Servicio de promoción de autores de Letralia Saltar al contenido

Un gran río, de Victor Segalen

miércoles 12 de enero de 2022
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Victor Segalen
Segalen realizó tres expediciones arqueológicas en China: 1909-13, 1914-15 y 1917-18. Es considerado el fundador de la poética intercultural entre el este y el oeste. Fotografía: Louis Talbot (1903 o 1904)
Introducción, traducción y notas: Wilfredo Carrizales
Fotografías de Victor Segalen

Introducción

1

Victor Segalen, arqueólogo, etnógrafo, médico naval, escritor y poeta francés, nació en Brest el 14 de enero de 1878 y murió, de extraña forma, en Huelgoat, el 25 de mayo de 1919. Viajó y vivió en Polinesia y China entre 1903 y 1917. A partir de 1908 se dedica al estudio de la lengua china. En 1909 llega a Pekín para unirse a Gilbert de Voisins (1877-1939) y realizar con él un viaje de exploración por la China central. En agosto comienza el viaje y durante cuatro meses recorren llanuras y montañas del noroeste y luego descienden por el pie de la meseta tibetana hasta alcanzar la provincia de Sichuan. Luego en un junco bajan por el río Yangzi hasta su desembocadura en el océano Pacífico. De ese trayecto surge Un gran río.

Segalen realizó tres expediciones arqueológicas en China: 1909-13, 1914-15 y 1917-18. Él criticó la idea de “exotismo” proveniente de la Europa positivista y colonizadora. En todos sus escritos encontramos percepciones inquietantes, definitorias, de un escritor que logró huir de los géneros más delimitados, pues su obra es amplia y recorre todos los campos literarios, incluido el ensayo. Entre sus obras con influencia china podemos citar Stéles, impresa en Pekín en 1912; Peintures (1916) y René Leys, una novela publicada póstumamente en 1921. Él se sirve de la imaginación para nombrar y acercarse a lo chino. Segalen es considerado el fundador de la poética intercultural entre el este y el oeste.

 

2

A principios de 2012, mientras recababa información en la biblioteca de la Alianza Francesa de Beijing para la traducción que preparaba de Steles, me topé con varios escritos de Victor Segalen, entre ellos Un grand fleuve. A pesar de ser una relación de sólo siete páginas, me conmovió, me incitó a traducirla y me retrotrajo al mes de agosto de 1978 cuando, siendo yo estudiante de la Universidad de Peking, emprendí un viaje por el suroeste de China, junto con un numeroso grupo de compañeros de varios países, hasta la ciudad de Chongqing, provincia de Sichuan. Desde esta ciudad acometimos la travesía en barco (tres días y dos noches) por el río Yangzi y atravesamos las famosas gargantas con la impresión de estar cruzando un lugar irreal. Aunque no pude volver a navegar en barco a través de las tres gargantas durante mi segunda estadía más larga en China (2001-2013), sí logré visitar de nuevo las ciudades de Chongqing (ahora convertida en municipalidad dependiente directamente del gobierno central chino) y Yichang (donde está la monstruosa represa), ambas mencionadas por Segalen en su narración de viaje, pero con diferente grafía.

 

3

La transcripción fonética de los topónimos chinos que usa Segalen ya no se emplea. En mis notas, opto por actualizarlos utilizando el actual hanyu pinyin (alfabeto fonético del idioma chino) en vigencia en China continental.

 


 

Un gran río

“Un gran río”, de Victor Segalen, traducido al español por Wilfredo Carrizales

Este texto ha nacido de la admiración sentida por Segalen a lo largo del descenso en junco del Yang-tseu,1 de Tchong-king2 a Yi-tchang.3 Debe leerse sobre varios planos. Es primero una descripción apasionada, fogosa, como su modelo, de bellezas variadas que presentan la vida tumultuosa del río en su recorrido a través del inmenso continente chino. El poeta dice ver y hacer ver. Se ve a un hombre extraordinariamente atento a las formas y a sus valores materiales. Es que el río es una reducción y una síntesis de todas las bellezas sensibles de la vida. Un gran río es un homenaje rendido a los poderes dinámicos del mundo.

