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Uno o dos de tus gestos, de Jorge Gómez Jiménez

lunes 6 de agosto de 2018
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“Uno o dos de tus gestos”, de Jorge Gómez Jiménez
Uno o dos de tus gestos, de Jorge Gómez Jiménez (FB Libros, 2018). Disponible en Amazon

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Un movimiento de las manos sobre el pecho. Otro que haga figurar el rostro húmedo, indicativo del deseo. Una mirada que se posa sobre la piel que recibe el sol o la lluvia en medio de una ciudad acalorada. Una boca que se frunce, como si el beso fuese un misterio. Un hombre atareado frente a una mujer que camina desnuda por el pasillo de un laberinto como si Kafka hubiese sido avisado de esta imagen varias veces descorrida. Un largo diálogo donde aparecen varias mujeres y todas determinan un paso en falso. Unas mujeres que se concentran en una calle, sostenidas por sus nombres florales, a la espera de un amante que se hace pasar por invisible.

Son algunos de los tópicos que Jorge Gómez Jiménez usa para concluir que el fracaso también forma parte del todo que se hace un segmento sorpresivo, doloroso, solitario, revelador, anecdótico, narrativo. En los relatos o cuentos que nos traen a este libro, Uno o dos de tus gestos (FB Libros, Caracas, 2018), destaca la recurrencia de mujeres y hombres que viven tropiezos amorosos. Pero en medio de tanto afán carnal, espiritual o de ánimo ambiguo, el narrador convida al lector a ser parte de un humor en el que los personajes se debaten: casi todos los finales de estas historias quedan abiertos, como puertas que esperan ser cerradas, mientras otros provocan en el lector una medio sonrisa donde se nota el cinismo (en el buen sentido de la palabra) que se ajusta a la inteligencia del que construyó la historia. Igual, la ironía, ese dejo en el que quien es atrapado por ella pasa a formar espacio en el mismo relato, que es lo que busca un buen contador de cuentos.

La pericia del autor: Jorge Gómez Jiménez está en esos gestos, más allá de sus personajes, inclusive, más allá de él.

Un movimiento del cuerpo. Un abierto o solapado movimiento suscita uno o varios mensajes, significados que se traducen y precipitan reacciones. Los personajes de estos cuentos de Jorge Gómez Jiménez se entrecruzan. Podemos inferir que un cuento se desprende de otro hasta revelarse un inventario de conductas, de gestos, de rictus, de amagos, de desvelos, despechos, insinuaciones, perplejidades, extravíos, sorpresas, encuentros, desencuentros y excentricidades.

Uno o más gestos, muchos más gestos, referentes que el narrador expone en cada uno de sus actantes, tan de la vida diaria que el lector comparte ilusiones y memorias. Un hombre y una mujer, un retrato en plural. O en solitario. Gestos congelados, dilatados. Gestos que se mueven, dilemas en un episodio que se trasladan al mismo espacio donde quien dialoga es muchas veces el narrador. La pericia del autor: Jorge Gómez Jiménez está en esos gestos, más allá de sus personajes, inclusive, más allá de él. Esos gestos se quedan instalados en el lector.

 

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17 relatos recorren estas páginas. 17 textos en los que son las mujeres las que protagonizan sus acciones. Mujeres de perfil, de frente, cercanas, a cierta distancia. Mujeres que sudan y esperan poemas, mujeres que son habladas desde la boca de dos bebedores en una barra. Mujeres esperanzadas, desesperanzadas. Mujeres cuyos gestos dejan huellas o son olvidadas en un gesto que no se nota, porque una mujer nunca se olvida. Y en estos relatos de Jorge Gómez Jiménez son las mujeres quienes arbitran los límites. Ellas son las que dominan el escenario, mientras los hombres las “usan” para ser ellos, las nombran, las construyen desde sus estados de ánimo, desde sus frustraciones, ilusiones, ensueños y desvaríos.

Todo el libro podría ser comparado con un paisaje, pero uno en el que cada región lleva un nombre de mujer, y cada una de ellos elabora el tiempo, lo hace y lo deshace. Cada personaje femenino es la medida del hombre que la descubre. Son los gestos, uno o más, los que determinan cada expresión: una mujer sale desnuda de una habitación mientras es mirada por un sujeto, quien cada vez que la mira funda una sorpresa. La delinea, la describe. Y, finalmente, luego de perderse en el laberinto de la casa, la borra. La deja atrás. Trata de descubrirla apostada en una ventana. Sólo el humo de un cigarrillo advierte su ausencia.

La narración destina un instante para saberse mujer u hombre en medio de un discurso del que no es fácil salir sin uno o dos gestos.

Un diálogo al borde de una barra descubre a muchas mujeres. Nombres que se asientan en la memoria de quien hace burlas o aconseja a un amigo. Muchas mujeres atienden al llamado de un “poeta” que envía mensajes a través de un fax. Mujeres con nombres de flores que quedan al descubierto en una avenida, como abandonadas, mientras las flores tapizan las aceras. Una inundación, el silencio, el tiempo, países y ciudades que columbran la imaginación del lector: y allí las mujeres ilustrando los relatos que nuestro autor ha sabido entregarnos con maestría y buen sabor de boca.

Gestos, todos los gestos. Uno o dos. Las manos, un delicado movimiento de la comisura de los labios. Una caricia, el pelo suelto. Palabras, oraciones, frases sueltas. Una caída, dos pasos, el gesto de detener un estropicio, el fracaso. Un beso deseado. Un suicidio. El amago de un suicidio. El gesto de no ser. El de ser. Mujeres, nombradas, silenciadas. Mujeres habladas, deseadas, perdidas en las palabras, en el mismo tiempo que ellas usan para hacerse gestos, nombres, lugares.

La narración destina un instante para saberse mujer u hombre en medio de un discurso del que no es fácil salir sin uno o dos gestos.

Alberto Hernández
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