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En una novela corta cabe el mundo y parte de otro. Y caben todos los personajes si el autor sabe fundarlo. Caben sus reflejos, cabe uno mismo, y ese uno mismo se replica en los otros. Son todos los mismos en un personaje que crece en la medida en que la novela llega al final.
En una novela corta es posible ser todos los personajes en uno. El lector es su propia lectura desde quien protagoniza las acciones y las hace ver como las de los otros.
En una novela corta es posible una novela extensa, porque el resumen de cada acción es la extensión de todas las acciones que el personaje principal lleva a cabo desde sus destrezas, desde su capacidad para hacer del narrador un observador, un revelador de peripecias. En este caso, de caracteres.
En una novela corta cabe Anabella y las visitas de su padre. Y cabe también la emboscada al padre de éste de manos de sus empleados. Y su muerte.
Cabe tanto realismo a veces sofocado por los juegos de la imaginación, donde expresionismo y surrealismo se juntan para mostrar un mosaico de interpretaciones.
En una novela corta cabe el personaje Nubia, la tía que se refleja en todos los personajes, los tantos que hay en esta novela corta de Hugo Alberto Patuto.
En una novela corta cabe el mundo por crear y recrear.

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Veintidós capítulos cortos hacen veintidós cuentos cortos, que, reunidos, hacen una novela corta. Cruces de eventos, trazados de acciones, rutas de conductas involucran el tiempo y el espacio, resumidos, de actantes casi visibles e invisibles, hechos a la medida de la brevedad.
Patuto jalona toda una existencia en pocas líneas. Sugiere desde el decir, desde la moldura del personaje central rodeado de los otros que la secundan, que la hacen posible desde su 1,80 de estatura. El lector la imagina robusta, de mirada profunda. Ya sabemos que tiene los ojos azules, que destaca por su fuerza vital, que se pasea por la historia entre las huellas de los demás sujetos que la observan y la oyen decir: “Me veo convertida en un diamante”, mientras el tío Abel la califica: “Nubia vale más que la patria”.
En esta novela corta está un pedazo de la vida de Argentina. La manera de abordar los hechos, los referentes históricos, de describir y hasta de confirmar que los personajes se desplazan como si estuviesen detenidos en un sueño que no concluye.
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La novela se teje entre el narrador y algunas inflexiones orales de los actantes, como escondidos en la trama. Es una historia con muchas anécdotas, todas cerradas en tanto en cuanto deben ser sometidas a la cortedad de un discurso que el lector amplía en la medida en que la madeja deja de ser un misterio.
Es una novela construida en todos los tiempos. Aunque el tiempo se sienta como congelado. Se desplaza lentamente hasta el final. Un final que queda abierto, como si se tratara de una advertencia de continuación. Es decir, los personajes no desaparecen. La tía Nubia sigue allí, como un diamante, viva, rica en la solvencia de querer retornar en cualquier momento.
Hugo Alberto Patuto deja entornada la puerta de la casa adonde los habitantes esperan regresar.
La novela sostiene su brevedad en el silencio.
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