
…el pensamiento no se limita a las habilidades de la razón,
ni se mide sólo en términos pragmáticos de eficacia, sino
que incluye el espacio todo de la mente y el espíritu humanos
—lo sensible, lo inconsciente, lo emocional…—, y la poesía resulta
ser síntesis de esta clase de espacio.
Miguel Casado: “La poesía como pensamiento”.
1
Pensar en poesía, con la poesía, significa o podría significar desatar lo escondido, lo que la mente se reserva para preservarse. La poesía, entonces, es lo que no está, lo que se oculta para luego aparecer con la iluminación de su poder. Desde su ocultamiento, la poesía es tan personal que podría limitarse a la primera persona, a la que incumbe, lo que Casado llama lo emocional, lo sensible. De allí que la razón, tan cuestionada a veces por la misma poesía, a veces aparezca y se designe como parte de las posibilidades de la palabra como creación. “Las habilidades de la razón” implican su destreza para colarse en el poema y deshacer la poesía, evidenciar su puesta en escena: la razón de ser de ella, la poesía, es su oscuridad, como lo confesaban los antiguos para comprometerla con la magia, con la divinidad, toda vez que no hay mayor ocultamiento que el de Dios.
El texto esgrime su presencia gráfica, su claridad. Se lee desde lo que no está. Detrás del texto está el misterio, la sombra de una voz, la poesía.
La poesía se construye con palabras, pero antes de ellas es un epifenómeno, el sustrato de un algo que se evidencia una vez que el lector se destaca como un “alguien” que la hace sonora, silenciosa, oculta, reveladora, sombría o iluminadora. La poesía, por eso, no admite definiciones. Es un escondite. Un laberinto de misterios.
Es también contradicción, borde, línea que se pierde en el horizonte de los significados.
Miguel Marcotrigiano escribe desde ese ocultamiento para desnudarse. Tematiza lo oculto para decirse, para mostrarse como es.
En este libro están sus coordenadas, sus limitaciones y alcances: su yo transitivo. Su voz inquebrantable, él en su extensión oculta y a la vez puesta al descubierto, como un paisaje que habla.
2
Lecturas de una poética muy particular las que hace Marcotrigiano de su propia invención. Desde la oscuridad hacia algún recodo donde la luz se muestre. Desde la verdad como señalamiento, como indicio, como percepción. En un prefacio que él califica de prescindible, contenido en su libro Fosa común, el autor destaca:
Soy un convencido de que no somos sólo lo que acumulamos con la experiencia que calificamos “de vida”, sino de que también los hechos y las palabras colectadas mediante la lectura de los otros van conformando esto que, a falta de mejor término, podemos denominar nuestro ser.
Y, en efecto, ese ser que se multiplica desde los otros se hace el poeta que ahora escribe con este título, Lo oculto, con las “luces que se invocan cuando todo va a desaparecer”, como señala Francisco Javier Pérez en el prólogo a ese poemario-cementerio donde hablan muchas voces desde la de Marcotrigiano, en busca de una “verdad”, esa que está detrás de las palabras, la que se esconde y a veces logra sobresalir y hacerse poesía.
Los poemas que aquí leemos se basan en esa verdad que roza el poema, que se instala poesía en la medida en que se oculta, en la medida en que la misma poesía la descubre y se posesiona de ella como su verdad, como su revelación.
Marcotrigiano confiesa en un texto teórico: “Siempre he pensado que la poesía no es el texto bajo el foco de la lámpara, sino todo lo que está en la oscuridad que lo rodea”, y por esa razón la poesía avisa de “su” verdad a través del misterio que la contiene, de la que se afianza para poder meditarse, pensarse como “experiencia de vida” o muerte, como la asunción de una oscuridad de donde brotan todas las palabras o gestos que habrán de convertirse en poesía.
Hay muchos instantes en este libro de Miguel Marcotrigiano que sirven como mapa, como señal en el camino para confirmar que lo encubierto, lo escondido, lo disimulado o velado conforman la arquitectura anímica de la poesía. Es más, cada poema es una poética. Desde el aforismo el poema nos habla, nos conduce, nos lleva por el borde riesgoso de lo que no se ve pero se advierte porque “la verdad se ausenta del poema”, por lo que es preciso que “no permitas / que lo verdadero sea”.
El autor se pasea por un sendero pedregoso en el que tanto verdad como mentira persisten en deshacerse de lo inmediato, de lo que se borra, de lo que no se sabe ocultar porque la luz es el exceso de la realidad, de una verdad peregrina, de allí que “la palabra falsa / no está en la página”.
3
Es un libro insistente, temáticamente insistente centrado en la volubilidad de la verdad, la que no debe estar en el poema porque lo descalifica, lo devalúa, lo desvalora. Por eso, “el ocultamiento / impide la muerte”. Es decir, en la sombra está lo que debe mostrarse toda vez que “no hay verdad en su mirada / ni en su palabra”. Y he aquí la contradicción siempre apreciada por la poesía: “Lo oculto es lo que es / y no es”. La muerte es y no es. En el texto se plasma su verdad, lo que habrá de decir de su ocultamiento.
Una dolencia explícita respira en los poemas. Una dolencia anímica, familiar, por decir humana: “La verdad es la que os descubre / la enfermedad”. ¿De qué trata esa enfermedad? ¿La de existir, la de insistir en la verdad que se oculta o en el ocultamiento mismo como verdad, como significado o anatema?
Lo que no está se oye, se siente, se presiente, está, es por sensible: “Continúa resonando lo oculto / lo que tapa la verdad / lo que evita la revelación”. No obstante, la verdad, esa contradicción, se hace presente: es la mentira solapada, significante. Todo lo que dice oculta. Todo lo que se oculta es una gramática de su borradura, de su manera de esconderse.
4
Roberto Juarroz dice en un poema que “el nombre de las cosas tiene un sitio”. Y la palabra, alguien detrás de ella, se pregunta: ¿cuál es el sitio de la verdad? ¿Dónde queda el lugar del escondrijo donde se apilan todas las sombras y luces? ¿Dónde está quien dice?
Cada texto que se desplaza por este libro de Miguel Marcotrigiano es ese sitio inencontrable. El enigma del ser, el espacio utópico.
La materia oscura del poema, esa masa inasible que confronta a quien la busca: “Por la puerta del fondo entran los poemas”, como relevados de ser recibidos por la puerta principal. La poesía siempre es escurridiza, y cuando entra o aparece es sólo un asomo, porque aún le falta ser, establecerse como “verdad” para confrontar el no-decir, el someterse a la “mentira”, es decir, al mismo ser cambiante.
Los poetas —los verdaderos / quiero decir— / no quieren ver la verdad / pues ésta / fortalece lo enfermo.
(***)
“Lucha por ser la verdad”. ¿Cuál verdad? La respuesta queda en suspenso. La verdad en el poema o del poema es la misma pregunta. Se despoja de toda personalidad para ocultarse en su antigüedad, en su estirpe, en su horario de experiencia: “Es tiempo de lo oculto // puro pensamiento”. Y éste, el pensamiento, es sólo simulación: es un adentro que se confirma con la voz, con la que intenta esconderse: “En lo entreabierto está la verdad / la luz del entendimiento”.
5
En el epílogo escrito para Fosa común, Alexis Romero expresa:
Toda palabra aspira secretamente a ser oración, alabanza, danza, cuerpo, desierto. Oímos la oración, danzamos o vemos danzar, amamos la fragilidad del cuerpo y damos la bienvenida a la conmoción del desierto donde ocurre el lenguaje sólo cuando nos convertimos en conservadores, habitantes de una comunidad que no renuncia al asombro de lo simple, que vive siendo reservorio del sagrado golpe del misterio.
Marcotrigiano ha insistido en mantener la mirada puesta en ese borde donde el poema es el nudo de la contradicción: mantiene en secreto todo atisbo que pueda relevarlo, sacarlo de la ruta: escribe para ocultarse y a la vez mostrar sus heridas, su cotidiana existencia o su comprometida implicación con ese desierto que lo ampara: “Si la palabra no hiere / si no tiene filo / es inútil pronunciarla”. Ahí está el lugar de su decir, de su lucha por elaborar una poética, que ha sido constante en su obra.
El Rilke que lo anima, su veneno profundo, la materia oscura, la muerte desenterrada: la constancia del tiempo en cada oración pronunciada. Una poética para escribir el poema. A través de un “acaso”, persiste en la sombra que se aproxima: “Amanece / y lo oculto / ya no es”. Digamos que la noche es esa materia, esa masa de voces enigmáticas, sígnica.
Para prolongarse: “Lo oculto exige cada vez un poema / porque de éste es su naturaleza”. Un poema siempre será una máscara, un personaje que se asoma en medio de la oscuridad: “Lo oculto es lo justo”. Desde la ventana en la que mira su mundo el poema es una ficción, una creación que la infancia conserva en una sombra, y de no ser insistencia: “Uno se muere un poco cada vez / cuando calla”.
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