
Albert Camus es un fantasma. El viajero interior del joven David, el que se instala en un poblado de Brasil para tratar de reconocerse, de entablar cercanía con él mientras se aleja de su patio, de su ciudad, de su mundo, es la simulación de un sujeto cuyo referente se le aparece para confirmar que Luis Carlos Azuaje también respira el aire de los personajes que ha creado.
En una entrevista con el ganador del XX Concurso Anual Transgenérico de Literatura de la Fundación para la Cultura Urbana, el autor de Los verdaderos paraísos afirmó que se trata de una historia del desarraigo y, en efecto, el personaje protagonista “huye” para reencontrarse, para ser el extranjero que Camus vació en su novela. También para deshacerse de la peste de una realidad que ha convertido a muchos en personajes de novela. Pero igual para demostrar la fortaleza de Sísifo (símbolo de resistencia) al intentar ser lo que no era en un país que se les hizo extraño.
El personaje de Luis Carlos Azuaje asimila su propia historia: es un viajero impenitente, un exiliado que dejó su país para instalarse en Argentina y desde donde ha escrito, con ésta, dos novelas.
Con Los verdaderos paraísos Azuaje se integra, se incorpora al grupo de escritores que han dejado su mapa de nacimiento para hacer vida literaria y profesional en otros ámbitos geográficos.
Tanto David como Camus se tropiezan en la escritura y en los intentos del joven en leer mucho para poder escribir. Rodeado de personajes que lo auscultan, que lo estudian, que lo convierten en una aventura, que averiguan su comportamiento nocturno y su manera de ser, David alucina con Camus, con la memoria fantasmal del Premio Nobel, autor de obras que el muchacho carga con él: El mito de Sísifo, El extranjero, El verano, El exilio y el reino y Diario de viajes.
Cada uno de esos títulos representa para David una imagen de su travesía vital: porfía con su roca interior, se siente extraño en la tierra que habita temporalmente, vive el clima de Brasil y siente que ha vivido en un reino donde cada quien carga con su felicidad, sus visiones, luces y sombras. También hace de los días una sintaxis: la lectura de su devenir.
David lee y escribe. David se vierte Albert Camus. Se transfigura en cada página que consume. Escribe la historia que habría de consagrarlo, de encontrarlo con el héroe literario que lo mantiene ilusionado, que lo hace un sujeto irreal, un personaje de las novelas del argelino/francés. David se comunica a través de la fascinación que siente por el escritor existencialista.
David se topa con el hombre de la gabardina amarilla. David deja de vivir en el pequeño poblado carioca donde trabajaba con la japonesa señora Satori y sus hijos. David se aleja de Julia y de Sabrina y vuelve a Buenos Aires.
Lleva con él una novela: la de él mismo, la de quien habrá de ser posteriormente su propio autor, su quebradero de cabeza, su línea de acción, su duende viajero una vez reconocido como extranjero en su propia vaguedad existencial.
El epígrafe que ha usado Luis Carlos Azuaje, cuyo autor es Camus, lo identifica; es decir, David y su inventor, ambos instalados en la ficción, se hacen realidad con estas palabras:
Los verdaderos paraísos son los que uno ha perdido.
Todos los que han perdido su geografía, los adanes de la ficción y la utopía.
¿Querrá contener el exilio, el desarraigo de quien ha escrito esta novela que ha obtenido un premio en el país abandonado por obligación? ¿Estará el país de origen, Venezuela, metaforizado en el clima, en el follaje, en el paisaje que ha escogido para recrear su historia?
Todo exiliado comporta varias maneras de viajar: siempre la ilusión de la ida y la vuelta. Siempre convencido de que encontrará el lugar donde se deje de ser el extranjero, el apestoso, el Sísifo que insiste en llevar a lo alto la roca de su existencia. O el que busca incansablemente la atmósfera, la estación perfecta, el verano, el reino para dejar de ser uno más en el exilio.
David habrá escrito una parte de la novela dentro de la novela. Y Luis Carlos Azuaje podría cargar con ella para terminarla.
El fantasma de la gabardina amarilla no deja de acosarlo.
(Milton aún anda en búsqueda de su propio paraíso).
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