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Breves y bravos, de Luis Barrera Linares

lunes 14 de diciembre de 2015
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"Breves y bravos", de Luis Barrera Linares1

Confieso que me he divertido con este libro de Luis Barrera Linares. Y me he divertido, como con sus anteriores trabajos, por su muy coloquial humor lingüístico teñido de academia y demás relatos. Confieso que he sorbido las aguas de estas páginas como el diccionario que es, tanto que me regresó al de Francisco Umbral (Diccionario de Literatura, editado por Planeta, en España 1995, con subtítulo de Diccionario de autor, muy de su autor, diría yo).

Dividido en dos partes visibles en el título, Breves y bravos (Editorial Lector Cómplice, colección “La noche boca arriba”, Caracas, 2014), con esta nueva obra quien se aventure a leerla se podrá sacudir del fastidio y un poco el ego, el pelo o la compostura, porque se trata de un libro provocador. De una suerte de “quítame esta pajita” o “ahí queda eso”. Esa fue la sensación que tuve luego de terminar la primera parte. Es un retrato —casi una escultura— de cada uno de los escritores que ostentamos (me incluyo para no caer antipático ni fuera de lote) las características propias de quienes se creen (o creemos) ungidos por los dioses.

Esa primera estación que Barrera Linares regala a los lectores (o a los escritores que escriben, a los que creen que escriben y nunca han escrito) no deja títere con cabeza, con el debido respeto a mis amigos los muñecos que tantas veces nos alegraron la existencia y hasta llegamos a manejarlos en un teatrino.

La lista es larga, como la de un diccionario. El índice no deja conducta fuera del dial. El autor se pasea desde la A hasta la Z por unos personajes que, una vez armados, conforman una novela casi ejemplar. Personalidades engreídas, solemnidades y monstruos sagrados que ambulan por el mundillo literario con o sin cuenta, con o sin dársela (la cuenta o las cuentas). Y digo novela porque Barrera Linares, más allá de hacer del humor una piquiña, es narrador con humor. Sabemos que trata todos los señalados por Hipócrates y los conocidos ahora. Pero no se desliga de esas ganas de narrar desde la ficción: convierte a seres reales en seres inventados, creados y recreados, algunos conocidos a simple vista, otros esbozados o con pasamontañas.

 

2

Como ejemplo sólo voy a tomar el primero: “Ágrafo”:

Su nombre es una leyenda en el mundillo literario.

Habla, opina, expone, dice, acepta, rechaza, aprueba, duda y murmura recurrentemente sobre el estado de la literatura local y sus escritores.

Funge de jurado severo y dicta sus veredictos inapelables. Hace de crítico pertinaz y perdonavidas en cuanta charla participa.

Se le conoce como reseñador oral infalible.

Mienta y parlamenta luengos discursos sobre la escritura de los otros.

No queda plumista títere con cabeza en su verborrea incontenible.

Le dicen “poeta” en las historias de la literatura.

Se le cataloga de “ensayista” en los recuentos anales.

Nadie duda de su condición de “narrador”. Lo repiten los críticos, lo confirman los manuales.

Mas, suele argumentar que todas sus páginas escritas se las ha llevado un huracán, cuando no las ha sometido al yugo de la papelera o al desgarre.

Nada se conoce de sus célebres cartapacios.

La dicen el escritor ágrafo.

Por supuesto, Barrera Linares es menos español que Francisco Umbral, porque el segundo los nombra y les agrega el apellido. Es decir, creo que Umbral se va más feliz a la cama. Barrera Linares se pasea por muchos comportamientos, por muchos rostros, por muchos caracteres, por muchos afanes, por muchas vanidades, por muchos pecadillos. Todos existen. Su inteligencia y osadía, reconocidas, se colocan al lado de la ficción y crea, relata, cuenta, metaficciona (cabalga sobre la misma ficción). La realidad es un recuento de argucias de personas innominadas. Están allí, expuestas, a la luz de todos los apagones. El que quiera que escoja. Y como la sugerencia del presentador de contratapa, Jason Maldonado, es también una provocación, usted decide ponerse bravo o pasar de largo.

Mientras tanto, el tremendo Francisco Umbral, también dueño de un humor quisquilloso, menciona a los protagonistas de sus pecadillos literarios, los deja al desnudo, con sus partes pudendas sobre la cédula de identidad.

He aquí dos ejemplos: en el primero señala algunas pistas con nombre, en el segundo va con más fuerza:

El apócrifo

En todo diccionario con cierta sensibilidad borgiana debe asilarse un escritor apócrifo, que por tal será representación y resumen de los demás, con sus culpas, penas, pecados, beneficios, suplementos dominicales y amantes, más el 10% de rigor.

