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Abril y otros poemas, de Circe Maia

lunes 6 de septiembre de 2021
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Circe Maia
Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932).

1

No sé si abril es el mes más cruel. Sólo sé que la poeta Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932) ha hecho de esos días un poema en el que el pasado, lo que recuerda de su infancia, es un estado anímico donde una mujer, su madre, forma parte de un verso que cierra la hora, el que canta en la voz de esta poeta sureña y deja un sabor a casa cálida en el lector.

“Abril” es el poema que hace un libro, que configura el resto de los textos que en ese libro viajan felizmente, ataviados por la elegancia de una escritura también delicada.

Dejemos que “Abril” nos lo diga:

Este día tan lleno de niñez
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.

(…)

—a veces, sí, se puede—
abrir puertas cerradas hacia días remotos;
las mañanas del sol y un aire limpio, fino,
los bancos de madera por el borde del parque,
las veredas desiertas,
un viento decidido con la cara, frío,
y en la mano, tibieza de la mano materna.

La voz de la poesía, de esa delicada palabra que se convierte en mano, en caricia, sugiere una niñez protegida. Un lugar para respirar y luego, pasado mucho tiempo, rememorar esa hora cuando la noche es una mano, un instante tibio de infancia.

 

2

Y aparece un lugar, seguramente otro instante, otro momento que se queda grabado: un trozo de tierra, de geografía inacabada. Un lugar que ya no es. Un lugar que tuvo lugar en un sitio, y así, como la corriente indetenible del tiempo, remar hacia otro clima:

Donde había barrancas

(…) Mira que se ennegrecen las blancas horas
y de querer pararlas ya casi duelen,
Caen al alma fríos y de ceniza
los golpes que en el agua dieron los remos.
Y atrás se ve la cara tersa del río
el rostro del verano, azul y liso.

 

3

“…y otros poemas”, porque la alteridad, la otredad, el otro que se esconde o se asoma en las palabras propias. El otro en el yo o en el mismo otro que altera el mismo pronombre escindido. El que habla desde el acento del poema y se hace protagonista, personaje doble, entidad repetida, otra voz o la misma desde el eco interior, el acento de los ausentes:

Por detrás de mi voz

Por detrás de mi voz
—escucha, escucha—
otra voz canta.
Viene de atrás, de lejos;
viene de sepultadas
bocas y canta.
Dicen que no están muertos
—escúchalos, escucha—
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.
Dicen que ahora viven
en tu mirada
(sostenlos con tus ojos,
con tus palabras,
sostenlos con tu vida,
que no se pierdan
que no se caigan)

 

4

El ser femenino, presente en los poemas de Circe Maia, toma cuerpo más cercano en este poema:

Esta mujer

A esta mujer la despierta un llanto:

(…)

Cada hora germina otras horas y todas son peldaños
que ella sube y resuenan.
Sale y entra y se mueve
y su hacer la ilumina.

Su verba continúa elevando contenidos. La poeta es una deriva de su tiempo, un cambio de muchos rumbos para multiplicar su creación. Tantea en la sensibilidad de su otro yo, el que siempre canta, para decir con excelencia imaginativa en

No habrá

Construyendo los días uno a uno
bien puede ocurrir que nos falte una hora
—tal vez sólo una hora—
o más o muchas más, pero raro es que sobren.

El tiempo como tema, la incertidumbre frente a esa ineludible e indetenible máquina invisible, que se hace personaje en nuestra piel, en los ojos cegados por la niebla de la edad. O por la levedad del ser que nunca se niega a ser.

Por eso:

Lo mejor sería no pensar demasiado
en ellas, las palabras. Ellas vienen
así o de otro modo y no es tan importante.

Porque cada vez que el poema destaca en “la trama de los días”, es palabra ganada, palabra que queda, palabra que defiende la ausencia, el eco o el silencio.

De allí que “la hora vieja no cae cortada”, imagen que podría ser interpretada o no, dejada ser, como todo poema.

Y al “Final”:

¿Cómo aprende la luz a oscurecerse?
¿Debe haber ejercicios de opacamiento?

Poética que abre, en lugar de cerrar las puertas de los “días remotos”.

Alberto Hernández

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