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En unas semillas está contenido el Nuevo Mundo. En unas semillas que viajan en un bolsillo se traslada la heredad: la vida y la muerte, la guerra y la paz, la agonía y la eternidad.
Y fue Carlos Fuentes en El naranjo (Alfaguara, México, 2003) quien, con su maestría narrativa, cargada de poesía y diversos climas, cuenta y descuenta (el tiempo llega a América y regresa a España) a través de una tesis resumida en cinco cuentos: “Las dos orillas”, “Los hijos del conquistador”, “Las dos Numancias”, “Apolo y las putas” y “Las dos Américas”.
Fuentes inventa todo. Inventa los personajes y recrea, reinventados, el continente recién encontrado y sus milagros, miserias y riquezas.
Las semillas de un naranjo metaforizan la historia: la llegada de Hernán Cortés, la muerte de Moctezuma, la caída de los dioses, la descendencia del conquistador, quienes se pelean la heredad; la guerra eterna de Roma contra la rebelde España, representada en la inexpugnable Numancia, hasta lograr su rendición y derrota; el dibujo de un personaje que ridiculiza la realidad a través de un actor de cine, y la visión de Colón, personaje de ayer y de hoy, quien termina, luego de sus aventuras contadas en un diario, de regreso a la España en un vuelo de Iberia mientras lee la revista Hola.
El fruto representa la redondez de la tierra. El círculo donde se acumulan todos los eventos imaginados. La teta de la tierra, las tetas de la madre de Colón. El zumo del cuerpo y de la tierra.
El maestro mexicano de la imaginación literaria se nutre de la anécdota historiográfica y la convierte en una ficción donde respira una poética que en su narrativa se hizo común.
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En todos los cuentos está el naranjo. Símbolo referencial, se anuda como personaje en cada uno de los aventureros que pasaron por esta tierra. Unos regresaron a la España natal y otros quedaron enterrados en tierra ajena o ahogados en las aguas profundas del océano o en las torrenteras de los ríos.
Dentro de las semillas del naranjo está instalado el tiempo: la llegada y el regreso.
Quien llevó las semillas y las sembró y quien las regresó a España son el mismo personaje. Sólo que cambia de nombres. Es Cortés, también Colón. Vince Valera, descompuesto y engusanado sobre la cubierta de un yate. Tanto los hijos del conquistador como los soldados que iban y venían de Roma a España a tratar de vencer a Numancia. Era el mismo árbol, la misma germinación, la misma muerte. El mismo nacimiento. El cadáver podrido de un personaje bajo el intenso sol del mar de Acapulco. La península de Arizona confundida con una isla y la fantástica imaginación del Almirante para atraer la atención del poder imperial.
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Dentro de las semillas del naranjo está instalado el tiempo: la llegada y el regreso. Bajo la sombra del árbol, la espera. La sombra que cubre y descubre.
Hilo conductor de cinco historias que se unen para implantar la raíz de una cultura. Para dejar las hojas aromosas de un idioma, pero también el lado oculto de una travesía que aún está por revelarse. La savia del mestizaje.
Un continente que aún carga sus misterios en el bolsillo de unos aventureros, creadores de una orilla reflejada en la esperanza de otra orilla.
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