
1
La imagen de Sísifo revela un recuento de heridas. El hombre comienza a subir la roca. El castigo lo fija en un cuadro de gemidos, sudores y rasguños: la historia nunca termina. Se sacude las alimañas pero éstas regresan siempre con la misma fuerza a hundir sus mandíbulas en la carne del sujeto que intenta dejar de ser una pesadilla. Sísifo mira hacia abajo y observa la mirada de los tantos que esperan que logre alcanzar la cima y luego… la caída. El derrumbe reiterativo.
Y así, hasta el final de los tiempos.
Hemos sido parte de ese mito. Hemos sido el hombre o la mujer que intenta levantar la piedra y llevarla al lugar donde el mandante o el dios del poder nos obligan. O nos han seducido para que seamos los protagonistas de sus perversiones, de nuestros fracasos, de nuestras enfermedades, de la neurosis que el tiempo ha aposentado en la memoria colectiva.
Somos el mismo animal de hace más de tres o cuatro siglos, pastoreados por los héroes que asomaron el rostro en nuestras vidas y nos marcaron para siempre. La conseja familiar de que aquí lo que hacía falta era una cachucha, una gorra, un quepis, se sigue cumpliendo al pie de la letra, a paso de vencedores, a paso de ganso, a saludo marcial, a ¡ordene, mi comandante! y al atávico extravío de nuestras células, las que una vez dejamos en el camino mientras los libertadores deshacían sus huesos en la entrada de los cuarteles o plazas públicas de todas las ciudades del país.
Y así seguimos, atados al pie del torreón del mito bolivariano, del mito de la riqueza que Dios nos dejó porque “Venezuela es un país favorecido por el cielo”.
Pero también nos devanamos en medio del complejo de culpa, alegado por el de superioridad a la hora de abrir la boca frente al más débil, cuando el país se sentía fuerte, poderoso, petroleramente vitaminado. Y ahora, lleno de heridas, rasguños, piojos y dolores, arruinado, cabalgado por los jinetes de un apocalipsis verde oliva, el país no encuentra salidas. El país humillado y ofendido.
Este libro de Ana Teresa Torres, La utopía destartalada, escrito con la elegancia de quien sabe que se puede escribir con belleza en medio de la tragedia, nos anima a dolernos, a sabernos esa herida histórica, esa neurosis que no termina de acabar, esa enfermedad mental que se apropió de nuestra herencia y nos convirtió en un territorio lastimero, despojado del veinte por ciento de sus habitantes, que representan sus afectos, sus cercanos amores, sus vaporones existenciales, sus arraigos. Y así como después de la Guerra de Independencia casi el cincuenta por ciento de la población desapareció, hoy, en este ahora macilento y desgarbado, el mapa que se encoge no tiene posibilidades de resolver sus asuntos porque la historia nos ha rechazado. La han macerado con sangre, con el grito anónimo de quienes ya no podrán regresar porque han muerto o lo han perdido todo.
Es decir, somos una tragedia. Hemos sido amasados con la antigua mitología de quienes aún se sienten montados en un caballo.
Sísifo nos mira desde arriba a punto de caer: la Utopía es una chatarra. El mapa nacional se contrae. El carajazo reiterativo de Sísifo contra la tierra no termina de despertarnos.
El petróleo se nos convirtió en un elemento mágico religioso y hasta agrícola, por aquello de sembrarlo.
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Son diez los trabajos que contiene este libro publicado por Ediciones Blanca Pantin en su colección Ensayos. “Diez ensayos sobre Venezuela / Secuencia del vaciamiento”, subtítulo que activa la lectura de estas preocupaciones de Ana Teresa Torres que son las mismas de todos los que de alguna manera pensamos el país y no dejamos que el país nos piense porque ya no es el mismo de antes sino que ha sido tomado por asalto por sujetos del propio patio y por sujetos de patios ajenos.
El primero de estos escritos, “El héroe en la mentalidad del venezolano”, nos provee de muchas ideas para desgranar que, como señala Blanca Elena Pantin en el prólogo, el libro se trata de una “secuencia de la polvareda y devastación que dejó la gesta independentista” y lo que siguió de historia hasta este hoy ardido y doloroso.
