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Jardin[e]s excedidos, de María Ángeles Pérez López

lunes 14 de noviembre de 2022
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María Ángeles Pérez López
María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) nos asombra con sus imágenes, nos conduce a ser levitados por sus palabras.
“En la orilla del aire
(¿qué decir, qué hacer?)
hay todavía una mujer…”.
Jaime Sabines.
“El tiempo es el que viene y el que vuelve
disuelto en el misterio de las cosas…”.
Eugenio Montejo.
“¿Quién canta tanto por la voz del pájaro?”.
Eugenio Montejo.

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El 28 de julio de 2021, la poeta María Ángeles Pérez López conversó con Tomás Néstor Martínez en un encuentro en Tamtampress.es. En esa entrevista, la escritora nacida en Valladolid y residenciada en Salamanca afirmó:

No hay nada que no pueda entrar en el poema, ninguna palabra que no pueda entrar en el poema, igual que ninguna realidad es ajena al poema. Lo que ocurre es que tiene que haber una respiración para la persona que está escribiendo.

Y esa respiración se sostiene una vez que las palabras son vertidas en poesía. Todo es poetizable. Todo lo que se siente, se ve, se oye, se huele, se ama o se odia, se confirma poesía en la medida en que el aventurero sonoro sepa que su respiración puede sostenerse en el poema, en la armazón que habrá de contener la magia, la belleza de la realidad o de la fantasía. Entonces, toda palabra es un acto milagroso porque proviene del aliento creador.

Y así lo ha quedado dicho: la poesía es un posible/imposible que se hace realidad gracias a la osadía de quien entra y sale del “misterio de las cosas”, del misterio del tiempo en el que asisten las voces, los delirios y la pasión por el alfabeto de esa realidad transfigurada, elevada a la condición de sacralidad o de cotidiana emergencia.

Bastaría el trino de un pájaro para extraer de la imaginación de quien escribe la esencia de todas esas palabras capaces de transformarse en milagro, en magia, en el todo que el poema contiene como estética, como hallazgo, como encuentro con el misterio buscado, porque el artista de las palabras lo hace ex profeso: se arriesga en medio de la luz o de las sombras, del miedo o de la alegría hasta dar con el tesoro anhelado.

 

“Jardin[e]s excedidos”, de María Ángeles Pérez López
Jardin[e]s excedidos, de María Ángeles Pérez López (Lema d’Origem, 2018).

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En un jardín caben todas las flores, todas las matas, las silenciosas, las de espinas voraces, las gladiolas, las rosas, las calas, los insectos y hasta las ranas. En un jardín cabe un bosque. En un jardín se excede la presencia temática de los aromas y hasta la inclemencia de la humedad: un jardín excedido es un poema múltiple, multívoco, felizmente hiperbólico por lo que tiene de asombros y abundancia. En un jardín el todo es la magnitud del imaginario de quien lo imagina. Y así, la poesía de este libro de María Ángeles Pérez López, publicado por Lema d’Origem en edición bilingüe (español/portugués). La versión lusitana a cargo de Carlos d’Abreu: un bello volumen que en 2018 vio luz en Portugal.

Jardin[e]s excedidos es una presencia viva en la que la mujer se hace verso rodeada de una naturaleza vegetal, geológica y humana: la infancia se advierte en “Soy una niña y pinto de colores”. Es un libro de imágenes sorprendentes, de imágenes que escuecen pero también florecen en quien las lee.

Mujer e infancia van juntas, separadas, unidas por el cordón umbilical del tiempo desvanecido por la conjugación de los verbos del poema. Se viaja de ida y vuelta. Se es mujer, la que “pinta sus pies de verde y se sube a ellos”; la que “espera la llegada de los ciervos”; la que “Como los elefantes… se inquieta ante los huesos de su especie”; la que “sueña en día de avellanas…”; la que “es un bello, implacable animal”; la que “es un pájaro que arrasa / las tardes encendidas por el sol”; la que “lleva un pájaro en la boca”, la que “escarba con sus uñas en la tierra”, “la animala de carga”; la que “también está en el mundo sin amparo / y fabrica su tiempo, su fricción”. La “que corre en los pasillos / y deja su alarido y su centeno”. La que “se encarama en sus dos pies / y suelta el corazón como una tórtola”.

Todo un tema en el que ella se expande como poética, como jardín verbal en busca de su propia “animalidad”.

 

La naturaleza de las palabras amplía el mundo de la naturaleza vegetal: los árboles se nutren de su propia abundancia.

