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“Soy un escritor marginal”: Pedro Berroeta

martes 8 de mayo de 2018
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Pedro Berroeta
Berroeta: “El mejor libro es aquel que se tiene a mano para leerlo cuando uno quiere”.

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Bajo los párpados y me detengo un rato en la orilla de  la sombra que proyecta la vieja casa. Hace tiempo me detuve aquí a hablar con un amigo. No lo nombro porque son varios los amigos en él. Muchos han sido los que me hablaron bajo la beatitud del árbol que también nos hace espacio para recordar. O para traer del olvido alguna marca, los pliegues del rostro, la forma de las uñas y el color de los ojos.

Aún recuerdo la forma de hablar de don Pedro. Su parsimonia. Una sonrisa siempre congelada. Un tono amable y la mirada de hombre sabio.

Uno que escribe. Uno que intenta recordar para no morirse del todo. Uno que hace lo posible por respirar el aliento de los que se fueron. Uno que hace todo eso y pasa de costado por la tumba de algunos de ellos, no sabe qué decir. No sé qué decir a veces del silencio que embarga a mis amigos de tantos años.

Es el olvido. Yo no quiero olvidar, me dice el compañero de viaje del momento. Alguien con quien me acabo de tropezar y le huelo la edad, el tiempo sobre su piel gastada, en sus labios resecos y en la calle que lo aplasta en medio de un viento terrible venido del Caribe.

Me despido de la vieja casa y llego a la mía. Entonces me tropiezo con don Pedro Berroeta. Sí, el de Marianik, La salamandra, Migajas y La leyenda del Conde Luna. Don Pedro, el novelista, el cronista, el dramaturgo, el caballero que hablaba con el cuello estirado, el que usaba pipa y era guariqueño y tenía un programa de televisión.

Este país lo ha olvidado, como a tantos. Don Pedro Berroeta, para quienes no lo conocen o no lo han leído, ganó el Premio Internacional de Novela Simón Bolívar con La salamandra. Y el premio de la Cámara del Libro con su otra novela La leyenda del Conde Luna. Igual obtuvo otro en Argentina por una de sus obras de teatro. Escribía crónicas en El Nacional y, bueno, se murió hace años. Este país lo ha olvidado. Hoy quiero recordarlo a través de una larga entrevista con Ramón Hernández, el domingo 6 de enero de 1985.

Entre las cosas que afirmó don Pedro en esa conversación, anoto esta y otras:

Siempre me he preguntado: ¿tengo validez como escritor? ¿Por qué sigo escribiendo? Y he llegado a la conclusión de que el mejor libro es aquel que se tiene a mano para leerlo cuando uno quiere. El que satisface el apetito para leer algo determinado. Como la comida, que el mejor plato es el que uno tiene ganas de comer. De tal manera que todo libro es útil y toda obra es válida, y tiene su razón de ser. Eso me ha dado un gran reposo espiritual.

En ese diálogo, don Pedro confesó ser un escritor marginal. El periodista se lo recordó:

No soy muy tomado en cuenta. Es natural, después de todo. Natural por dos razones: o lo que escribo no tiene valor o está desfasado. Eso no lo podré saber yo, lo sabrán los que vengan después, aquellos que algún día descubran que hubo alguien que escribía y que se llamaba como yo. Muchas razones entran en juego en la determinación de la validez de un escritor. Quizá la gente no tiene hambre de leer lo que yo escribo, lo cual no quiere decir que lo que yo escribo no sea sabroso sino que simplemente no tiene ganas de comerlo, y puede ser que mañana unos individuos descubran que tienen ganas de probar eso.

Un poco más adelante dijo:

Yo paso por la vida sin darme cuenta. Es como si viera las cosas en un sueño. Muchos hechos importantes en mí no dejaron huella y cosas insignificantes, basadas en sueños, me han marcado.

 

2

La entrevista procesada por Ramón Hernández abunda en más detalles. Es un excelente trabajo. El periodista del diario El Nacional nos tenía acostumbrados a esas aventuras en las que ambos, reportero y entrevistado, entusiasmaban a los lectores.

Aún recuerdo la forma de hablar de don Pedro. Su parsimonia. Una sonrisa siempre congelada. Un tono amable y la mirada de hombre sabio.

El mundo está vacío, se perdió la fe en las religiones existentes y el hombre ha sacralizado el objeto porque Dios se fue. Habría que llamar a Dios de nuevo.

El olvido, esa fuente donde flotan reflejos, una copia de lo que fue. Y ahora no es. El olvido. Todos los olvidos.

Todos llegaremos a ser seres marginales. Derrotados por el olvido.

Alberto Hernández
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