Esta concepción heracliteana de las cosas se la distingue también en la parábola secreta del texto. Tantas expresiones empleadas por Segalen conducen a ver en el Genio del Río al hombre de genio que ha jurado superar los obstáculos para establecer el triunfo de su valor. Este flujo universal es también el combate universal del cual hablaba Heráclito. El Genio del Río es cercano a los héroes nietzcheanos de la violencia y que golpean poderosamente el gusto de vivir y de vencer. Nosotros estamos lejos aquí de las lecciones de renunciación y de desapego del budismo, mas tal es la ley de la alternancia exótica.

Existen dos versiones manuscritas redactadas en 1910-1912. El texto ha sido publicado por primera vez en la revista Lettres Nouvelles de enero de 1956; después ha vuelto a incluirse en el libro colectivo Imaginaires, en las ediciones Rougerie, 1972.

Henry Bouillier

Yo ignoro de dónde él fluye exactamente. Él mismo no lo sabe y menos aún el Genio que lo penetra, lo anima y marca todos sus saltos. Es que el espíritu del Río —cuya existencia después de esto no habrá más duda, espero— no habita y no existe más que allá donde el Gran Río ha tomado toda su conciencia, y afirmado toda su líquida y sucesiva personalidad. Y es porque, teniendo designio solamente de honrar por esto al Genio del Río, no me retrasaré para decidir, si allá abajo, en pleno corazón del Tíbet, es esta vena de agua o bien esta, toda semejante, que es verdaderamente su origen. Como en un informe niño de pecho, todos los torrentes, allí, encuentran todas las posibilidades: cien li4 de más, al este o al oeste, y ese arroyo va a volverse, acaso, el triste y borroso Houang-ho,5 a medias bebido por las bocas del norte, o bien el Mekong6 o el Salouen,7 se abren a los millares de días bajo los trópicos, o bien, por la más gloriosa de las fortunas, el Gran Río mismo, el Yang-tse-Kiang,8 encuentra en sus arcos voluntarios el inmenso Imperio redondo como una naranja y sabroso como esa fruta cerca de la putrefacción. Mas todo eso, el Espíritu del Río no lo sabe verdaderamente tampoco. Como tampoco el número de lugares de su curso; como tampoco la superficie de su cauce; solamente acaso el número de afluentes que él no conoce más que como una lucha de un instante; y a él no le importa saber muy exactamente si es el cuarto o el quinto de los grandes cursos de agua, por la longitud; el segundo acaso por la densidad de las tierras suspendidas… Pues él está en el destino de todo Río de no conocer otro río que él.

Es el destino de todos los grandes ríos el de ser único en el mundo, y cada uno por él sin jamás poder tocar a los otros de otro modo que absorberlo. Los Espíritus de las montañas son más fraternales que pueden contemplarse libremente de una cumbre a la otra, o bien se juntan a través de las venas bajo la tierra. El Río, incluso tan cercano, ignora a todos sus congéneres. Él no se separa de la inmensa capa subterránea más que para fluir en seguida en una áspera vida singular, aislada por las barreras que jamás su Genio superará, y de allí, se sabe hacia aquella nada marina en que él se disuelve… Que las rutas sean paralelas o no, que las aguas tengan la misma virtud, los dos cursos se persiguen como si ellos existieran solos en las órbitas diferentes del cielo… Incluso sus afluentes, él no los recibe y les conoce por absorberlos todos en seguida en él mismo, con las luchas y a veces con violentos remolinos. Todo río es forzosamente único e incomparable. Bella vida, áspera y orgullosa, sin más conexiones que el largo hilo de su curso.

