
“Un hombre de la sabana
si no encuentra el camino lo inventa”.
A. J. P.
1
A Alberto José Pérez le habla la poesía, y lo hace como si se tratara de un muy cercano familiar, nacido en el mismo patio, a la orilla de un río, nada mítico porque confirma su existencia en la mirada de quien se ha criado en su orilla y sabe de sus moradores, de sus habitantes, personajes que se mueven con suma prestancia en sus poemas, como si fuesen personajes de la antigua Grecia, cada uno entregado a sus oficios, a sus magias y poderes, tan comunes como la vida que se vive en El Samán de Apure, ombligo del mundo del poeta.
“Los poemas de Apure” han sido la constante de Alberto José Pérez. Toda su poesía gira alrededor de su cosmos local. Alrededor de su sistema solar apureño, del trozo de tierra donde ha ocurrido de todo, porque en su pequeño e inmenso territorio están todos los sueños y todas las realidades. El imaginario del poeta Pérez no sólo está localizado en una geografía conocida sino que su palabra es capaz de inventarla para que siempre sea un referente renovado.
Poetas y narradores venezolanos le han cantado a su casa natal tanto como lo ha hecho Alberto José Pérez. Sabemos de Vicente Gerbasi y Canoabo. De Armas Alfonzo y el Unare. De Eugenio Montejo y Güigüe. De Salmerón Acosta y Manicuare. De Adhely Rivero y Arismendi. De Efraín Hurtado y Calabozo. Y de muchos otros para quienes ha sido la tierra nativa en sus poemas. Alberto José Pérez no ha dejado de nombrar, de ser, de estar y no estar en El Samán de Apure, porque no estar le permite siempre escribir de su ausencia, lo que quiere decir que sigue estando en la memoria, en la corriente permanente de su río, el que no cambia de curso pero sí de anchura; el río capaz de llevarse el techo y las paredes de su hogar y seguir siendo El Samán de Apure la referencia amorosa de su historia, el quehacer de su escritura.
2
Escribe Alberto José Pérez desde la infancia. Desde la memoria anclada en el río que pasa por su pueblo. Conversa con él y se imagina a Heráclito en la otra orilla.
Poesía de la oralidad. Poesía conversada por quien sabe que su lectura tiene interlocutores que también hablan como él escribe: el poeta no necesita laberintos discursivos para entablar diálogo con el paisaje que, a la larga, se convierte en el lector, quien se sumerge en los nombres que habitan su poesía. Hombres, mujeres, personajes que se desplazan a través del tiempo, que viven en cada verso de este hombre que no deja de ser parte de El Samán de Apure.
El río es parte del discurso. Podría decirse que es el mismo discurso porque el río discurre como los mismos versos que escribe Alberto José Pérez: se mueve con las voces que lo acompañan.
La familia, los hermanos. La poesía de la casa. La poesía de los nacidos en Apure y en Calabozo. Todos son la poética de este apureño que ha convertido su pequeño pueblo en un emblema espiritual.
El tiempo corre entre las breñas, entre el pastizal o en medio de la sequía. El tiempo se desliza entre los poemas que la tierra llana le regala al poeta.
Por eso dice: “A contar los tiempos de mi edad”. Y los cuenta, los tiempos, desde el primer poema hasta el último de este libro donde “Los años pasan como es natural en este planeta”.
Pero el pueblo también es el despojo provocado por la corriente del río. Sus crecidas invaden caminos, calles y habitaciones. La pérdida del espacio de la crianza…
“Lo que el río se ha llevado…”. No obstante, “El río de mi corazón”.
Quedan los poemas, el río mismo, el patio soñado, los ecos de quienes ya no están. La magia de los astros sobre la geografía plana de Apure.
3
En estos poemas respiran José León Tapia, autor de muchos libros sobre personajes de nuestra historia, sobre los avatares de nuestros yerros y aciertos. Genaro Prieto, el autor de Apure en un viaje.
Y también está el abismo del silencio: “Siempre hay algo que se le escapa a la muerte”.
Y ese algo podría ser la memoria instaurada en el otro, en el que se queda, en el que aún tiene aliento para seguir soñando.
El poeta se recrimina, dice de su sino, de su ser, mientras la vida continúa siendo:
Sigo de pie
Debe ser por lo inútil
Que he sido para la vida.
4
Describe su hábitat, el viaje que lo contrajo, que lo dejó un poco más allá de su terruño:
Vengo de un país de veranos calcinantes.
Y de mares de agua dulce en el invierno…
Del río queda un reclamo:
Donde ya no tengo casa.
No cierra el ciclo, continúa su viaje por el espacio abierto de la tierra.
Alberto José Pérez sigue el curso lento del río con la mirada puesta en quien viaja hacia otros rumbos sin dejar de pensar en las calles donde contaba “los tiempos de mi edad”.
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