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Es un libro para “un pájaro cualquiera para el caso, / con la marca de sus plumas de azor”. Para “El pájaro que viaja bajo el cielo / y viene a golpearse contra el coche / como quien cae rendido y se levanta”. Para los “pájaros y niños / forma de aminoácido esencial”. Para “los pájaros muertos, / las personas como estorninos muertos, el ramaje / como chicharra muerta…”. Es un libro de pertinencia musical, rítmico, dinámico. Es un jardín de voces. De cantos y trinos excedidos.

La naturaleza de las palabras amplía el mundo de la naturaleza vegetal: los árboles se nutren de su propia abundancia en los nombres que habitan en la flora poética: “cuando el sol atraviesa las hojas de los árboles” aparece “la semilla perfecta en su esfericidad”. El brote “empuja los nogales, los gomeros, / las hayas y los robles, los manzanos”. Y así, “A su lado, los árboles reposan / su tiempo de madera, griterío / de perros y de niños clausurados, / los brazos y las piernas como ramas / taladas con dolor contra la tierra”. Humanizados, el exceso floral en “la anónima memoria celular”, en “su tasa metabólica (…) cuando arden los abetos y los robles” por “el agua envenenada de mercurio” o por “la vocal redonda de la hoz” en “un mapa inacabable de raíces” con “el idioma brutal de las semillas”. Y así, el bosque, excedido por un jardín posible e imposible.

 

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Gratamente excedido por la lectura de estos jardines, María Ángeles Pérez López nos asombra con sus imágenes, nos conduce a ser levitados por sus palabras: “su estrategia de caída / sus modos disciplinados de caer”, “la semilla perfecta en su esfericidad”, “la forma imaginada del ahorcado”, “la semántica del agua, / el modo en que la arena se ha hecho verbo”, “y el frío desconsuelo del invierno”, “la gota venenosa de la prisa”, “y me abrocho la luz contra la boca”, “y alguien queda tendido en la memoria”, “para rumiar el tiempo y digerirlo”, “y una alegría seca y esquinada / porque hoy también el sol prendió su antorcha”, “le late el pánico en la ropa”, “el bisturí recorta el corazón / de la página blanca del poema”, “en la imaginación del abandono”, “El sol es una herida transparente”, “Belleza intransitiva y luminosa”, “la violencia más dulce del verano”, “y en sus sueños no duele el color rojo”, “el idioma brutal de las semillas”, “en la paciencia del reloj de sol”, “y el oxígeno baila en sus oídos”, “la amarga superficie de las cosas”.

 

Parecida a la ciudad que habita, a la universidad donde trabaja, su poesía se mueve entre “el aire livianísimo”.

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Elegancia y hondura caracterizan la poesía de María Ángeles Pérez López. Parecida a la ciudad que habita, a la universidad donde trabaja, su poesía se mueve entre “el aire livianísimo”, entre “los hipocampos, las ballenas, los moluscos marinos”, pero también entre los árboles que se hacen bosque y tiempo y por eso se exceden de jardines: su poética podría asentarse en este texto:

El vértigo, la elipsis del poema,
su modo de caer desde el oído
al territorio oscuro de los nombres
es una ausencia roja y calcinada,
la falta en la que el cuerpo se desquicia
y siente la espontánea desazón
del quiste atravesado como un palo,
ganglioma en el que cede la salud
y trae su perturbada partitura
de antílopes y peces diminutos.
También en las noticias cotidianas:
una mujer que corre en los pasillos
y deja su alarido y su centeno
pegado a diez centímetros de corte
(el hacha siempre guarda su inocencia
Primera y reluciente en su furor),
las dos niñas siamesas con un solo
inmenso corazón por compartir
que niegan el principio solitario
de que hay un corazón en cada cuerpo
y sin embargo así no sobreviven,
estampas convencidas de los dioses
y una alegría seca y esquinada
porque hoy también el sol prendió su antorcha.
El vértigo, la elipsis del poema
arranca una luz rota de sí mismo
y comparece absurdo, imprescindible
cuando el beso se vuelve insuficiente
y viene el corazón con su tormenta
a traer las animalias de la noche
que arrancan y devoran los olivos,
la grana en que reside nuestro fuego,
aquella como torre de timón”.

(a Juan Carlos Chirinos).

 

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Este libro contiene, como dice el relato bibliográfico, “poemas lejanos y cercanos, que reclaman una humanidad igualmente excedida”.

Nuestra autora nació en Valladolid en 1967. Es poeta y trabaja como profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca.

Entre sus títulos: Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La sola materia (1998), Carnalidad del frío (2000), La ausente (2004), Atavío y puñal (2012) y Fiebre y compasión de los metales (2016).

María Ángeles Pérez López estuvo presente en la reciente Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (Filuc), celebrada en la ciudad venezolana de Valencia en noviembre de 2022.

Alberto Hernández

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