elecciones.

Y están los desterrados: Alguien, Aquellos, Este, Esta, Esos, Aquellas, Eso, Algunos, Aquel y Estas. Pronombres sin nombres que luego hablan en nombre de sus nombres de la tragedia de Vargas, de la caída de las Torres Gemelas, del terremoto de 1967, también de la conmoción que se ha convertido en una dictadura.

Y todo desde un narrador que se multiplica como personajes, guiados por un experto en dramaturgia, Isaac Chocrón, quien sin pepitas en la lengua desnuda la condición humana de judíos, cristianos, ateos, hetero y homosexuales, viejas cacatúas, muchachos y muchachas perdidos en sus dudas o creencias y demás especies de la humana realidad, tan humana que caben todas en esta novela poco conocida o comentada del escritor venezolano nacido en Maracay y criado por el mundo entero desde Caracas.

Pronombres personales (una publicación de Los Libros de El Nacional, Caracas, 2002; reedición de Mondadori, 2005) es una novela donde no sólo desde la ficción deslumbra sino desde una realidad tan clara que quien la lea se verá en ella como participante. Es una novela venezolana de nuestras tragedias, de nuestras desigualdades, de nuestros pecados y virtudes, de nuestras muertes y tantas vidas perdidas en vida y en ensueños.

 

Un paralelismo: la tragedia de Vargas y la caída de las Torres Gemelas. Ambos eventos, uno natural y otro provocado por la perversión humana, dieron al traste con muchos destinos.

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Un círculo de “amigos” resumido en estos nombres le dan cuerpo a la historia: Arturo, Verónica, Bernardo, Agustín, Aarón, Moisés y Rebeca, Juanca y Manuel, Victoria y Aura, y otros secundarios, se mueven en medio de tantos conflictos, colectivos y personales, y conforman la novela que Chocrón dejó como lectura de los venezolanos.

Novela profética, como casi toda creación literaria, que habrá de descubrir lo que nos acontece hoy como país, desde la tragedia de Vargas hasta la desmesura totalitaria que ha convertido a Venezuela en un camposanto, en un cementerio que tiene en la violencia y odio del poder como emblema para otras escrituras que ya forman parte del imaginario nacional.

Un paralelismo: la tragedia de Vargas y la caída de las Torres Gemelas. Ambos eventos, uno natural y otro provocado por la perversión humana, dieron al traste con muchos destinos. La muerte se aposentó y se hizo la palabra más importante del diccionario cotidiano de los venezolanos y americanos.

 

3

El relato o los relatos terminan así, como un resumen del país:

…En nuestro pasado, todos nos queríamos. De lo contrario, no hubiésemos fortalecido el grupo con nuestros afectos y nuestras preocupaciones por cada uno. Si se necesita prueba, yo ofrezco mi agradecimiento por el cuidado que todos me brindaron cuando sucedió el desastre. No sé por qué, a veces, me parece similar al del 11 de septiembre en Nueva York. Debe ser porque surgió una fraternidad que pareció eterna. Creímos que de allí en adelante estaríamos unidos para siempre. Unidos y felices. Ahora soy yo, la confesa sobreviviente en esta sarta de muertes y de desarraigos, que se da cuenta de nuestro involuntario error. No éramos felices. No estábamos seguros. No entendimos que la vida no se trata de ser feliz y estar seguro, sino que se trata de estar alerta, como sicópatas, ante ella. Sentirnos primeramente “pronombres”, no personajes ni personas. Si nos hubiésemos sentido simplemente “pronombres”, no hubiésemos corrido el riesgo de perder identidad, herencia y razón de ser. Hubiésemos sido unos más de aquellos que escribieron en las paredes de sus casas “el grito de guerra”, como lo llamó José: “¡Estamos vivos!”. Siete y media de la tarde. Llegó la noche y me tomaré un whisky. Con varios se me olvida todo. “No me los cuentes”. ¡A tu salud!

Y brindó por los muertos, por los ausentes, por los exiliados, por los desplazados, por un país funerario. Fúnebre.

 

4

El narrador comienza así: “YO estoy consciente de mi osadía, de mi atrevimiento, en escribir lo que usted ahora ha decidido comenzar a leer. Curioso el asunto de la escritura…”.

Más adelante, en la misma página: “Peor aún: nadie se imagina y menos se atreve a predecir cómo será este nuevo país. Estamos viviendo en una encrucijada, sabiendo que el camino que nos trajo hasta aquí desapareció como si se lo hubiese tragado uno de esos tornados que azotan de vez en cuando el sur de Missouri”.

Chocrón dejó este mundo a tiempo para enterarse de lo que su mirada había entrevisto.

La voz del narrador, de esa primera persona que abre la historia, sigue asomando, desde 1999, lo que es hoy Venezuela. Es una novela, no es histórica ni nada parecido. Es la novela de unos personajes que no quieren ser personas sino pronombres, que se multiplican desde la intimidad o desde el pequeño grupo de habla de sus asuntos. Chocrón no escatimó en críticas: habla de las pequeñas cosas de la comunidad de judíos, de sus climas familiares, de sus costumbres, sin acento alguno en esconder nada. Son pronombres que se hacen personas con nombres y apellidos. Son protagonistas de varias nacionalidades: españoles, italianos, centroeuropeos judíos, portugueses, venezolanos criollos que se juntaron para organizar desde sus miradas las crisis, los dolores, las muertes, la violencia, la ingrimitud de “soledad a soledad”.

Cada pronombre es un relato donde caben todos los pronombres restantes. Chismorreos, infidelidades, traiciones, vidas truncadas, creencias religiosas, dudas. Y el paisaje permanente de Carmen de Uria, de Vargas destruida por la naturaleza. En ese marco, en ese retrato, se mueven los personajes.

Y así, este primer pronombre afirma que “El libro del Génesis había concluido”, para destacar la perversión de un proceso de cambio de una Constitución que fue más importante, en la mirada y espíritu del sátrapa, que los miles de muertos y desaparecidos en la terrible vaguada de aquellos días. Y así comenzó el primer éxodo de venezolanos al extranjero. Luego, años más tarde, vendría el segundo; ese no aparece en la novela, pero sí se advierte.

Chocrón dejó este mundo a tiempo para enterarse de lo que su mirada había entrevisto.

 

5

La inversión del tiempo: primero el final y luego el comienzo, da cuenta del madrugonazo de la historia, del no sorpresivo viraje de nuestra cotidianidad. Somos una tragedia, somos pronombres personales, sombras anónimas, sujetos al discurso de quienes nos imaginan.

Isaac Chocrón supo interpretar lo que ahora, en este mismo instante, somos, sólo pronombres, parte de la gramática de una realidad llena de voces extraviadas.

Alberto Hernández
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