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Bestiario

lunes 4 de abril de 2016
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Bestiario

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De los griegos nos viene la fábula. Luego devenimos animales, los que en la literatura fabricamos el imaginario humano. Como bestias de esta superficie, desatamos la furia del animal que nos contiene. Calcamos ladridos, mugidos, berridos, balidos, cotorreos y otros “discursos” propios de la selva en la que habitamos rodeados de edificios, calles, avenidas, parques abandonados y malas intenciones.

En este compendio de expresiones animales apostamos a la división, al término medio de una carne a la parrilla, porque descuidamos el fuego para rebasar el vaso de licor cotidiano. La división por parcelas nos define desde las albricias de unos códigos que intentan la redención a través de la conquista territorial, para luego tratar de invadir los predios de un espíritu atado al mástil de un monarca cuya corona se extravió en el último viaje.

Ningún animal del zoológico acepta órdenes que no vengan del regente del campo de concentración.

La teoría nos aleja de la otra realidad: mientras se escribe esta nota para prolongar la agonía, un grupo de terrófagos mira el espejo desde la mensura de las aspiraciones. Es decir, mientras se rueda en una bicicleta, la monarquía ya ha recorrido medio camino entre ofrecimientos y muchos trajes a la medida.

Cuadrúpedos, bípedos, reptiles, aves canoras, carroñeras y de mal agüero recorren la angustia de un futuro amarrado al pasado. Los que luchan contra el statu quo, en su mayoría, no pueden despegarse de viejas estrategias. Los que respiran hondo la imagen de la personalidad de las atalayas, se acogen a las bestias heroicas. Uno que terminó muerto, cazado en mala hora. Otro, podrido en una ergástula, cerca de la costa marina. La imagen de un fracaso. El mismo fracaso que los animales más débiles experimentan frente a un león o a un cocodrilo. Nuestra fauna restablece su espacio: una vez invadido y repartido a partes no muy iguales, aparece el rasero social. La división ha sido el estudio más profundo orquestado por el puño amenazante. Una parcela para cada quien. Quien tenga más amígdalas puede gritar más. El que administre bien el estómago tendrá digestión completa. La grama, el gamelote, es la fórmula para la venganza. El pez grande se come al más pequeño.

El burro flautista se pelea con Tío Mapurite, mientras el Zorro de las uvas intenta sacarle partido a Tío Conejo, quien más vivo le roba las zanahorias a Tío Bachaco. Pero la situación es más aguda: ningún animal del zoológico acepta órdenes que no vengan del regente del campo de concentración. Para unos sí, para otros no, que así lo determinó la aguja más larga del reloj. Mientras más resistencia haya, mayor cantidad de horas sacará la bestia más peluda para ser elevada al sitio de honor.

 

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Cada quien administra su animal interior, su personal manera de balar o ladrar. Corderos o perros, somos una gratitud permanente, becados de la historia. Que mucha paja hay para pacer con felicidad. Agua en mares, lagunas y ríos para nadar a gusto, mientras los pulpos aprovechan estirar los tentáculos. Un caimán duerme con la boca abierta, a la espera de que le llenen el estómago con regalías y promesas. Una pereza mira, desde la altura de la rama que ocupa, correr el mundo a la velocidad de su permanente descanso. Un pájaro bravo cobra por adelantado las pitas y pedradas contra la hilera de hormigas y bachacos que llevaban el alimento a una cueva. Una guacharaca insulta con todo el buche a los cachicamos que siempre han trabajado para las lapas. Tío Perico alza torpe vuelo y se estrella contra la barriga de Tío Toro, presto a cargar con las culpas de los zánganos, ávidos de privilegios y reconocimientos.

Cada animal juzga por su condición. Cada uno abre su camino. Cada animal es un número o un monosílabo. O un canto primitivo en pleno relevo de emociones. Divididos, el animal mayor aprovecha el desorden de una fauna embalsamada en su propio desencanto.

Ratones de biblioteca saludan desde las páginas de su silencio todos los yerros, equivocaciones y tartamudeos existenciales. No vale leer, escribir o estudiar: se impone la cháchara y los abucheos de la piara. No vale desencadenar los misterios de la historia. Ésta no vale nada. La historia es una herramienta para decapitar cerdos y pajarracos. Premiar serpientes y sapos venenosos. Celebrar los chillidos de la urraca. “Sacrificar el sinsonte es de sabios”, grita el cuervo.

 

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Para aparecer en escena, doblar el morrillo del toro que se creía de casta. Doblar la cerviz para calcular las ganancias. Bajar la mirada para obtener la real cédula de una embajada en la Selva Negra. Otros se quitan la piel para mostrar fidelidad. Los más sensibles cantan y bailan alrededor del bullicio, donde dejan su cansancio.

En todo corazón de bestia late un corazón humano, dice el más político. En todo corazón humano se infarta el animal que se desea alimentar, profetiza el cínico. Cosas de zoológico, de animales que se dicen felices, domesticados por los cambios que el Rey León dice protagonizar.

El olor de la carne asada nos advierte de una parrilla, de la gran parrillada. Hasta los gatos se han escondido.

Alberto Hernández

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