
Desde Llana palabra hasta los versos más recientes de Tibisay Vargas Rojas el mundo no ha dejado de mostrar sus más reveladoras voces, las de ella, amparadas por la gracia de una intimidad que se desplaza y nunca deja de estar en el lugar de su origen. La poeta mira hacia el lomo irregular de los morros de su ciudad, la que optó por tener como propia, y mueve su espíritu hacia San Sebastián de los Reyes, donde queda su patio, tan dado a ser también el de aquel poeta, Miguel Ramón Utrera, sonsacado por la magia de su soledad, por la gracia de su geografía.
La poesía de Tibisay Vargas Rojas es tan de ella, tan de puerta abierta, que se entrega sin desdén alguno. La hemos leído y la hemos imaginado en la intimidad poética de su hogar, entre palabras, asomada a la página en blanco mientras en su interior las imágenes se mueven como aves sostenidas por el cielo. Ella, avalada por la paz que la contiene, aviva su espíritu y la hace trasladarse hasta la llanura de la hoja donde los versos saben decir lo que es: una intimidad cuya pulsión alimenta cada sonido, cada pausa, cada instante de su voz.
Bajo el sol inclemente de la llanura, bajo el peso terrible del trópico pampero del centro del país, ella busca y encuentra, y por eso dice:
…tanto cuesta / un pedazo de sombra
Como si la luz no fuese lo suficientemente capaz de trasladar su fuerza y hacerla parte de la existencia. No obstante, es la luz, habitada por la sombra, la que alienta su intimidad en la casa, bajo el relente o el sopor del clima, que es el poema.
Una puerta tras otra habla de sus libros, de los que se han abierto, uno tras otro, a los lectores. Ahora, recogidos en esta antología, Tibisay Vargas Rojas logra sortearlas todas y llegar a un ámbito donde su búsqueda, la que ahora nos pertenece, se abre al absoluto. Es decir, a una geografía de todos. A un espacio que descubre sus secretos, sus intimidades, de allí que Llana palabra sea la sinceridad de su comienzo, pasando por Pequeño bestiario de vuelos, donde es la niña que habla con los habitantes del monte y del aire, con los pájaros, con las bestias que recorren su imaginario. Y así, Humo y sal, donde la casa se deja decir en los nombres de Valeria y Cayetana Aular.
Recorremos Tachaduras, Tema de miseria, De un patio a otro, Tercera persona, y descuelga esta imagen:
Mira, mira este pájaro sin trino
en el ángulo cabal del momento
Y más adelante:
Porque este es mi cuerpo
y tu exilio…
Es decir, de la intimidad al mundo de quienes han tenido que irse, huir desde ese uno mismo que se queda no obstante, que se abriga con los nombres olvidados o dejados al rescoldo de la misma casa dejada atrás.
Por eso vuelve a ser, en una suerte de extrema pulsión de fe:
Ella acecha
por el ojo de la cerradura
una gran Rosa abre
puerta tras puerta
sobre el madero
pueden clavarse todos los pecados
más suya es la llave.
El poema, guardado para decirlo con todos sus versos, viaja o emigra con quien se va, con quien deja el recuerdo, algún trozo de sombra o de luz a la entrada de la casa, en la frontera de los sueños.
Una valija carga todos los intentos:
Esta maleta / es un fragmento de país…
Y siguen otras pulsiones que el lector podrá descubrir en este libro, en esta aventura donde el interior más transparente de la poeta se hace público, se hace de todos.
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