Eso, el Genio del Río lo adivina oscura y poderosamente. Y este Genio no existe más que en el momento donde se junta, donde el Río ha afirmado su poder mismo; en el momento donde él existe con voluntad, allí incluso, y no en otra parte; en el momento donde él está en lo máximo, él, el Gran Río. Es entonces que él posee su vida, sus tumultos, sus crecidas y sus estiajes, sus cóleras, sus arrepentimientos, una sequía saltarina, las mareas que acompañan los astros, y otras, insólitas, que no acompañan el sol y la luna; sus remolinos, sus saltos, sus divagaciones, y también los parásitos de su piel viva: los juncos de carga y los juncos de fiestas; la miseria de sus riberas: los culíes de sirga, sus hembras, sus aldeas adventicias. Es en ese momento también que él va en los peores obstáculos y con el mayor vigor. Es en ese momento que su personalidad estalla, momento escogido en su vida. Es allí en que se encierra su Genio como en un hombre en lo más fuerte de él.

Es el momento de los Rápidos y de las Gargantas. Después de mucho tiempo reforzado por el Kia-ling,9 después del río de Fou,10 abundante, sólido, a las tomas con todos los ardides de la montaña, sólidamente orientado y consciente de su curso (él desea ir hacia el este; ha, al fin, decidido de una buena vez ir a arrojarse en el mar oriental y no en el golfo de Annam,11 tributario, él va a rodar de umbrales en umbrales, desciende de las marchas, se libra en los colores plenos de contrastes… todo eso, de Tchong-king12 a Yi-tchang13 en el pleno corazón de Sseu-tch’ouan,14 centro y reino de dieciocho provincias y del país de Bod,15 en el centro de la naranja que él perfora. Es el momento de su gran madurez, de su plena violencia: el Desfiladero de los Rápidos y de las Gargantas.

Desde antes del promontorio de Tchong-king; colocado allí para señalar su partida en esta vida nueva, él posee ya su bello color sabroso. Él ha rodado por tantas riberas, ha lamido tantas arcillas rojas, ocres, grises o azuladas que, mezclando todos sus polvos, sus aguas se han prendido en un espejeo particular. Punto de transparencia imbécil, punto de candidez como en los ojos de las fuentes; mas esta opalescencia irisada, cambiante; nada de vidriosa ni de fría… La comunión larga de las riberas y del agua ha producido este curso untuoso donde los ojos indiscretos se detienen y que no deja nada para ver de estos abismos más que los reflejos cambiantes, herrumbre y azul, según que el color sea ese de cuerpo líquido o bien de reflejo del cielo haciendo mirar sobre su opacidad.

“Un gran río”, de Victor Segalen, traducido al español por Wilfredo Carrizales

Es allí muy al fondo que alarga su cuerpo inasequible que el Genio vela con una incomprensible existencia; es allí, bajo los lodos maravillosos, y cada átomo, cada grano suspendido, chocado por los otros, es una parcela de la memoria del río que por allí puede contar sus rodeos, sus aluviones, sus torbellinos de antaño. Es rodando por estas tierras y estas miríadas que el río se recuerda y se continúa. Las parcelas metálicas lentamente enmohecidas se disuelven poco a poco en la onda viviente, comunicándole su sabor y perdiendo su especificidad… Y a veces el hueco del lecho sube de un golpe en una bocanada de saltos a medias olvidados y que en uno de esos movimientos de agua insólitos ha hecho, de una vez, aflorar verticalmente su superficie. El Río se recuerda: eso ha venido del Yunnan oloroso; o bien, sin precisión, es el aluvión olvidado de uno de los confluentes y el Río se inquieta de ese salto y de ese gusto que no viene de él. El Genio del Río se estremece como ante la proximidad de una cosa amenazante por su desconocimiento.

