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El ombligo de los limbos / El pesa-nervios, de Antonin Artaud

lunes 12 de septiembre de 2022
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Antonin Artaud
En el limbo, en su limbo, Artaud no se miraba el ombligo y sus nervios andaban de paseo por paisajes invisibles.

1

En algún instante despertaré. Tengo el libro cerca de la cama. En la oscuridad del sueño veo el color púrpura del título y el fondo negro de su abismo, la portada donde el Loco me hace señas. Su mirada extraviada. Su pelo grasoso. Su cuello alargado. El hombre se hace personaje en el letargo del cansancio. Las páginas del libro se mueven y sale el fantasma. Asolado. Ha lanzado a un lado la camisa de fuerza y se aproxima a la orilla de lo que podría ser el comienzo de una pesadilla. Pero no. El personaje se acomoda. Abre la boca y escupe un silencio denso, casi líquido, que me moja la cara. Entonces despierto.

Frente a mí, Antonin Artaud. No me da tiempo a gritar ni a levantarme del lecho.

Pone una mano sobre mi pecho y dice:

Un vientre delgado. Un vientre de polvo tenue y como en imagen. La piel del vientre una granada estallada…

Me veo la cicatriz recién curada. El abdomen hundido. El cuerpo abandonado por el miedo.

El Loco continúa:

La granada despliega una circulación de copos que asciende como lenguas de fuego, un fuego frío. La circulación se aferra al vientre y lo da vuelta. Pero el vientre no gira más.

Siento el ambular de mis tripas. El movimiento lento del intestino grueso. La mano del fantasma se acomoda en el hueco debajo del esternón. La cicatriz está fresca.

Recién operado, la piel se resiente, arde. La sombra de Artaud se eleva, se curva sobre mi rostro y habla:

Sobre el vientre se ven los senos. Y más arriba, y en profundidad, pero en otro plano del espíritu, un sol arde, pero de un modo tal que pareciera que es el seno el que arde. Y al pie de la granada, un pájaro.

—Pero si yo no tengo senos, Antonin. Estoy casi seco. Mis tetillas son unas marcas que ha dejado el tiempo sobre mi pecho.

—Calla, calla (se sale el fantasma del texto del libro). Calla, te digo. Déjame inventarte. Déjame mirar lo que no miro —casi grita el fantasma.

Entonces Artaud se retira de mi cuerpo y se sienta en el suelo de donde recoge su libro y lo hojea. Lo tira con rabia contra el espejo. Se levanta, lo toma de nuevo. Lo abre y lee:

El sol tiene como una mirada. Pero una mirada que mirará al sol. La mirada es un cono que se vuelca sobre el sol. Y todo el aire es como una música helada pero una vasta, profunda música, bien construida y secreta, llena de ramificaciones congeladas.

Dicho eso, desaparece el fantasma. Sólo se escucha el sonido leve y acompasado del viento que penetra por la ventana.

Despierto: cerca de la cama, tirado en el suelo, el libro.

 

“El ombligo de los limbos / El pesa-nervios”, de Antonin Artaud
El ombligo de los limbos / El pesa-nervios, de Antonin Artaud (López Crespo, 1977).

2

La mañana cae sobre la portada del volumen. Artaud abre los ojos y entra al baño. Su paso lento es mi despertar. El fantasma orina y desaparece por la ventana.

A pocos metros llueve.

Abro el libro mientras pienso en el nuevo día. Me miro el ombligo y la cicatriz viaja de un lado a otro. Hace días dejó de ser herida. Ahora es una marca. Una letra ilegible.

Artaud regresa hecho humo. Me mira desde sus ojos drogados:

Los poetas levantan las manos
donde tiemblan vitriolos vivientes,
sobre las mesas el cielo ídolo
se repliega sobre sí misma, y el delgado sexo

moja una lengua de hielo
en cada orificio, en cada lugar
que el cielo deja libre de avanzar.

El suelo está empedrado de almas
y de mujeres con un hermoso sexo
donde los minúsculos cadáveres
reflejan sus momias.

Lo dejo pronunciar su locura. Lo dejo lamer esos versos. Lo dejo solo.

 

3

Leo el título: El ombligo de los limbos / El pesa-nervios, y corro mi imaginación mientras la luna se eclipsa, se borra un tanto y se confunde el día con la noche.

Amanece, es otro día. Tomo el volumen y leo el nombre del editor: López Crespo. 1977 fue la fecha de impresión en Buenos Aires, Argentina. Artaud no tiene acento gaucho, pero es loco, tanto como para ponerle ese título a su libro. Y seguir su andadura verbal:

Hay una angustia ácida y turbia, tan potente como un cuchillo, y donde el descuartizamiento tiene el peso de la tierra, una angustia en relámpagos, en puntuación de abismos, apretados y prensados, como chinches, como una suerte…

Y así continúa mientras los otros locos del manicomio juegan con muñequitos y se solazan en esconder sus triunfos por ser fracasos, por ser sus propios psiquiatras, sus loqueros particulares. Eso lo sabe Artaud. Eso lo saben los estrellados, lo que juegan con carritos y celebran la muerte de países invadidos.

El pobre Artaud deja el texto así:

Ya estoy hablando de la ausencia de agujero, de una suerte de sufrimiento frío y sin imágenes, sin sentimientos, y que es como un golpe indescriptible de abortos.

En este libro hay poemas locos, textos locos, guiones o textos teatrales locos. Una locura donde la imaginación, lo surreal y lo exagerado revelan el grado de desolación de un hombre como Antonin Artaud. Un genio perturbado.

En “El pesa-nervios” escribe:

A un actor se le ve como a través de cristales.
La inspiración escalonada.
No se debe dejar pasar demasiado la literatura.

Su “relojería del alma” está a punto. El loco piensa, escribe, habla solo, se tantea las ideas, se caga en el manicomio y le llena la cara de heces al director del recinto de los locos, porque él también es loco. Todo loco lleva un psiquiatra en el bolsillo.

Por eso,

Volverse a encontrar en un estado de extrema conmoción, despejado de irrealidad, con fragmentos del mundo real en un rincón de sí mismo.

Su automatismo —psíquico, por supuesto— alberga una escritura para quienes desean saber más de sus propias locuras.

En “Fragmentos de un diario de infierno”, contenido en el mismo volumen del que hablamos, Antonin Artaud dice:

Ni mi grito ni mi fiebre me pertenecen. Esa desintegración de mis fuerzas segundas, de esos elementos disimulados del pensamiento y del alma, concebís acaso su constancia.

Habla de “Un nudo de asfixia central”.

Y el lector se pierde. Me pierdo, como perdido vengo de esta lectura.

Luego nos explica:

Enfrentar la metafísica que he elaborado para mí en función de una nada que llevo conmigo.

Con razón: por eso la locura. La sagrada locura, la venerable locura. La bella locura. Diferente de aquellas en las que el loco se topa con una avenida y cree comérsela como una torta. Y defeca bajo un puente frente al manicomio que cree suyo.

Las últimas palabras de este libro son:

He elegido el dominio del dolor y la sombra como otros el de irradiación y acumulación de la materia.

No trabajo en la dimensión de un dominio cualquiera.

Trabajo en la única duración.

En el limbo, en su limbo, Artaud no se miraba el ombligo y sus nervios andaban de paseo por paisajes invisibles.

Alberto Hernández

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