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Colores planos, de Samuel González-Seijas

lunes 5 de junio de 2023
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Samuel González-Seijas
En Colores planos, González-Seijas se metamorfosea mientras escribe, mientras duerme, mientras sueña, mientras despierta hecho un ovillo o un animal de costumbre citadino.
“Nombrar al mundo exterior para limitarlo, para obligarlo a descubrir, tras las fronteras que le impone nuestro lenguaje, su entraña de tiempo sin domesticar. Pero también nombrarse a uno mismo, trazar el piso inestable del yo con esa misma voz que marca el terreno de las cosas absortas en sí mismas”.
Adalber Salas Hernández

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Desde Magris se entiende la intención de decir “la vida exterior”, ese andar por el afuera mientras los pensamientos se encargan de construir la realidad, esa cosa que puede perturbar pero que está allí, con nosotros (somos nosotros) pendiente de nuestras transformaciones, de nuestros cambios, torpezas o destrezas: la vida compartida entre el conjunto anónimo, la gente, entre todas las soledades en la casa, en la calle, en la panadería, en el rostro de una mujer que atiende a diario el negocio y los precios, en medio de una multitud cuyos rostros concluyen en ser uno solo. O la varia presencia de los sueños: el despertar frente al gorgojo de Kafka o ante el mismo Kafka revelado.

Esa vida que se traza en palabras desde el comienzo, desde la matriz del poemario, desde la primera vez del libro, desde la línea inicial hasta la última: es un exterior transparente, cotidiano, dado a decirse desde él mismo porque Samuel González-Seijas lo ha escrito así para que el lector lo viaje, lo entienda, lo comulgue sin dejar de saber que Colores planos (El Taller Blanco Ediciones, Colección Voz Aislada; Cali, Colombia, 2023) es un intento en el que se apuesta todo, toda vez que deja dicho lo que está ante sus ojos y los llena con todos los matices que le ofrecen las palabras oportunas o tomadas al azar, las que recurren para hacerse poema, estructura, y luego, con la luminosidad u opacidad de los signos, estética, poesía.

El título del libro podría descifrarse desde muchas miradas: el cromatismo dudoso del mundo, del pequeño mundo íntimo, urbano, familiar, la ausencia geométrica de alguna forma, es decir, la esencia del alma vista desde la diaria insistencia de los eventos humanos: el poeta relata esa “vida exterior”: describe, traza rutas, menciona nombres, viaja, cuantifica alturas, alterna con la ficción de quien una mañana amanece (la imaginación reina siempre) convertido en gorgojo, cucaracha o insecto en una estancia también imaginada, porque el sujeto que sueña igual se relata, se extrae del paseo onírico y sube una montaña.

La poesía es un todo y un tono variable, un plano en el que se pueden ubicar todos los temas, los asuntos pendientes y los que ya han ocurrido. Todos los colores, los que de plano existen y los que podrían inventarse desde la poesía misma.

La luz se niega a veces. Ya no es el arco cromático el que insiste en asomarse al ojo. Es el gris, la sombra que permite ver, a medias, los pocos detalles de ese exterior. La poesía, tan dada a porfiar, se hace de ese matiz dudoso: el gris establece su reino entre la luz y la oscuridad. El poema lo usa para husmear y dejar dicho su mensaje, sus secretos, sus enigmas.

En el caso de Colores planos el exterior se muestra en toda su dimensión: el gris se simula entre los escondrijos de quien se mimetiza, un autor que va más allá del que firma el libro, y el lector, quien se deshace en el texto para figurar en un universo de voces numeradas, dadas a entender que es un solo yo: un sujeto nos habla desde un bosque umbrío que posibilita la presencia de unos versos sueltos, una hojarasca de palabras que hablan el afuera, lo descubren.

 

“Colores planos”, de Samuel González-Seijas
Colores planos, de Samuel González-Seijas (El Taller Blanco, 2023). Disponible en la web de la editorial

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Los colores interiores ocultan el gris, es decir, todo lo que secretea o descubre el poema. La poesía, por otra parte, no se deja descubrir, se encona con el lector, se traduce desde ella misma, desde las cosas no pendientes que el autor ha dejado en el costado, en ese aunque sí pendiente siempre, el que con mirada curiosa y metafórica advierte: “El calor da en un vaso / dormido en una mano”, mientras “En casa, mi otro yo / aguardaba con sueño”.

Poética del onirismo, del despertar en el mismo sueño mientras se sueña.

Pero la realidad, tan gris a veces como plana, como dislocada o agresiva, se muestra como una panorámica. La ciudad, la deriva urbana, ese monstruo que nos acoge, vientre convulso, se hace revisar: “Y al pasar por la avenida / vi ondear un tapabocas / traído y llevado por el aire / la marea veloz de los autos”.

La ciudad y sus costras: la ciudad en poesía, siempre llagosa, equipada por sus artilugios e ilusiones, tan dolorosas como esquivas a veces, frontales, las más de ellas donde el insomnio encuentra el yo de quien no pierde de vista la soledad o la sensación de que la soledad es también una forma de estar abrumado por los fantasmas de la noche: “mi lado áspero / luego del desierto nocturno”.

 

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La lectura no tiene límites. Los sentidos van y vienen. No hay coherencia en lo que el ensayista dice porque es placentero sentir la libertad, el engranaje de la poesía como rebeldía, como idea sin sujeción. Por eso regresa al rostro afilado de Franz Kafka, centro de esta aventura de González-Seijas, quien se metamorfosea mientras escribe, mientras duerme, mientras sueña, mientras despierta hecho un ovillo o un animal de costumbre citadino, agobiado por tanto despojo, por tanta gente que se marcha, que deja sus huellas en los pies deformes del hombre del gueto:

Vuelvo a Kafka / que habla de un topo / o más bien desde él / un ser que construye galerías / y es feliz alejado, bajo tierra / apartado de todo y en silencio / hurgando espacios / deslizándose / de un pasadizo a otro / sintiendo la tierra / al revés, desde dentro.

Y desde la cima del pico Codazzi:

…el personaje / crea túneles y pasadizos / subterráneos / sin jamás decir / quién es (…) / Kafka siempre transformado (…) / Las metamorfosis en él / nunca terminan…

Y despierta luego de pasar por el desierto, por los pasadizos del verbo, “como si dormir / fuese el comienzo de algo”, que en efecto es el comienzo de todo. Y hasta el final de mucho de ese todo.

“El piso inestable del yo” se revela y rebela en y contra el silencio del sueño: relata la aventura que lo ha devuelto al gris inmaculado de la realidad. De esa cosa informe que anda por ahí y nos contiene.

Alberto Hernández

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