El promontorio de Tchong-king es una salida en la vida adulta —la vida ardiente y poderosa del Río. Es en Tchong-king que se señala de un salto sus enormes hombros. Es allí que, de un golpe, viene precipitándose el río Kia-ling. Desde el principio, un espolón les separa; ellos van a unirse cuando bruscamente la montaña está interpuesta, y he allí un doble salto. Los dos enemigos han divergido bruscamente; después vuelven el uno sobre el otro. Mas todo es divergente, todo es diferente entre ellos: poseedor de las aguas y su volumen, y el estiaje y el nivel (uno puede estar en plena crudeza del verano sin que el otro haya dado signo aún). Y de esa discordia nacen a veces terribles remolinos. Si ellos son iguales y lentos, todo es sereno. Mas, que el Kia-ling se infle de golpe, y he aquí que de su ribera derecha a la izquierda se forman con la regularidad de una lenta respiración los torbellinos cónicos. El agua, ahí dentro, gira en redondo como en un circo con un descenso en el centro, una espira moribunda en el medio de un efecto implacable. Es una boca moviente del río, una boca móvil, chupadora, plena de agua violenta y aglutinada, de un agua que atrapa de un bocado y que no suelta. Que una presa viviente, de la vida humana, que es temporal y de un reino diferente del reino fluvial (mineral, vegetal, animal) viene a tocar al principio y todo enseguida ella está destinada a las profundidades. El Río, la Cascada, el Agua, solamente, que penetra todo, ha obtenido esta vida fluente indefinida, siempre en movimiento, siempre renovada, siempre semejante a ella misma.

Como el agua circular, ella va a hacer en seguida el manejo. El parásito humano siente bien fuerte el peligro. Se le ve golpear precipitadamente a todas las patas de su junco, de todo el esfuerzo de sus ocho hombrecitos, tan pronto adelante, tan pronto detrás, mas avanzando cuando él desea recular y derivando cuando él desea avanzar, siempre implacablemente girando en redondo. Después él tiende hacia el medio, descendiendo conforme, pues la boca bien formada es hueca, hueca bajo el nivel de las aguas de invierno. Y después, el junco, justo en el medio, gira locamente sobre él mismo. Su cabeza está prendida, él se sumerge, las nalgas al aire, aspirado, atrancado, obligado, hecho polvo todo entero por el Río. En seguida, la gran boca está serena, cerrada a las otras presas que puedan moverse cómodas, y que, no se sabe porqué, vienen a precipitarse pronto, esperando acaso en su locura la misma suerte, acaso enajenada por los hombres en la vida temporal, con el cuerpo limitado, concretizado. A veces, el Río les escupe al rostro los restos del festín. Pues todos no son asimilables a su carne fluida, y de otros, demasiado ligeros, yéndose en escorias…

Habiendo luchado contra el Kia-ling, y vencido, luego le lleva enseguida en su propia ruta, el Río, voluminoso, se hincha todavía, mas sobre la otra ribera del río de Fou-tcheou.16 De donde viene él… Son las aguas claras y de buen gusto. Mezcladas a la vida del gran río, ellas aportan un renuevo de vida joven y un poco bulliciosa. Hay candidez en sus saltos. Mas cualesquiera singulares juncos, ellas los llevan o los dejan remolcados sobre la arena… El gran Río que no tiene asunto con esas gentes estrafalarias ya las ha pasado, y en adelante, bien equilibrado de agua, corta a la primera de las gargantas y al primero de los rápidos. Y es todo. El Río es él mismo, completo, en posesión de toda su masa que se precipita en el sendero de los peñascos.

Hasta aquí, la osamenta aparenta ser flexible: revelando la osamenta profunda. Esas son las ondulaciones muy suaves, rejuntándose por debajo las aguas en un lecho que contiene sin agitar. Las aguas fluyen, mas tal es el poder de la masa que nada aquí pasa como en el agua corriente. Y primero, hay verdaderamente aquí una piel sobre el río; una piel de río.