Desde “la idea del arquetipo del héroe” la autora nos habla de “la construcción de mitos y leyendas para explicar y relatar la historia, que si bien es universal, pero la diferencia con el caso venezolano radica en que esa veneración se sostiene no como una mirada hacia el pasado sino como una valoración presente”. Es decir, seguimos enganchados en el pasado remoto. No salimos de la caverna de la neurosis histórica.
El segundo ensayo, “El imaginario petrolero venezolano”, se resume en estas palabras:
El petróleo es literalmente imaginario (…). Un imaginario es un conjunto de ideas, creencias, juicios y prejuicios, sentimientos, valoraciones, expectativas, percepciones y autopercepciones que confieren una identidad y un destino colectivo.
El petróleo se nos convirtió en un elemento mágico religioso y hasta agrícola, por aquello de sembrarlo, según la puesta en idea de Alberto Adriani y Uslar Pietri. De manera que el mene nos llevó a menos por una confabulación con el mito, y como todo mito, sueño. Y los sueños, sueños son, como lo dijo Calderón de la Barca.
En “Memorias de una venezolana de la democracia”, pocaterramente hablando, Ana Teresa Torres protagoniza un discurso y cuenta su experiencia como una venezolana testigo de este mal sueño que estamos viviendo.
Destaca que “Mi generación vivía la utopía de la modernidad”. Es decir, habla de la historia reciente, de la que dejamos atrás luego del malhadado paso de Hugo Chávez y sus acólitos. Dice de la Gran Venezuela, de la corrupción de la época. Son los años 70, 80 y 90, cuando “el lobo enseñó sus orejas”. Apareció entonces el llamado socialismo del siglo XXI: “una nueva promesa”. Un terrible tropiezo del cual no hemos podido levantarnos.
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La tragedia de Vargas. El duelo, el dolor, “una imagen poscatastrófica: los refugiados, los niños abandonados, el país golpeado, mientras el régimen recién instaurado se hacía el loco”.
Dice la autora: “…los venezolanos nos narramos en una gramática enunciada de modo vindicativo y en tiempo anulatorio (…). Nos narramos hacia atrás”.
Sísifo cae aplastado por una roca que baja del Ávila hacia Vargas.
Es “El diálogo de la pérdida”.
Toda la palabrería de Chávez se quedó en pasado. Los monumentos a la desidia, a la corrupción, se ven desde las carreteras.
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En “El país como herida”, Ana Teresa Torres perfila:
Chávez nos inundaba un imaginario utópico… Con Maduro las metas se han minimizado y parecen que el logro más rotundo sería entregar un Clap…
Toda la palabrería de Chávez se quedó en pasado. Los monumentos a la desidia, a la corrupción, se ven desde las carreteras, desde los puentes invisibles, desde los gallineros verticales y los puestos de empanadas que ofreció a los proletarios… Hasta la moringa desapareció. Pues murió Fidel y “mandó a parar”.
Y en “El país como tragedia moral”: “Vértigo. Miedo. Esperanza, cabe todo. Muerte o resurrección. Es un tiempo extremo”.
Y desde la ventana de su apartamento, la narradora mira el “Futuro como paisaje”. La montaña, los pájaros, los edificios vecinos, el exterior, el mundo de afuera. Una manera de expresar la necesidad de que el espíritu se desplace y huya con la brisa, con el color del día.
“Peace and love”: el camino truncado, la utopía destartalada, el fracaso, el agotamiento “de tanto nadar para morir en la orilla”. La desesperanza. Las obras inconclusas. El cementerio de obras que apuntan hacia hechos de corrupción que ahora, en este instante, afloran desde las lápidas del pasado reciente. Pero queda el mito de Chávez, quien para el régimen cada día se multiplica como los peces.
Un país donde gobiernan unos “Gorilas en la niebla”, y así los crímenes se suceden. Una película de dinosaurios. Un film que debe tener un final sin bestias peludas.
Para cerrar, Torres titula “Luces y sombras del país de hoy”. Habla del carácter del venezolano, de sus bondades, de sus talentos, pero también del deterioro de la vida cotidiana. Habla de la diáspora. De la situación psicológica de un país víctima de unos sociópatas que han convertido a Venezuela en un territorio clínico.
Según encuestas de los últimos meses, el índice de suicidios en el país supera el de homicidios, sobre todo en el estado Mérida. Se supone que igual podría ocurrir en otras entidades.
Venezuela es una patología complicada.
Sísifo ha enloquecido y ha caído en un derrame ardiente de petróleo.
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