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Definitivamente, es una mujer la que se pasea por su ficción, la que se recoge en unas páginas que luego dejaron de ser. Se borraron para quienes andaban pendientes de un libro, de una vida, de los avatares de Francisca Malabar, la mujer que se recorrió entera a través de un diario que sólo es posible leer desde nuestra postura de lectores, porque los editores que aparecen en la obra se quedaron sin nada, sin historia.
Los lectores somos los cómplices de ella. Nos deja en herencia las palabras que recorremos en esta novela que Milagros Mata-Gil ha construido con fechas y digresiones autobiográficas en las que el lector se topa con personajes, eventos, invenciones como un legado que el lector sabrá apreciar como referentes que lo harán reflexionar: entrar o salir de una historia que “nos” recorre, “nos” convierte en cómplices, en formuladores de teorías, aunque es mucho más válido leer esta novela, El diario íntimo de Francisca Malabar, sin caer en la tentación de un método para pasar por la vida y morir, como al final ocurre con todos los seres vivientes.
Esa mujer, Francisca Malabar, nos cuenta parte de su vida desde ese adentro espiritual en el que se mueven como nubes e imágenes flotantes unos ángeles, las voces de su autonomía, de su conciencia, valuada por la crisis que arrastra desde la infancia, desde los padres, desde la escuela, desde aquel país que no existía y que con el tiempo supo advertir. Y está también la absoluta presencia de una realidad: ella escribe. Es una mujer que ha sido sometida por agentes humanos que la mortifican, como aquello del marido maltratador, como aquello de ser sumisa mientras los hijos crecen rodeados del “amor” de un padre borracho.
La narradora, en el diario, cuenta todo, se desnuda: deja su alma y su cuerpo al descubierto. Cuida una casa, amasa el alimento, escribe y es insultada. Sufre los golpes: las bofetadas y puñetazos, no sólo del marido, sino de una densa atmósfera que predestina su tiempo: ella es aquella que también escribía en el periódico local, la misma que se recoge el pelo, se peina y podría ser la narradora/personaje/autora que no deja de ser quien es. Se trata de la autobiografía de la Malabar, que es también la biografía de cualquier mujer instalada en el imaginario de una existencia, la de Milagros Mata-Gil: escritora, ama de casa, soñadora, viajera, lectora, angelada por las ilusiones. Es decir, el personaje se mueve en todos los ámbitos: se comunica con los ángeles y es maltratada por algunos humanos. Es de su adentro y tanto de su afuera. La escritura es sostenida por el fracaso que otros desean que ella sufra. Porque los fracasos son parte de la construcción del sufrimiento visto desde el ángulo de un espectador perverso.
Francisca Malabar podría ser varias mujeres. Es decir, es varias mujeres en una que ostenta nombre floral. Es una y múltiple. Se hace muchas en la medida en que escribe su diario. Sale de él y se hace otra en una autobiografía que ella mira desde cierto punto: desde el ella que aleja para poder respirar, para poder ser.
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Una definición extraída de la misma voz del diario abrevia: “…el desaguadero textual de las cotidianidades, mero juego para distraer la soledad”, pero sucede que Francisca Malabar no está sola, está íntimamente ligada con su alma, la compartida con las voces que ocurren a su diario vivir: los ángeles, esos personajes secundarios que la atienden en su “soledad”, en sus decaimientos. Personajes que formarán parte de la novela que tiene en mente. O del diario que se va escribiendo casi solo, a punta de distracciones caseras. Es una escritora que debe enfrentar a una familia. Esas “notas para una autobiografía” así lo dicen: Francisca es dos en una. Es un texto que se desarrolla desde la escritura de su cotidianidad.
Ella misma lo deja escrito: “la vida como género literario”. Francisca Malabar es un personaje literario que emerge de una ficción recreada, que emerge de la creencia de que “somos” el personaje, ese sujeto al que le ponemos y le quitamos segmentos. El narrador es muchas veces el personaje, también el autor. Allí se confrontan. Entonces, Francisca se hace posible. Es posible desde las líneas del libro que quiere escribir y que al final del libro, del diario, no aparece. Es posible ella como imposible su libro.
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Cuando un diario íntimo se escapa del autor se convierte en una confesión. En testimonio público. Los secretos abarcan todo el paisaje. Ella, la mujer, la que no deja de ser nunca Francisca Malabar, pero que lleva en su interior todos los personajes que acarrea su vida, ella, deja de ser para convertirse en una búsqueda: muere y su obra, su diario, no aparece en ningún disco duro. Ha dejado de ser para ser. Los sujetos, hijos y editores, han quedado como simulacros, mientras el lector se ha quedado instalado en la obra, en el diario, con Francisca Malabar.
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Deja de ser íntimo el relato cuando aparecen referentes históricos olvidados, como aquel carnavalizado personaje (Bajtín dixit), el padre Fidel, que mató a su hermana con quien, se comentaba y quedó como registro, mantenía relaciones sexuales. Aquí aparece la memoria y está Lesbia y el padre Biaggi, de quienes se habló mucho en los medios durante largo tiempo en la década de los años 60 en Venezuela.
Estamos frente a un libro que hay que mover con toda la astucia de un lector. Milagros Mata-Gil nos lleva por varios caminos. Y esos caminos serán descubiertos por los otros lectores que habrán de reencontrarse con personajes otros que alguna vez fueron parte de sus vidas y también fueron, de alguna manera, una Francisca Malabar.
Si alguien se pregunta: ¿he leído una novela? Tendrá que responderse que leyó un diario, porque la novela, la historia que Francisco Malabar escribió, nunca fue encontrada. O al menos así ha quedado en los sueños de un ángel.
Pero sí, hemos leído una novela.
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