¿Es por percibir los estremecimientos que esos insectos acuáticos, los conductores de sampanes17 del río, lanzan en todo momento sus pequeños cascarones de tres planchas terminados en una muy larga paleta de remo? Es un excelente aparejo de tacto y de tocar, sin duda. Gracias a esa antena posterior, los menores cambios, que el ojo no percibe más que mucho tiempo después, en la consistencia, la textura, el deseo o el apaciguamiento del agua, ellos los sienten en el mismo instante, y, según la hora, reaccionan por un golpe de remo de atrás (que ellos llaman el Sao) o por una precipitación de sus patas anteriores. Mas la piel del río tiene muchas otras sensaciones: ella se pliega por dentro, se riza o se dilata; se estira, se adhiere y se torna viscosa, o todo de un golpe, marcha fluidamente derecha, delante de ella. El viento arma la molestia, y la enerva, y le pasa, andando hacia atrás, sobre la epidermis; entonces ella crepita hecha olas (todo como el mar y sus toscos y simples movimientos), las olas que se estrellan y salpican al rostro de la brisa. Mas esos movimientos son extraños, importunos, en la vida fluvial. Ellos no rebasan la epidermis. Son de los excitantes toscos.

Por debajo de esa piel moviente, cualquier sorprendente vida de remolino: movimientos de agua perfectamente ignorados en otra parte. No hay más esas toscas fantasías terribles que absorben directo un junco de ochenta toneladas, mas todo un juego de torbellinos discretos incesantes: esos seres en espiral que nacen de un golpe del frotamiento de dos volúmenes a velocidades diferentes, se organizan, girando vivamente, se desplazan con una majestad cómica y, si ellos pueden, agarran bruscamente, de paso, dominan y absorben a otro torbellino. Eso hace una creación incesante y una destrucción, o más bien ese ilustre encadenamiento de causalidades infinitas: “De la ignorancia… No es, oh, Maestro…”. El Río se acuerda que él desciende del alto país de Bod, cuyos escritos guardan todavía los textos puros de la Ley y del Conocimiento.

Al lado de esos torbellinos, otros movimientos son bastos y un poco ridículos. Son enormes lentejas, de gruesas medusas líquidas que de un golpe levantan la superficie, instalan en un instante su cúpula redonda, lisa, aceitosa, y se ponen a fluir sobre los bordes, al derramarse sobre ellas mismas en un ligero temblor circular. Esos son los golpes de un frente obtuso, los golpes de ariete del agua. Más violentos, estallan a veces; y los conductores de los sampanes les llaman con desprecio “petardos de agua” y se escapan o les evitan, pues asestan terribles golpes verticales.

Ellos ignoran que el Río, sobre el fondo, no serpentea, mas galopa como un dragón marino: esas son las sacudidas de su ambladura; son los impulsos sobre planos inclinados, las burbujas líquidas de sus impulsos y sus a golpes.

“Un gran río”, de Victor Segalen, traducido al español por Wilfredo Carrizales

Debido al lecho de las colinas, debido a la ruta misma, otros saltos y otras aventuras. El río sabe cómo erosionar profundamente las concavidades de los codos, y cómo redondear las puntas echadas, todas ésas que él no ve más. Pero justamente, ese viraje crea un gran paso que va a estar marcado por nuevos desequilibrios: en esa caleta extremadamente apacible, donde los parásitos vegetales, menos turbulentos que los hombres que se los comen a veces, abundan y se multiplican, hay los planos inclinados, las mareas breves y pulsátiles, cubriendo una roca y cayendo en cascada. Hay los “malos rincones”, un poco tramposos, de donde es difícil evadirse sin riesgos.

En fin, según el pilón y su perfil, según que el río se despliegue o se estreche, su velocidad, elemento indiferente de su vida, aumenta o bien decrece. Mas eso mismo es paradojal: en las Gargantas, desfiladeros diez veces más altos que largos, el río, que debería precipitarse, se detiene a veces, y seguro de sí, de pasar y de llegar, toma un curso apacible y se desagua en lo profundo.

