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Lunar de viento, de Jason Maldonado

lunes 11 de abril de 2022
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Paul Celan nos advierte, desde un epígrafe que Jason Maldonado usa para darle cuerpo a su libro Lunar de viento que la editorial Lector Cómplice publicó en Caracas en el año 2013:

Maligna como palabra de oro esta noche comienza.

Y precisamente, envuelto este cronista por las sombras de la madrugada, comienzo esta escritura donde la poesía es parte de la noche y del oro que las palabras, tan malignas como benignas, pasean por las páginas que Maldonado ha sabido trazar para ser maceradas por la lectura de sus tantos y congregados asiduos.

…y vendrá del fuego

Se me ha quedado colgada en la memoria esta oración que se aproxima al color del oro, a la malignidad de esa atracción que más tarde enlaza con otro epígrafe, uno de Sylvia Plath:

Le hablo a dios, pero el cielo está vacío.

Se congregan dos ideas: la de una malignidad y la de una inexistencia, tan prodigada que guarda un silencio terrible. Dios no responde, pero el oro brilla en la sombra de la noche.

La muerte, tema que no deja ser uno de los más nombrados para no dejarle a la vida un momento de sosiego, está presente también en estas hojas, toda vez que entre el áureo resplandor y el silencio celestial dan pie para un viaje hacia el vacío, hacia el dios que no responde.

 

“Lunar de viento”, de Jason Maldonado
Lunar de viento, de Jason Maldonado (Lector Cómplice, 2013). Disponible en Amazon

2

Y ahora, con los pies en la tierra, con los pies en la ciudad, el poema se hace más cercano, porque Dios, el de las rúas conocidas, se apresta a ser parte de la cotidianidad:

Sobre las calles de Caracas / comienzan / los designios / de un Dios inapetente / proscrito / sin memoria.

El poema lo dice: “Dios inapetente / proscrito”, pero en las calles de una ciudad, la conocida, la amada, la también a veces odiada. De esta manera, Dios forma parte de ella. Es ruidoso como los vehículos y sus cornetas. Es asombroso como los edificios. Y sucio como el río que se mueve como una serpiente a través de la mirada de los habitantes.

Y el cielo habitado sigue su curso, como el del río, pero esta vez dimensionado, relacionado con la misma voz que emerge del libro sagrado:

tan angosto / como el ojo de Dios / sus agujas y sus camellos.

Versos que se miran en el rostro del poeta desde el espejo que a su vez lo mira, mientras advierte un “tiempo descalabrado / impune”.

 

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La noche continúa con sus secretos. El poema, abordado como resumen de las vísceras de la nocturnidad, descubre el perfil de la ciudad. Seguramente una gran montaña o un nutrido grupo de edificios abordan la mirada del insomne.

En una parte de “Susurro de noche eterna”, la voz del autor aparece como un desahogo:

dejo la ventana abierta / para que se cuele / el silencio / el susurro de esta noche eterna / que fragua misterios.

Y mientras la metrópolis se despereza, mientras Caracas amanece, el cielo se desagua religiosamente:

cada gota es un diácono / expatriado del cielo // bálsamo triste / en la calle de mis hombros.

 

4

La memoria recurre al pasado, al mismo pasado de la ciudad. A un pasado que se aprontó en el presente, en la desmesura del poder, en la insana preservación de una costumbre contra los habitantes que no piensan como quien ha hecho de ese poder una herramienta para convertir el país en una noche eterna. En una ergástula:

Rotunda

de la amenaza / crece el miedo / tanto así como la fuerza / eterna de los que partieron // coraje de barrote y grillete // olor a Rotunda que hoy día / cobija cientos de autos / con sus motores ardientes // donde hay un charco de aceite / antaño fue de sangre.

Este trópico tan leal desde la lumbre de su oro aéreo arranca la más sombría de los celadores de una tumba donde fenecen los que partieron y los que partirán, porque la historia no ha terminado:

el sol / desvistiendo oscuridades.

Mientras la poeta Storni es un permanente ahogo en gerundio.

Su tiempo será infinito.

 

5

El poema que le da nombre al libro dice:

lleva / un lunar de viento / en la espalda / afincado / en la proeza de su nombre // me aferro / a sus peldaños taciturnos / por donde lascivas miradas / dejan un rastro de ortigas // poco a poco voy podando // abro paso / hacia el misterio.

A esta altura del texto es bueno señalar que el libro está estructurado en tres instancias donde los elementos se conjugan. La primera, ya leída, es “Fuego (Tierna cornisa de azufre)”.

La próxima: “Aire (Lunares de viento)” y abre con

Hecatombe

Todos fingimos / la muerte cada noche / para sentir la euforia matutina / de estar vivos // anomalía de siglos / reposada en sacos rellenos de hojas secas / hoy día / sobre una nube rectangular hecha colchón // al abrir los ojos / la hecatombe: sutil acritud de los desesperados.

Esos, los desesperados, los abrumados por la ciudad arruinada, por la realidad desarticulada por los despropósitos de quienes se hicieron cargo de la vida ajena y colmaron de vacío el andar cotidiano.

En el resumen de estos “Bolsillos vacíos” está un país: “Cuelga mis deudas / en la delgada soga de la paciencia”, mientras en una “Ciudad de bronce: las balas perdidas / y sirenas encontradas”, vociferan y someten su historia.

 

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¿Qué queda hacer? ¿Hasta dónde es capaz el poema callar? Así como no calla, ora, reza, asume la plegaria como una revisión de lo que sucede o sucederá. Las palabras ajustadas a la esperanza:

Señal de la cruz

Tantas cruces / eternizando un azote / llevándonos a todos / por la calle de la igualdad / hacia el cementerio.

La recurrencia del reclamo, de la voz que clama en este desierto donde la edad, el tiempo transcurrido, se ve en el rostro, en las manos, en las arrugas arteriales de los cuerpos que ambulan por un paisaje derrotado:

el tiempo / viejo huraño y paciente / con bastón de terquedad.

 

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La otra estación del libro, “Tierra (Escarpado dolor)”, abre con “me reflejo tras el ala de un ángel”, mientras un “casto silencio” se “esconde” para dar paso a la recurrencia del temor: “vuelvo / a erigir mi sombra entre los escombros”.

Y para cerrar este lunar, esta marca visible y paciente: “Agua (Bautismo que fue la lluvia)”, como si ésta, la lluvia, fuese el lavado para borrar los pecados, los crímenes y lunares negros que el viento no ha sabido barrer.

En este “Oficio de silencios”, como si de difuntos fuera, dice el poema en un resumen:

en esta batalla oculta / de anónimos poetas

(…)

Escribe con las uñas / en el último instante.

No queda otra opción, otro lenguaje: decir con todas las palabras, con la transparencia del temor acumulado, de las tentaciones reservadas para un último instante, y seguir, perseguido por el viento y sus lunares.

Alberto Hernández

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