
“La soledad es el hogar de las ciudades”.
“Incluso la soledad se ha ausentado esta tarde”.
“…las maletas que nunca guardaste, la ropa que va de un lado a otro…”.
“En algún lugar y en algún momento caerás exhausto”.
“Mi viaje es un espejismo”.
Gustavo Valle: Ciudad imaginaria
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En algún lugar de los sentimientos del personaje, de ese que ambula entre una mujer y otra, pero fijado en el nombre Olga, está el sujeto otro que fue capaz de ser personaje y escribir una erótica que en Ciudad imaginaria (se me ocurre como premisa para crear un lector también obsesivo) alcanza lugar en la novela Amar a Olga (Editorial Pre-Textos; España, 2021), donde Gustavo Valle pone todo su esfuerzo para no caer en la trampa de la novela rosa, sino más bien hacerse de una historia donde la osadía juega con el temor de rozar algún ingrediente que, seguramente, habría sonado cursi, dulzón, romántico (en el mal uso del término).
(Recibo finalmente la novela de Gustavo Valle. La leo con todas las ganas de saber de sus páginas y pasar a formar parte de los personajes que por ella andan).
Los epígrafes que arriba se muestran podrían servir a este lector como una ruta de viaje hacia esta historia que nos entrega el novelista venezolano hoy radicado en Argentina.
La primera persona que se desplaza por estas hojas es un protagonista que vive la vida de su “hogar” y la vida de un “espejismo”, en tanto en cuanto quien participa en esta ficción podría ser cualquier sujeto que perdió su espacio cotidiano en medio de una obsesión venida de la lejana adolescencia, que lo hace ver como un reflejo de muchas pérdidas: la de ese pasado irrecuperable afectiva y psicológicamente y la salida del país producto de las amenazas que el contenido de ese fracaso produce en el sujeto. Dos vidas, la íntima —la del fallido matrimonio y también la del fallido retorno a Olga—, más el añadido de la envolvente realidad pública de un país donde impera una dictadura militar, realidad que ha hecho del protagonista un perseguido del esposo de la mujer inalcanzable llamada Olga.
La novela es la búsqueda obsesiva del pasado, de una idea fija, de un amor que se deshace en la medida en que el protagonista pierde la comodidad de su matrimonio.
Para algunos críticos se trata de una novela de amor. Para este cronista se trata de algo que va más allá de una novela donde el amor se traduce en fracaso, en una enfermedad que hizo de Sebastián una suerte de peregrino. Más que una novela de amor es el relato del fracaso personal y del fracaso de un país. El amor, esa palabra peligrosa, tiene en este trabajo de Gustavo Valle un tratamiento en el que nada es seguro, como el amor, como un aletargado poema en el que es posible sujetarse más al copete de la cama y hacer de la memoria un orgasmo perfecto, como solía hacerlo con su esposa.
Recurro de manera aventurera a una erótica que Gustavo Valle escribió en el mencionado poemario Ciudad imaginaria (Monte Ávila Editores Latinoamericana; Caracas, 2006):
Yo te espero para entonces aglomerarnos
Meternos, salirnos, estar más bien callados
Entre tus piernas arqueadas y tú más adelante,
Aferrándote a no sé qué esquina, qué pedazo de tela
Arañando el aire cada vez que voy con todo
Y la ventana abierta y la noche despejada
Y la nevera que hace ruidos raros allá afuera
Yo me meto para estar tranquilo y no estarlo
Y me domina el grito que oigo en estas cuatro paredes
Cuando trepas en busca de un vértigo nuevo
Yo trepo contigo y aspiramos un aire muy breve
¿Qué miras cuando cierras los ojos así de esa manera?.
Texto que cabe en la novela como parte de los tantos ajetreos sexuales en los que participó (el pasado es un referente obligado) el personaje con Olga, allá, trepados en el Ávila, acostados sobre una sábana, desnudos, mientras abajo la ciudad es una urdimbre de despojos. O en la azotea de la casa de la madre de Olga mientras ésta se consolaba con un ansiolítico para dormir.
La novela es la búsqueda obsesiva del pasado, de una idea fija, de un amor que se deshace en la medida en que el protagonista pierde la comodidad de su matrimonio. Y se deshace porque el sujeto enferma de búsqueda atareado por un país que también es una búsqueda o insistencia patológica hacia no se sabe qué destino.
La novela es la persistencia de la soledad, del cansancio existencial, de una psicología desfasada, de un reacomodo que no encuentra acomodo en una ciudad donde todo ha ido desdibujándose. Es decir, el “amor” se convierte en osadía clínica, en la posibilidad del rescate de la mujer imposible de manos de un bárbaro uniformado.
Olga representa la obsesión de alguien que no ha dejado de recordar la pérdida de su virginidad con ella. El amor es lo que queda atrapado en los sueños.
Amar a Olga tiene un personaje casi ausente físicamente (Olga fue cuerpo y alma, luego un recuerdo, un fantasma y, al final, un aparecido). Ella se sustenta en la presencia/nostalgia de los otros personajes y en las tantas entrepiernas visitadas. El narrador protagonista/personaje se asume como memoria perdida, extraviada por el temor a ser olvidado por ese recuerdo.
“El corazón es un engaño. Nos enamoramos cerebralmente”, piensa en una de sus revelaciones el personaje, mientras en otro pasaje añade:
Sólo los muertos no aman. Un cadáver es, en rigor, el despojo de un amor. Morir es dejar de amar.
Sin embargo, Olga, como fantasma del tiempo, es la memoria de un amor. Sólo memoria. Inalcanzable. Olga representa la obsesión de alguien que no ha dejado de recordar la pérdida de su virginidad con ella. El amor es lo que queda atrapado en los sueños. En el recorrido incesante por una ciudad imaginaria. El reencuentro con ella lo convirtió en otro personaje: en el miedo, en un atentado, en el terror, en la pérdida del país donde vivía.
No obstante,
Olga es una forma de la inmortalidad, y me quedo pensando en la permanencia de Olga en mí.
El vacío, el ya no es posible, concluye en la huida, en la salida abrupta de la ciudad/país por los intentos de homicidio contra el amoroso sujeto que ahora pasa a ser un expatriado.
Un avión surca el cielo hacia Buenos Aires. Olga viaja aún en la memoria de Sebastián, mientras se apoya de una pasajera a quien se le presenta, como para asegurarse de que el cielo aún no es el límite.
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