Esos son los elementos disociados; las gestas dispersas. Todo eso, remolinos, torbellinos, velocidad aumentada, viene a condensarse en el extremo de esa admirable Crisis de la vida del Río que es un Rápido. Es un nudo en la corriente, un momento decisivo, una tragedia completa donde la exposición, la crisis y el desenlace obedecen a un decorado único, y cuyo desenlace no discontinuo jugado es fatalmente feliz y victorioso.

Es en el centro del Rápido que el Río lleva a su extremo sus cualidades de violencia, sus recursos, sus astucias sobre la montaña. El Rápido es el apogeo de las cualidades violentas. Cada umbral que él estrecha y envuelve, cada salto es un trofeo brincador. Y el Río, no obstante, parece no saber si lo pasará. El obstáculo puede ser antiguo como el Río mismo: es una larga pendiente, un umbral, de rocas conocidas allí por El Genio del Río muy antes de las grandes oscilaciones de la desembocadura, muy antes de la regularización de los cursos torrenciales. Mas a veces, como en el más bello, en el más puro de todos, en Sin Long T’an,18 “Nuevo Rápido del Dragón”, es un obstáculo nuevamente nacido que el Río mismo no ha erosionado aún. Es toda una colina resbaladiza sobre su base, y precipitada por las lluvias en el valle.

El Río, después de aquellos veinte años que él existe en ese sitio lo ha domesticado un poco, mas él vacila aún, pues dos o tres li antes del paso, se le ve todo de un golpe recogerse, se enlentece en una pereza que sería inexplicable, incluso por la profundidad del pilón y el perfil del terreno, no se estaría seguro que el Río, desde ese momento, conociera la aventura donde él fluye, y se prepara. Él la conoce, y eso es innegable; pues tal es la riqueza de vida de ese gran cuerpo móvil que no es solamente del origen a la desembocadura que él se mueve y se escabulle, mas a veces, por las pulsaciones harto misteriosas, eso que se pasa río abajo es enseguida conocido muy alto río arriba. Manifiestamente aquí, el Río, de minuto en minuto, bate. Es el pulso del rápido, el estremecimiento antes del acto que él flaquea.

Y es así que, recoge, concentrado, resumido sobre sí mismo, muy lento en su curso, mas ya todo vibrante en el obstáculo, el Gran Río se aprieta en el primer salto de agua.

Las rocas son altas en torno. No había escapes. Las montañas estaban allí para impedir toda veleidad de vuelta. El Río aumenta su velocidad, con una progresión implacable; él bate siempre al mismo ritmo, pero a golpes más tumultuosos. Del curso muy untuoso, él pasa al curso violento donde ya se marcan los remolinos, los ligeros temblores. Si él viera, vería el obstáculo ahora… mas helo aquí.

Muy al fondo, hay como una estacada doble, lanzando dos puntas rocosas que lo estrechan. Es allí donde toda el agua viva va a pasar de un solo chorro. El Río cambia de un golpe su carácter y helo aquí justo en el medio, lanzado, en una lengua de agua triangular, pulida como una espada, de un agua dura y sin ondas por su gran velocidad; de un agua implacable halando como un tiro.

