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“Hay miseria en el alma”
(luego de leer Fisuras, de Amarú Vanegas)

lunes 16 de enero de 2023
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Amarú Vanegas
Amarú Vanegas escribe desde el adentro dolido.

1

La única manera de avanzar en el poema es a través de la poesía que lo contiene. No hay sustrato que soporte la belleza si ésta se busca a través de silogismos, destrezas académicas o mutaciones contemplativas. La poesía no es un cuaderno escolar. Es una tentación, un peligroso diseño personal que se hace plural si se arriman lectores a su fogata. Es fuego y sombra, dolor, desastre, sismos, noches, presagios, hambre, soledad, perversión, bondad. Ella, la poesía, se sostiene, se contiene con y en esos temas, con esos asuntos que dilatan el alma, los que se consagran a la permanente revelación entre el silencio y el bullicio, entre el vacío y el espacio que ocupa.

No bastan los adjetivos. No bastan los escabrosos estudios para saber que la poesía es un “problema” de todos los días, sólo que ella ha quedado en un lugar donde pocos la sienten, la ven, la consultan, la visitan. El mundo se ha ido por un barranco. La poesía flota en el aire, pero poca gente la respira. Por eso, entonces, poetas como Amarú Vanegas se arriesgan y dicen, escriben, se desgarran, se conminan a ser la realidad que nos agobia, esa informe sentencia que ambula ante nuestros ojos y se hunde en el espíritu hasta quebrantarlo.

Esta mujer escribe desde el adentro dolido. Desde la vértebra fracturada por un poder que ha provocado una tragedia, un deshacer humano. En éste, su ámbito, se mueven el dolor, el luto, la soledad del que se queda sin familia, del que ha migrado porque ha perdido la tierra y sus costumbres. Esta mujer que hace poesía la extrema en sus versos hasta someterse a la prueba de quienes han pasado por martirios funerarios, por un país quebrado, desmenuzado, convertido en suelo extranjero para los mismos nacionales, porque la nacionalidad se hizo universalmente dolorosa, de allí las hendiduras por donde se cuelan las palabras que construyen el poema, las Fisuras que se traducen en poesía.

 

2

Los versos se unen, se hacen uno para establecer su territorio. Un libro es un poema, un solo respiro. Una sola tentativa. Que se multipliquen desde ese uno, vale decir alma, espíritu, conjunción de planetas interiores. Y es el punto en el que la voz de la poesía se aproxima al dolor:

Recuperas los ojos / del cadáver de tu hijo. / Ves más allá del vacío.

El lector cierra los mismos ojos de ese cuerpo muerto y se ve en la calle, atornillado a un disparo, ahogado por el humo, mientras la tierra gira lentamente más allá de cualquier decisión.

Y luego, la impotencia, la huida, los desperdicios en la caminata, el paisaje extraviado, la llegada al sitio de la pérdida o del encuentro con otra realidad:

No fue fácil llegar al puente y cruzarlo.

Y así, nuevamente (vale volver a decirlo), el dolor, la quemadura en los talones, el desastre familiar, las noches bajo el cielo, los presagios, el hambre, la soledad, el odio y el amor. Todos los tentáculos de una humanidad desmembrada.

Allá, al fondo de un cuerpo, una criatura, un crecimiento al lado del alma, amniótico, visceral, la novedad de “alguien” que arriba al lugar de lo que no se sabe, de lo que podría ser:

Se aprieta dentro del vientre (…) / La cosa con vida propia.

Es la “cosa”, el objeto vital, que no es exactamente esa “cosa”, sino lo que viene, lo que se adentrará como aventura, como lo que asoma advenedizo, querido o no, y en ese contexto: “La vida encontrará su suerte”.

 

3

En este libro, que es la casa de una poética abierta a decir del dolor, está la “piedra sacrificial”, el espacio en el que se resume la pérdida, el vacío, la partida a otros paisajes, ámbitos o relevos geográficos. Los muertos del padre, aquellos que, pasmados por el tiempo ido, han quedado marcados en la psique de la hija.

En esta crónica se descubre el gusto de este quien la escribe: quien lee esta poesía se siente parte de ella, o ella misma, por derivar en personaje que ha tenido que experimentar la ausencia de la familia descendiente, la que forma parte del éxodo, de la migración, de “la misma tragedia” de muchos, la de “vivir la sombra”, esa “tormenta” que “vendrá por ti”, y por toda esa pesadumbre, en primera persona: “Pienso en la destrucción”, por lo que “hemos de morir periódicamente”, porque “toda paz se rompe”.

 

4

Leer para entrar en el propósito de esta escritura. Para descender a esa suerte de infiernillo que es nuestra realidad americana. Nuestra casa aporreada por quienes ahora son los herederos de la perversión. La poesía no da tregua, no puede quedar al borde del camino. Su abismo radica en siempre dejarse caer para levantarse.

Y así, “al amanecer / reiré con la conciencia en los huesos”.

La voz no calla. El poema destila su valiente presencia cuando la ironía asoma su rostro:

Los simpáticos bandidos están cansados de / esperar algunos simples aplausos.

Y si se quiere cerrar el pulso de estas líneas, esta declaración:

Tu paraíso comienza con nuestra muerte.

Fisuras es un libro cuestionador. Un libro que se adentra en la médula de lo que acontece tanto en plural como en singular. En lo que nos pasa y sigue pasando.

Es nuestra poesía, la que sirve de acicate para sabernos y descubrirnos en una sola conmoción.

Editado por El Taller Blanco Ediciones en Cali, Colombia, en el año 2022, esta publicación merece la lectura de todos los que se reflejen o no en su contextura.

Alberto Hernández
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