
“La vocal dominante resta del lenguaje su habla casual y la vuelve otra versión de las cosas”.
Julio Ortega
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A, E, I, O, U, volvemos al kínder, al juego del recreo o al pizarrón del aula donde la maestra dice con gracia las cinco vocales del abecedario. Las cinco letras que les dan esperanzas a las otras letras, que solas permanecen en silencio, aburridas por su propia desolación.
Sin la A no hay K (ka), podría haber una explosión, pero sin la A es sólo eso, una dinamita en la boca. Igual ocurre con la E y la T, sin la primera no habría ese Te que tanto aprecia la gente cuando dice una mentira preciosa o una verdad leal: Te quiero.
Es decir, sin las vocales el resto de las letras serían adornos. En algunos idiomas como el polaco hay más consonantes que vocales. Podría decirse, desde nuestra ignorancia acerca de ese idioma, que es una lengua imposible de aprender. Pero existe.
En el idioma de Cervantes, las cinco vocales, abiertas o cerradas, son puertas que se abren y cierran de graciosa manera, tanto que nos doblegan, que nos convierten en sus servidores, en sus sastres, porque escribir un texto en castellano es como coser, zurcir, trazar las medidas para un traje.
De manera que las cinco vocales vienen a ser como las muletas de las veintidós consonantes de nuestra lengua, porque hay otras lenguas, repito, que no tienen veintidós. En consecuencia la vocación vocálica de nuestra vocalización lingüística da para tanto que es posible que hablemos polaco en castellano sin darnos cuenta, por la creatividad que nos ofrece el mismo idioma que el padre Berceo recreó desde el latín y las antiguas palabras ya existentes en la península ibérica.
Por eso, con ellas se puede crear, sin desestimar el grado de su tesitura, más de su tensión sonora a la hora de construir una palabra.
Digamos, escribir un texto donde sólo haya una vocal para todas las palabras que el autor utilice en su relato, porque el mexicano Óscar de la Borbolla (Ciudad de México, 1949), en su libro Las vocales malditas, crea cinco relatos donde cada una de las vocales protagoniza cada uno de los cinco cuentos. Y mire que no es fácil. Paciencia, mucha paciencia y búsqueda.
Escribir sólo usando la A, por ejemplo. O la E. O la I. O la O. O la U, no es tarea de soplar y hacer botella. Es un trabajo que es necesario pagar con creces: la escritura de un hombre que se dedicó a inventar cinco relatos extraños que también convierte en extraño al lector, porque tiene que dominar las ganas de no extrañar las otras vocales que no aparecen en el texto donde la dominante es la que realmente manda, gobierna, domina. Es la vocal dictadora, verdugo, castigadora, pero también tentadora porque permite que el lector sea envuelto por su presencia absoluta.

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Cinco son las vocales, cinco los relatos donde ellas protagonizan. Cinco sus arrebatos, sus presencias en cada uno de los textos que Óscar de la Borbolla ha escrito.
Ellos son “Cantata a Satanás”, “El hereje rebelde”, “Mimí sin bikini”, “Los locos somos otro cosmos” y “Un gurú vudú”.
Y para ejemplo, estos fragmentos:
A:
Abraham amada a Sara cada mañana clara: pasaba la manaza, arañaba la lana, arrancaba la bata, la abrazaba; clavaba las garras hasta matarla. Sara atarantada callaba harta, Abraham la cansaba. “Ya habrá —mascaba tras la sábana—, ama a la mala; ataca, aplasta, brama…
E:
En el verde césped del edén, célebre sede de creyentes, el decente Efrén se estremece. Tres deberes del mes lee en el templete del regente: “Defender el vergel del Hereje Rebelde, tener fe en el celeste Jefe de tez perenne, ser excelente”. El membrete del Jefe es esplendente, se ve de kermés. Esther se embellece enfrente de Efrén: es de temple terrestre…
I:
¿Insistir, Crispín?… Mi visir, mi bichín, mi cid: si sin ti viví difícil chipichipi sin fin: crisis y crisis: bilis, rinitis, tisis. (Snif, snif.)
—…
—¡Fingir!, ¿fingir mis crisis?… ¿Ni tisis, ni rinitis, ni bilis? ¡Sífilis!… ¡Cistitis!… ¡Sífilis, Crispín!…
O:
Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: “No doctor, no… loco no…”. Sor Socorro lo frotó con yodo: “Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros…
U:
Un gurú vudú, un Duvulur, supusu un mundo futuru mu suyu, un mundo cuyu multutud frustrudu pur sus Tuntus Mucutus nunca luchurun, nunca junturun sus músculos puru hundur su curul…
Ahí quedan ellas, las vocales, dueñas de los relatos que De la Borbolla dio por inventar, y que publicó en edición de autor en 1988, con reediciones de Joaquín Mortiz en 1991, de Nueva Imagen en 2001 y de DeBolsillo en 2010, ésta con ilustraciones del también artista mexicano José Luis Cuevas.
El libro está prologado por el crítico y ensayista peruano Julio Ortega.
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