
“Y de pronto el mar. Y de pronto una exquisita conversación. Mis fuerzas se abren paso hasta donde el tiempo dejó sus alas. Percibo al hombre de la mansedumbre con las piedras más blancas. Las campanas entonan la desesperación. De la montaña bajan las diferencias y viento abajo la polvareda del camino multiplica la duda”.
J. E. B., de Cualquier itinerario
1
Álvaro Ríos, en Barquisimeto, ha recogido, con paciencia y destreza, algunos textos del escritor oriental pero radicado en Lara Jesús Enrique Barrios (1937-2019), quien dedicó su vida a la docencia, a la poesía y a la amistad. Un hombre, para quienes lo tuvieron cerca, sabio y bondadoso, que convirtió su existencia en un verbo superior.
Ríos reunió los libros del desaparecido escritor y, a través de su editorial AlfaGuaro, vertió los sonidos de este hombre para que los lectores supieran de él. He aquí los títulos del autor nacido en el estado Anzoátegui: Cualquier itinerario (1992), Rigor del ocio (1992), Usada poesía (1994), Mutilaciones (1996), Breves y mínimas (1998), Otras contradicciones (2000), Originales del silencio (2005) y Visión cumplida (2010).
El epígrafe usado para comenzar esta lectura da inicio al libro, abre la puerta de este volumen que nos aproxima a un hombre que escribió una poesía reflexiva, honda, siempre desde el yo de su permanente indagación ajena. Jesús Enrique Barrios escribió en prosa la mayoría de sus textos poéticos, aforísticos, aferrados a una filosofía que encara al ser desde su perspectiva muy personal.
El tiempo como preocupación, como herramienta para entender el paso por la existencia, fue uno de sus temas. Un instante que puede durar muy poco como puede extenderse como un sendero interminable:
Remonto el futuro. Leo en los ojos del gato la memoria del mundo. Escupo en el miedo. Logro la embriaguez del equilibrio. Mi recuerdo queda a salvo. El camino es hoy y nada más.
Pero no deja de estar pendiente de la realidad, de esa presencia continua que respira en la nuca de quienes viven y observan, critican, se suman a la concreción del mundo:
Los buscadores de petróleo también han escarbado en mis entrañas.
Itinerario que desemboca en la dicotomía luz y sombra, a “no llegamos a donde queremos”.
2
En Rigor del ocio:
El yo se ajusta cuentas: “No se trata de ningún plan para inventar la realidad. Se trata de mí mismo”, y continúa su porfía por hacerse cargo de lo que esa realidad hace con él y su entorno: “Mantener el equilibrio entre el ser y el tiempo es construir la realidad”.
Cada aforismo es un encuentro con una inteligencia que se descubre en la humanidad de quien se sabe mortal como una aventura sujeta a tropiezos:
He preferido vivir saltando continuamente hasta el final de mi cansancio.
Y el tiempo por llegar:
El futuro asegura la condena. Se amotinan las cicatrices. Las mentiras atesoran el porvenir…
3
En Usada poesía recurre al verso:
El viejo libro
cayó al olvido
como yo
como tú
Simples raíces
gusanos incansables
revierten su tesoro
y pueblan la noche
¡Quién sabe!
Revuelvo el olvido
y ahí escribes
el viejo libro.
Una crítica, seguramente, a la pérdida de la “realidad” relacionada con la tradición del libro en papel, de la vida pasada, de los tantos recuerdos ya olvidados, convertidos en despojos.
De allí su insistencia: el hombre: “Un animal crecido es el hombre” en “este olvidado ocaso”; por eso se atreve a decir, sin remilgo alguno: “Soy simple / y no comprendo / el porvenir”.
4
Sigue el tiempo, ese reptil que nos consume. Jesús Enrique Barrios lo sujeta con las palabras: “Y del verbo salió la tropelía a buscar la revelación”, la misma que destaca en este verso íntegro:
El cuerpo deambula en el alma.
Esta ontología poética define claramente a este hombre preocupado por el tiempo, por el ser que lo vive, que lo agota, que lo consume y lo borra. De allí que su poética, aforística, sea puro pensamiento, reflexión que hinca, que profundiza y deja huella.
En Mutilaciones, dice: “Lo malo de la sencillez es que vive vestida”, y se vale de su particular diccionario:
Conocimiento: Disfraz de la ignorancia.
Aturde leer lo que nos alerta, lo que nos hace pensar lo que hemos creído ser:
Si nadie se parece a nadie todos somos iguales.
Y se aconseja “no salir del yo” como para dejar limpio el camino hacia el tiempo recorrido.
Y cierra: “Algún día bajaré a visitar mi tumba”.
Pero insiste: “Se detuvo en sí mismo y no encontró qué hacer”.
5
En Breves y mínimos, los aforismos refuerzan el contenido de su afán reflexivo, indagatorio:
¿Quién puso la muerte en el camino?
Y vuelve el tiempo como razón de escritura y respiración:
Para investigar el pasado hay que tener vocación de futuro.
6
En Otras contradicciones:
He llegado al final de la realidad. Agoté la utopía.
No obstante:
No todo está perdido, aún falta la muerte.
Y sigue en su labor pedagógica: “Poeta es el que encuentra sin buscar y filósofo el que busca sin encontrar”, una muy clara definición de la inutilidad de la filosofía frente a la realidad.
Por eso: “No creo en conclusiones”.
7
En Originales del silencio, estas voces:
Cuido mis fracasos…
El árbol que quise ser…
Y de pronto la verdad:
la falta de alimento
la inútil soledad
y este fatal momento.
Esa fatiga, ese pesimismo al final, consagra luego, desde una mirada más alejada de los textos anteriores, este hermoso verso: “Y cuando me hice pájaro”, lo que sería el vuelo definitivo hacia el pasado que, seguramente, tiene constancia del futuro.
No deja de hablar de “La verdad (que) a veces nos visita”.
8
Deja un epílogo nuestro autor. Un final que ennoblece mucho más su paso por la tierra. Un bello relámpago de palabras que renuevan las ganas de leer completa su obra.
Y de pronto, el silencio de las palabras convertidas en mareas. Y de pronto el mundo para este poeta venezolano que debemos conocer.
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