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Sin mover los labios

miércoles 6 de septiembre de 2017
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1

Me transo con Materia bruta (Talleres Gráficos Universitarios, Mérida) y atestiguo sobre el texto que se asoma: vieja lectura tan nueva que regresa en Sin mover los labios (Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2015), y aquí lo apunto:

…las únicas palabras más palabras que todas las que ahora se arrastran a decir.

Y ese “ahora”, el de aquel libro de 1969, sigue intacto, tan seguro de sí que se vuelca en este que parece el mismo ahora de ayer:

Hablo / como si entendiera / las palabras que oigo // las palabras que oigo / discurren / entre el silencio / y otros restos del tiempo // En las palabras que oigo / deletreo sílabas / que no llego a decir.

No pierde el sendero el poeta. Marca la ruta desde sus inicios, desde las palabras que muchos han dejado a un lado, o las costumbres de hablar, de cerrar la boca para privilegiar el silencio.

Alfredo Chacón insiste. La voz no se le apaga y los labios, quietos o ávidos de impulsos, dicen poesía. Una poesía que se asoma y trasluce.

No es exagerado expresar que sigue siendo la misma palabra. Chacón es palabras, muchas palabras, sentidos: Ser y Decir, impulsos, voces, silencios impersonales tallados con la misma pronunciación. Por eso dejó dicho hace décadas: “…la voz que voy diciendo”. El gerundio lo prolonga, lo hace un siempre. Es decir: “Me aferro a la inminencia de mi voz (…) empecinado en ser”.

 

2

Un poema frío. Una voz que emerge de la boca a través de unos labios apretados, a través de una suerte de metafísica de la quietud. El poema de Chacón habla de lo que no se advierte, de lo que se ha advertido como objeto, como vocativo lejano “en el único lugar donde no había estado”.

Sin embargo, el texto se revisa como impulso vital, como carne y hueso, y le ofrece al lector otra perspectiva: ser con el cuerpo, ser cuerpo, sentir el recorrido interior en otro tiempo.

El corazón de ahora / no es / el corazón que era (…) Mío es el cuerpo sin corazón / Yo soy el cuerpo / donde el corazón no late // Resto de cuerpo.

Y así, advertido en su cuerpo: “en mí no hay nadie / no hay nada que tocar”. Los dos poemas se tocan y también se repelen. Se hacen uno y dos: reflejo. Entonces el lector regresa a Materia bruta para encarar el eco: “Nunca he desistido”. Esta certeza colinda con lo dicho en líneas anteriores: el poeta Chacón porfía sobre el mismo lugar, sobre el mismo sonido, sobre el mismo sentido: Ser y Decir, y resume “el golpe del destierro” en un sitio donde todo eso es añadible.

Por eso:

El poema
exhala las palabras
de su voz
empeñado en decir
siempre lo mismo.

Vagar por ambos libros lleva a una inminencia: el lector también es el mismo. No cambia con la lectura. Se aferra al rigor de la promesa de siempre ser, aunque el decir tenga otra tesitura.

Me recojo en el poema que le da nombre a muchas referencias:

Ser y decir. Entre estos extremos disyuntivos, el largo trecho / de la vida necesitada y necesaria, contrariada en las dudas, / afirmada en las contradicciones, enloquecida en el empeño / máximo de ser lo que dice y decir lo que es.

No hay mejor retrato que este. Esta poética se vincula con toda la existencia de quien escribe, de quien dice y es. De quien hace poesía y se advierte existencia en ella.

 

3

Las palabras se defienden solas. Son solas hasta que se pronuncian. Sin mirada, sin yema de los dedos, sin la palma que palpa los signos. Sin ellas no hay lecturas. Sin labios no hay sonidos. Los significados aparecen después. El sonido hilvanado, tejido, articulado, nos desnuda o nos viste. Nos nombra o nos borra, nos aborta.

Ellas, “por sí solas”, puestas en riel para ser leídas, cantadas, pensadas, repetidas, retomadas, agarradas por la brida, rejuntadas: el poema:

No dice / quien ruega a las palabras / que retornen / adonde siempre las quisiera escuchar / Dicen / las palabras que por sí solas retornan / Que siempre vuelven / a decir lo mismo.

Y de esa manera, sin titubeos, el tiempo también retorna tocado por las palabras, por la porfía de siempre decirlas, tocarlas, amansarlas: “el tiempo interminable / y el tiempo desquiciado”.

Las palabras abren y cierran puertas. Abren y cierran libros. Abren y cierras bocas. “Las palabras se abren / para darnos paso”.

Y para congregar todo lo anterior, el poema se acerca a su ser inacabado, el que siempre ha sido y dicho, el que cierra en este ahora el libro, Alfredo Chacón en el poema:

De pronto se detuvo // Prestó mucha atención // Se dio cuenta de todo / y sin mover los labios / sonrió.

Alberto Hernández

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