El escritor apócrifo vino de provincias obsesionando Madrid como un París más a mano. El escritor apócrifo hizo un poco de todo, porque en literatura, al contrario que en medicina, la especialización la da la práctica. El apócrifo se especializa en jarchas árabes, poesía yiddish, dandismo romántico, vagabundeo beat o madrileñismo recuperado a partir de Tierno Galván: Toro; Répide: calle de las Huertas, etc…

 

Los angloaburridos

Marcan el paso de la influencia francesa a la influencia anglosajona, en nuestras letras. El primero de ellos sería Martín Santos y la lista llega hasta hoy, hasta Javier Marías, por citar uno de los escritores que mejor carrera ha hecho dentro de este esquema generacional equivocado…

Luego de un paseo histórico, el autor español continúa:

…Nuestros elegantes victorianos son una reserva rara, anacrónica, curiosa, mal trasplantada y a extinguir. Emito de nuevo al lector al ensayo de Ynduráin en El Mundo. La necesidad de personaje es “irresistible”. Cela, Delibes, Umbral y Vázquez Montalbán, según Ynduráin, crean personajes. Los “novísimos” no crean nada. Con lo cual volveríamos a Azorín: la novela se ha quedado en la Historia y no entra en la sicología.

Luego sigue con otros titulillos que hacen gracia pero no dejan de ser agudos, no sólo por lo que dice al escudriñar en la historia, sino por los nombres que descose. En “Los beatos” nombra a los beatificados como Ramón y Cajal, García Lorca, Julián Marías, Menéndez Pelayo, Azaña, Unamuno, Salinas, entre otros, a quienes saca los trapitos con todas letras de sus apelativos. Claro, tema obligado, “El posfeminismo”, donde entran Almudena Grandes, Paloma Palaos, Lidia Falcón, Lola Velasco, hasta Ana Torroja (“como letrista”)… Y así, “hasta la pérdida de vigencia en nuestra literatura”.

¿Qué diría de algunos jóvenes engreídos españoles de estos días, que se suman a la lista en la recreación de modelos ya superados en América Latina y son leídos por un grupito, pero el ego no les alcanza? Esos pocos encontraron eco en algunos de este lado del patio y fueron felices un rato.

Y así logró, Umbral, una material que armó bronca y formó roncha en España.

 

3

La segunda parte del trabajo de Barrera Linares habla de los “Bravos”. Son relatos más largos, inclinados a descubrir ambientes, personajes en abierta actuación. Aquí el autor no anda de rama en rama tocándole el rabo al mono. No; en esta sección, los “bravos”, algunos, los que han huido del país. Otros, los que salen y entran con propósitos profesorales. Mujeres de las aulas que se desnudan en público cuando cambian de personalidad gracias al consumo de alcohol. Mujeres de la academia que practican el sexo sin mirar el género. La violencia en medio de tanto ajetreo hormonal. Barrera Linares se desliza como narrador por un mundo sórdido en el que no falta su pizca de humor negro, las salidas y composiciones lingüísticas ya acostumbradas. “El Caracazo” en medio de una pareja que se mueve hacia un lugar para hacer de sus cuerpos. Una mujer y un hombre ya mayor que simbolizan lo único salvable de ese país envuelto por la violencia. Luego aparece asesinada por los “agentes del orden”. Símbolo que contrasta con el del sujeto con media res en el hombro. O con las muecas del Presidente en la pantalla de televisión.

Desde esa suerte de rictus nacional, se desprendió una manada mecánica que mantiene las calles, aceras, callejuelas, portales y avenidas convertidos en una violencia antes desconocida: los “corceles” del poder político dueños y señores del destino de quienes los vean, rocen o nombren. Y después, las venganzas. La ciudad, el país, se llenó de un odio que tiene nombre y apellido. La muerte se enseñoreó: motorizados, policías, ex guerrilleros, mafias, malabaristas, entre otros, que la polis agredida alimentó: se enfrentaron. Y he aquí el país que aún respiramos en medio del humo.

 

4

En este trabajo de Barrera Linares hay dos libros en uno. El primero, el diccionario; el segundo el paisaje de un país desgajado. Aunque el primero también tiene que ver con el país, es metatema que sugiere otra formulación a futuro.

Breves y bravos es un retruécano que hace del lector dueño de dos miradas distintas, encontradas en cuanto al registro, alejadas. Lectura que burla burlando. Lectura que nos deshace al final.

Creo que estos libros no han terminado de escribirse.

Alberto Hernández
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