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Gracias a la porfía y curiosidad del escritor Adolfo Rodríguez se sabe mucho de la vida, pasión y opacidades existenciales de Daniel Mendoza (1823-1870), un escritor al que califican de costumbrista, cuya visión de mundo podría ir más allá de ese canon en el que la crítica lo ha ubicado. Hasta él mismo se ha bautizado como tal.
¿Escritura de costumbres, de caracteres, de semblanzas regionales, de remedos sociales? Desde la perspectiva de este cronista, Daniel Mendoza era muchas más corrientes, muchas más imprecisiones. Pero para gusto del tiempo y de lo ya estudiado, digamos que es costumbrista por la costumbre de haberse paseado por las semblanzas de la historia de personajes, sus comportamientos, su manera de hablar, la sujeción a un paisaje psicológico, etc. Por esa razón, habría que expandir un poco más la profesión de fe de quien dejó extensa obra que fue capaz de influir en autores del futuro como Rómulo Gallegos y otros que jugaron con el lenguaje popular, o con el perfil interior de sujetos atados a la región o a costumbres que se diferenciaban de otras regiones o que identificaban la geografía gracias a la manera de hablar o de concitar maneras de ser, costumbres.
Comentaban los críticos, y así lo señala Adolfo Rodríguez, que Mendoza recibió influencias de Larra, Mesonero Romano y Modesto Lafuente, destacados costumbristas que dejaron huella en la literatura de habla castellana.
En este libro Adolfo Rodríguez estudia a Daniel Mendoza más allá de los yerros que otros autores cometieron con los datos de su obra y vida.
Daniel Mendoza: obra completa fue publicado por la Fundación Guariqueña para la Cultura en 1993, número 2 de la colección Clásicos de la Tierra, en San Juan de los Morros, con los auspicios de la Biblioteca de Autores y Temas Guariqueños. La portada muestra una ilustración del artista plástico César Prieto, fechada en 1904, donde aparece uno de los personajes emblemáticos (Palmarote en Apure, cuadro de costumbres) que Mendoza usó para desarrollar parte de su obra narrativa que, para deslinde de algunos calificativos, también fue periodística, ensayística, histórica, crónica, etc. Es decir, podríamos advertir que se trata de una obra multigenérica, polígrafa, toda vez que el autor nacido en la población de Ortiz del estado Guárico se valía de todos los géneros o recursos de expresión literarios para escribir sus trabajos de ficción. También dejó obra poética.
El narrador, impertinente él, se involucra en el relato y se hace parte de la historia, como una suerte de conductor. En sus textos de ficción, él, el narrador, era la única verdad, toda vez que calificaba como quien elaboraba la “mentira” y la convertía en una verdad explícita, verosímil. Por supuesto, los caracteres, los personajes que por allí pasaban, eran los mismos que a diario trataba en su vida caraqueña y llanera. Mendoza se disfrazaba (es un decir, una metáfora de su porfía) para poder elaborar la aventura, en este caso, en las historias más conocidas, Un llanero en la capital, Palmarote en Apure y Los muchachos a la moda.
El yo del autor se hacía cómplice como un personaje narrador, de habla intrépida, que a veces protagoniza algunos segmentos.
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Hay un algo de picaresca española en Un llanero en la capital y en Palmarote en Apure. En el primero el “dotol” hace de “lazarillo” de Palmarote al conducirlo por la gran ciudad y, entre preguntas, éste, el llanerazo, expresaba su ingenuidad con el característico humor del nacido en las tierras campesinas de las pampas venezolanas, en este caso de las sabanas del Guárico o Apure. En el otro relato crónica, es Palmarote quien conduce al “dotol” por San Fernando de Apure y, como cualquier guía turístico, entre chanzas, le enseña el paisaje y las costumbres, como si éste no lo supiera, las calles, la geografía de la zona.
Si bien en el Lazarillo castizo hay un río, el Tormes, en estos textos de ficción de Mendoza aparecen referencias del Guaire y el Apure, como puntos que identifican la topografía visitada o revisitada.
Mendoza nos muestra entonces la tesis rural/urbana, la que por tantos años logró mantenerse como una sanguijuela en la cultura venezolana.
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También podríamos decir de una suerte de teoría de los espejos al revés: Palmarote, personaje ingenuo, campesino, de humor ligero, mientras el otro actante, “el muchacho de la moda”, Pepito, es un sujeto avispado, pulidamente inteligente, a veces cruel, burlesco, urbano. Dos sujetos que se contraponen.
Mendoza nos muestra entonces la tesis rural/urbana, la que por tantos años logró mantenerse como una sanguijuela en la cultura venezolana. Costó deslastrarse del ombligo “patrio” del monte para acceder a la ciudad como realidad cultural.