Mas de los dos bordes, por debajo, al lado, más bajo, toda la masa que no ha podido pasar se debate, roca a roca, remolino contra remolino, y eso hace a la lengua viva como un segundo lecho tumultuoso de torbellinos. Todo obstáculo, toda piedra, todo salto de agua ignorado en suscitación. Es, de los dos bordes, una franja discontinua; los unos, descendiendo con la lengua central; los otros, remontando la orilla para volver a bajar en una maniobra incesante. Y la lengua, y los torbellinos vienen a hundirse en conjunto aquí mismo bajo el umbral, y es el punto en donde un desconcierto sin nombre todos los movimientos son posibles. La extrema punta afilada se desplaza sobre ella misma, se clava profundamente bajo el agua con un movimiento casi vertical. Una franja de espuma silbante la absorbe, la devora. Los torbellinos giran en un sentido, de otros que al contrario les estallan. Hay las caídas internas, los orificios del agua. Hay las proyecciones de lo bajo a lo alto que vienen a hacer estallar las bolsas redondas. El Río, dividido en el esfuerzo, fragmentado, pulverizado, no tiene más golpeos, ni curso, ni consciencia. Solamente cuando, en el codo siguiente, él recupera su calma y calla sus fragores; solamente cuando la velocidad ha vuelto a ser de nuevo homogénea y plena de equilibrio; el Río se acuerda de la lucha y sabe entonces que ese Momento ha pasado.

“Un gran río”, de Victor Segalen, traducido al español por Wilfredo Carrizales

Wilfredo Carrizales
Últimas entradas de Wilfredo Carrizales (ver todo)

Notas

  1. Yangzi: antiguamente se llamaba así al trayecto del río Largo (Chang Jiang: el más extenso río de China, con una longitud de 6.380 km) después que atravesaba la ciudad de Yangzhou (provincia Jiangsu) en su curso inferior.
  2. Chongqing: ciudad ubicada en la confluencia del río Jialing con el río Largo. Antiguamente llamada Jiangzhou. Originalmente pertenecía a la provincia de Sichuan.
  3. Yichang: ciudad de la provincia de Hubei, situada al final de las tres gargantas del río Largo.
  4. Un li equivale, aproximadamente, a medio kilómetro.
  5. Huang He: el río Amarillo, que atraviesa la China central de oeste a este y desemboca en el mar Bo.
  6. El Mekong (del chino Meijiang: “hermoso río”) nace en la provincia china de Yunnan. Al ingresar a Vietnam recibe el nombre de Mekong. En China, el río recibe el nombre de Lancang. Longitud del Mekong: 4.350 km.
  7. Río Salween o Saluén. Nace en el este del Tíbet. Fluye a través de la provincia china de Yunnan y luego al este de Birmania. Desemboca en el golfo de Martaban del mar de Andamán. Longitud: 2.815 km.
  8. Yangzi jiang: el río Yangzi.
  9. Jialing: río que nace en la China central y es tributario del Yangzi en la depresión de la provincia de Sichuan. Posee una longitud de 680 km.
  10. El río Fu. Se dice que es el río del dragón blanco. Fluye en la provincia de Sichuan. Es afluente del Jialing.
  11. Fue una antigua región geográfica e histórica que consistió principalmente en la franja costera ubicada en el centro de Vietnam. El nombre se usó para designar al protectorado francés de Annam existente de 1883 a 1945.
  12. La ciudad de Chongqing. Hasta marzo de 1997 pertenecía a la provincia de Sichuan. Hoy es una municipalidad directamente sometida al gobierno central de China.
  13. Yichang. Ver nota 3.
  14. Sichuan: (Cuatro Ríos) provincia del suroeste chino. Ocupaba la mayor parte de la depresión de esa zona y la parte oriental de la meseta tibetana. Fue el asentamiento, en la antigüedad, de los Estados Ba y Shu.
  15. El Tíbet.
  16. Fuzhou: la prefectura de Fu. En 948 se fundó allí una ciudad con el mismo nombre que es en la actualidad la capital de la provincia de Fujian, provincia marítima del sur.
  17. Sampán: del chino sanban o shanban. Pequeña embarcación de remos que se gobierna con un timón en la proa. Puede albergar dos o tres personas. Se usa para la pesca fluvial y marítima y, a veces, como vivienda flotante.
  18. Xin Long Tan. También puede traducirse como “Nuevo Bajío del Dragón”.
¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio