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Se traza un cuerpo y de su interior las palpitaciones de las palabras. Se camufla y se vierte invisible, pleno de voces que emergen del fondo y constituyen un cosmos donde caben todos los temas, todos los tatuajes que la piel del poema es capaz de admitir.
Nada es imposible para ese cuerpo que anda y desanda como cualquier quijote enfebrecido, tocado por las marcas que jamás podrá borrar mientras viva quien escribe, quien traza sobre ese cuerpo, su cuerpo o el ajeno amado, las palabras que habrá de llevar en el viaje, desde la antigua casa de la infancia, desde todas las veredas reconocidas o por reconocer, desde todos los mares y sus islas, desde aquel Juan Griego aposentado en le memoria, o desde la Valencia y sus aceras o Puerto Cabello y sus brisas desatadas. Siempre será entonces un cuerpo marcado por dentro y por fuera, como un pez extinguido, como el ancla de un barco fantasma. Será el cuerpo, el cuerpo del poema que es también el cuerpo humano disgregado o fusionado en otro, hecho muchos sonidos, diccionario de su fisiología, de su pensamiento convertido en ritmo, en música y hasta en el ruido lejano de las puertas que tocadas sirven para entrar y revisar cada pliegue del poema, del verso que crece como una planta o árbol genésico, trazo vegetal, marino, alga o mareo amoroso, designio o herida que escribe.
En estos poemas de Julio Bolívar están todas las lecturas, toda la imaginación de quien ahora, en este instante, escribe esta nota. Toda la aventura de un lector que no se apacigua, que se marca la piel con un lápiz y se escribe el poema en el pecho, entre los ojos, y se revisa cuerpo trazado por los diversos climas del idioma.
Publicados en antología, a gusto de Álvaro Ríos, a través de su casa editorial AlfaGuaro, en Barquisimeto, este mismo año de 2023, Cuerpo trazado contiene poemas de los libros Catálogo (1998), Corazones de paso (2012) y Tocar la puerta (2022), más la suma de algunos poemas inéditos que complementan la aventura poética de Julio Bolívar.
Estos poemas de Bolívar trazan un recorrido por el que las imágenes se transfiguran, mutan de línea en línea.
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Verso a verso, desde la herida que se escribe, estos poemas de Bolívar trazan un recorrido por el que las imágenes se transfiguran, mutan de línea en línea: digamos, cada poema destaca un tema que tiene que ver con el gusto del compilador, razón por la cual no hay, por decir, un libro orgánico: se trata de un libro de poemas en el que destaca la destreza del autor en viajar por distintos paisajes y dejar, a la sazón, una sensación de multiplicidad, que como en toda antología suele pasar. En el caso de Bolívar desentrañamos la soledad de quien escribe para luego abrirse en voz colectiva. Así: “Jamás me pensé / en medio de este mar / solo / desconfiado…”, en esa “isla imposible” que lleva en el corazón, “frente al mar sereno de Juan Griego / conocí a un Dios”, a un Dios que pudo haber sido el mismo mar, sus desbordes, sus oleajes, su serenidad, su silencio nocturno, su capacidad para allanar su superficie y convertirse en cuerpo trazado por el clima.
Uno imagina a Reverón frente a un cuadro recién trazado, recién pintado, en transparencia pura: “…en lo blanco absoluto / podemos escribir una historia”, como la escribió el loco de Macuto frente al mar y la dejó en plena blancura mientras el paisaje se dejaba descubrir en el fondo.
Y luego, “Cuerpo trazado”, completo:
Una lenta herida
se abre en mi cuerpo
un trazado que revela el mapa
incoherente de mis afectos
un grabado exacto
de mis fijaciones
una claridad que no poseía
cuando esta herida comenzó a escribirse.
Y el lector piensa en un cuerpo movible, trasladable, herido y hablante, escrito con la tinta interior, y uno se imagina el cuerpo de El hombre ilustrado de Bradbury (podría ser una exageración, pero es también la lectura de trazos en un cuerpo).
Cabe pensar en los viajes del autor, en las tantas invocaciones geográficas: una isla que se supone es Margarita y sus bellas costas, Valencia y Puerto Cabello o Maracay, también Barquisimeto o Caracas. Toda la geografía vertiginosa del olvido, la que navega entre el silencio y el ruido de los sueños, y en segunda persona: “Piensas en tu vida, no en el umbral”, porque la luz está en el afuera donde el paso del caminante, el del cuerpo trazado, muestra sus afectos, como lo ha dicho, y se tropieza con él mismo en esta oración: “Mis días se odian entre sí”, como dejando a un lado los días cuando no se imbrican las horas para sopesar el viaje diario.
Bolívar, o el poeta que lo lleva en su interior, que lo traslada, que lo martiriza o lo conmueve, dice:
Atento, el poeta mira y habla / a veces ilumina al otro / en voz baja se mueve, tímido (…) / Herido de muerte, el poeta busca lo invisible…
Todo está contenido en imágenes, en olores, aromas, en un tigre que seguramente el mismo Borges no supo contener en su ceguera.
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La prosa aparece en “Tocar la puerta”, se extiende en cuerpo trazado, abierto, alargado para que la respiración sea menos revelada. Y de nuevo la isla, otra tierra, el mar. Imagen persistente aun en pleno continente: es la sonoridad de su plenitud, hasta recurrir al lar familiar, a la casa que se deja, abandonada o sola, la casa que se ahoga entre el polvo de las cosas que hablan, que inhalan la soledad: la memoria, la despedida de sus paredes, puertas y ventanas, la pérdida de la infancia, la de la otra infancia. Y un viaje.
Todo está contenido en imágenes, en olores, aromas, en un tigre que seguramente el mismo Borges no supo contener en su ceguera, en la migración de este hoy que fue tiempo pasado trasmutado en futuro. No hay fronteras para detener la huida, la salida del vientre donde ya es imposible respirar. Se supone que dice el poema, porque la poesía silencia muchas veces.
Entre los poemas inéditos un homenaje al pintor turmereño Mario Abreu y su gallo multicolor, cósmico y puntilloso y hasta burdelero, como lo es también su multicolor Toro constelado.
Y la elegía a la muerte de su hermano Oscar, porque también la muerte o la tristeza trazan el camino de este libro entre vientos que se tropiezan en el aire y cierran el ciclo de estas páginas que Julio Bolívar ha dejado escrito, tatuado, en la piel de los lectores.
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