Esta muestra de Mendoza abre los ojos a una crítica que, sin bien es cierto ya no está interesada en este escritor, es bueno destacarlo como uno de los precursores de esta visión doble que Gallegos, Meneses y otros escritores anteriores a ellos apostaron para poder salir de la sombra de la cultura de la tierra, de la literatura agraria, del paisaje y sus personajes como una suerte de postal. Teresa de la Parra, por ejemplo, reúne en su casa esos personajes: los resume en pocas páginas, en diálogos que resultan visibles ante cualquier despistado lector.
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Datos aportados por el autor, por Adolfo Rodríguez, dan cuenta de que el libro El llanero no pertenece a Daniel Mendoza, sino a Rafael Bolívar Coronado, quien siempre se coronó con fama ajena. Una centena de títulos calzados con nombres ajenos fueron publicados para beneficio económico de Bolívar Coronado, a quien se puede considerar como uno de los timadores más talentosos de la literatura criolla.
Igualmente, destaca Rodríguez, Mendoza no nació en Calabozo, sino en Ortiz, pero él se consideraba calaboceño. Su nombre verdadero era Damián, y murió en 1870, no en 1867. De manera que sobre la vida de Daniel Mendoza aparecieron muchas sombras que han sido despejadas para beneficio de la historiografía y chismografía vernácula.
De su obra destacan Los muchachos a la moda, Gran sarao, Un llanero en la capital y Palmarote en Apure. Pero no se puede dejar de valorar su extensa obra ensayística, sus discursos, artículos de prensa y una poesía inclinada al más rancio nacionalismo, al mito de los héroes. Es decir, es una poesía dedicada a la épica de la Independencia, a la libertad, a la arquitectura sagrada, al llano, a los amigos. Maneja una prosa lírica para desarrollar sus artículos de costumbres. No deja de lado su vocación de abogado y también muestra su carácter jurídico y extensas fuentes hemerográficas de Calabozo, Apure y Caracas que el compilador Adolfo Rodríguez vacía en su estudio.
Mendoza asomaba el riesgo de novedades sociales y políticas que pondrían en peligro el país y sus costumbres, a su gente, a su cultura.
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En Los muchachos a la moda el autor trabaja la evolución de las costumbres, los cambios que se observan en la sociedad caraqueña. Así, “No pretendo ahora investigar si la nueva forma de gobierno es la más que más convenía a nuestros bien entendidos intereses, ni si efectivamente hemos mejorado o empeorado en el cambio”.
Y toca el tema de la educación como una fórmula para salir adelante.
Precisa que “los vendavales que de la revolución nos trajeron de allende de los mares… toda trasplantación es peligrosa, porque hay que vencer las dificultades de un terreno extraño…”.
Ya para aquel tiempo Mendoza asomaba el riesgo de novedades sociales y políticas que pondrían en peligro el país y sus costumbres, a su gente, a su cultura.
En este texto aparece el personaje Pepito, quien, como afirmaba más arriba, es la contraparte de Palmarote. Personaje arrogante, un adolescente adelantado que resulta antipático por su postura de niño bien, con una inteligencia que contraviene la de los adultos y los pone en ridículo.
Aquí podríamos hablar de una suerte de ironía perversa de parte de ese personaje, como ingenua y satírica es la de Palmarote, y hasta humorística, demasiado ante el comportamiento culto y serio del “dotol”.
En cuanto al punto de vista del narrador, éste se involucra en las acciones y se convierte en personaje accional y hasta protagónico. En ese sentido, al hacerlo, el relato se convierte en una crónica, en un ensayo, en un reportaje.
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Entre algunos costumbristas venezolanos Adolfo Rodríguez menciona a Bolet Peraza, Rafael María Baralt, Arístides Rojas, Juan Manuel Cajigal, Fermín Toro, Luis Delgado Correa, Sales Pérez, quienes reunían en sus trabajos temas donde parodiaban la realidad, usaban la sorna y la sátira, la oralidad regional, como usó Mendoza la llanera con Palmarote.
Esta corriente literaria dio como resultado la aparición del criollismo, que también reunió a una cantidad considerable de autores, algunos de los cuales continúan dando qué decir.
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Este libro que trabajó Adolfo Rodríguez, como señalamos antes, fue publicado por la Fundación Guariqueña para la Cultura, al frente de la cual como presidente estaba el mismo Rodríguez. Lo acompañaron Parminio González como secretario ejecutivo, Marina Campos da Silva como secretaria de Actas y Ángelo Donnaruma como secretario de Finanzas. Como vocales: Jeroh Juan Montilla, Tibisay Vargas Rojas y Carlos Ríos Roldán. El presidente honorario era Pedro Díaz Seijas.
Sirva esta breve e incompleta reseña para celebrar los doscientos años del nacimiento de Daniel Mendoza, aquel calaboceño de Ortiz que sigue siendo un desconocido, por lo que precisa ser descubierto cada día para beneplácito de quienes quieran conocer el pasado de nuestras costumbres.
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