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Ojos quebrados, de Yoyiana Ahumada Licea

lunes 12 de diciembre de 2022
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Yoyiana Ahumada Licea
Yoyiana Ahumada Licea (Caracas, 1964).

La medida de la poesía está en su misterio, en esa forma de esconderse, de atreverse a desviar el camino y aturdir al lector. Esa medida, tan cuestionada por los altavoces de cierta crítica, revela que la poesía no atiende a cuadernos ni a libracos teóricos donde se funden la controversia y las ganas de salir corriendo. Nada más alejado de la poesía que un problema matemático, toda vez que en ocasiones los estudiosos de la poesía se rompen la cabeza con tentaciones o simulaciones en las que dictan cátedras y señalan mapas, coordenadas y hasta atmósferas en las que el entendimiento queda sometido por la bruma.

La poesía, entonces, esa indefinición, es un asunto de fantasmas, de sombras, de silencios, de alegrías y temores: de una realidad que se funda entre túneles que dan a las orillas de océanos y allí se afinca una metáfora, un calamar o la vida plena.

 

(***)

 

“Ojos quebrados”, de Yoyiana Ahumada Licea
Ojos quebrados, de Yoyiana Ahumada Licea (El Taller Blanco, 2022).

Leo con la tensión que provocan sus textos el poemario Ojos quebrados, de Yoyiana Ahumada Licea, publicado por El Taller Blanco Ediciones en su colección Voz Aislada, en Cali, Colombia, en 2022. Y lo leo fragmentado, mi yo fragmentado, como si se tratase de flashes que la imaginación vierte anclada en la memoria de la autora, desde una definición pretérita:

He sido una estrella muerta / bajé hasta el fondo de mis huesos (…) en la búsqueda de un signo.

En cada poema hay un estadio que activa esa memoria: la infancia y un lugar, una ciudad, una isla de donde provienen los rasgos de un sueño:

La Habana, la ciudad de sus padres, donde “El malecón se alza” y donde “no es posible callar / sin tropezar el nombre de las cosas”.

¿Qué nos querrá decir el poema, qué nombre de las cosas oculta?

¿El dolor, “la orfandad” que “sembró sus manos en mi tierra estéril”?

Donde “una madre también es un retrato / de lugares vencidos”.

No deja el lector de advertir, de ver, el recuerdo de una partida, el abandono de la tierra original donde las olas se baten contra el antiguo muro del malecón.

 

(***)

 

Copio completo el poema “Origen” para recalcar lo anterior:

Tierra el olvido / húmeda / memoria fugitiva / redime la flor / hambriento tuétano / abraza el regreso // Plegaria de olvido / tu raíz lumbre // En mis huesos de niña / madre ven a renacer.

Del padre, también un poema que lo “renace” desde una “ofrenda”, la ausencia, “el vacío / las uñas de su sepultura”.

Insiste, porque la familia es el pasado, la tierra dejada atrás, y una voz que no se pierde, que es también memoria permanente: “el padre llega de la Creole Corporation” y “la madre esconde un país en la lengua”. Este canto, “Balada para John Coll” relata la otra tierra, o la tierra otra, que es la misma, porque toda la tierra duele, la propia y la ajena, la que se deja y la que se adquiere como una cicatriz.

 

(***)

 

Por ahí anda Rubén Ackerman, hecho poema, canto de nana, canto que se oye “con los ollos rotos”, quebrados. Por ahí anda el poeta malogrado, el que se fue y queda “en la lengua de la chorima / adelante y atrás / un saquito, la manta / mortaja furtiva”.

De ahí en adelante, a partir de “Variaciones en punto de cruz”, Ahumada Licea se condensa, acorta el habla, se hace densa hasta casi el silencio: “Deslucida bestia de fuego / hilván añil”.

Pregunta a Ida Vitale, otra homenajeada en cuatro estaciones sonoras:

En la garganta del océano / duermen / sin cuerpo / vástagos petrificados.

Dedica igualmente a Edda Armas versos sobre la “ciudad herida”. Un poco antes descarga un disparo y afirma: “En la boca del mal / la diana somos / pesa lo oscuro”, y el lector se deshace en la realidad que se respira, que se vive y se muere sobre un mapa de agravios donde “gime / cíclope bastardo” que “embiste / la tierra”.

Con Cecilia Ortiz comparte esta línea: “La verdadera muerte es la que no se vive”. De allí entonces estas palabras:

Polvo en los huesos
de la culpa
el salmo doliente
sofoca
la carne furiosa.

Definiciones en un poema que cierra con una gorgona de la que “penden / los hombres”, los mismos que perdieron su lar y decidieron “ser casa en otra tierra” entre una “íntima lejanía”.

 

(***)

 

Cierra con este poema dedicado a Armando Rojas Guardia:

Sagradas formas
de aliento
instauran un lecho
luminoso

Trajes de viento
alucinado
ofrendan copos
de sal

Olvidan el tiempo

Mueren eternos
los poetas.

El libro vuelve al silencio del que derivan todos los sueños.

Alberto Hernández

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