Ha muerto un poeta histórico del siglo XX, un juglar de las masas, gigante histriónico, incansable trotamundos, actor, un disidente comprometido con su patria, crítico de los sistemas, devorador de vodka y champagne, viejo bardo siberiano, cosmopolita, universal, amante y gozador de la vida: Evgueni Yevtushenko.
Fue un sobreviviente de sí mismo, viajero de todos los viajes y encuentros posibles, desconocía las fronteras, decía que no le bastaba con escribir poesía, sino defenderla, y finalmente murió hace unas horas en Estados Unidos, donde compartía con su cuarta mujer la vida y viajes a su patria, Rusia. Fue un poeta soviético, un símbolo incómodo a veces, crítico, oficialista otras, poeta siempre de la contradicción.
Siempre acompañó su poesía con el cuerpo, su voz, la actuación, su presencia indiscutida.
De él supimos en Chile por sus vistas, recitales en la Universidad de Chile, encuentros con Pablo Neruda, su desbordante vida y esa manera suya de enfrentar el día con champagne o vodka, y la pasión poética corporal, verbal, agitada por sus manos y extraordinaria vitalidad. Pensaba que el poeta debía estar en todas partes, y él era una especie de cronista del planeta, donde fuera, dialogaba con su gran público, poesía de y para la época, hombre de acontecimientos, un poeta de los grandes escenarios.
Yevtushenko “es un loco / es un clown”, así le llama Neruda en su “Elegía” y esos mismos calificativos los utiliza en el poema para Picasso —“clown del cosmos”— y Colón —“aquel payaso triste”. “Sólo al poeta no quieren dejarlo / quieren robarle su pirueta / quieren quitarle su salto mortal”, concluye Neruda, quien fue su anfitrión cuando venía a Chile y tuvo la oportunidad de conocer en su esencia a este personaje que trascendía la realidad chilena por su manera de ser y presentar la poesía en un país donde la gente susurra.
Siempre acompañó su poesía con el cuerpo, su voz, la actuación, su presencia indiscutida, física, la vitalidad y elocuencia que dejaba fluir como un río interminable de un verbo imparable, en diálogo constante de actor con su pueblo, público, gente, la verdadera materia prima de su poesía.
Lo imaginé como una bisagra entre Eurasia y Occidente, iba y venía, visitaba gobernantes, poetas amigos, discutía, recitaba, agonizaba con la Unión Soviética, pero como una telaraña de palabras se extendía por los continentes con la tradicional elocuencia de su voz y se hacía escuchar más allá de todas las fronteras físicas e idiomáticas. En medio de la Guerra Fría, de la pos-Unión Soviética, del mundo unipolar, Yevtushenko asumió su destino poético, complejo, contradictorio, en un contexto de un libreto marcado por la historia de dos siglos, que marcaron indiscutiblemente su poesía.
Siguió viajando hasta el final de sus días hacia su vasto país.
Un arlequín que se asomaba con su manera de ver y enfrentar el mundo desde su propia humanidad y cosmovisión. Sin la historia, los escenarios, el calor de los estadios, la gente, los amigos, los hechos, la confrontación Este/Oeste, la tradición rusa, este poeta/juglar no hubiese existido. Acompañaba su poesía con su presencia en el lugar.
Traducido a más de 70 lenguas, autor de decenas de poemarios, algunos cortometrajes, novelas, ensayos, sinfonía, participó como protagonista de la historia del siglo XX en la Unión Soviética, Rusia y Occidente. Viajero incansable, inagotable, cruzó los continentes con la musicalidad de su idioma, compartió con el mundo su vasta geografía espiritual.
Y siguió viajando hasta el final de sus días hacia su vasto país, donde será enterrado al lado de Boris Pasternak, el autor de Doctor Zhivago.
Con dignidad
Con dignidad. Lo principal es recibir
con dignidad los tiempos que sean,
cuando la época se estanque
o se enturbie hasta el fondo.
Con dignidad, lo principal, con dignidad
para que los distribuidores de dádivas
no te conduzcan hasta el establo
y no te atasquen con heno la boca.
El miedo de los tiempos es la caída.
No malgastes tu alma en cobardía,
sino prepárate para la pérdida
de todo lo que te espanta perder.
Si ya todo está hecho trizas
hasta un extremo imposible de prever
recuérdate a ti mismo esta pequeñez:
“También esto hay que sufrir”.
El ajedrez de México
El sol amodorrado.
El polvo amodorrado se derrumba por el camino.
El tañido amodorrado del espejismo.
El gemido amodorrado de un buey.
Flotan bamboleándose con modorra
un sombrero y otro sombrero;
el primer peón,
el segundo peón,
el tercer peón.
En castellano el peón es el campesino más pobre.
Y es también
la figura más pequeña del ajedrez.
Sacrificar al peón es una ley de todos los partidos.
El triste ajedrez de América Latina
es una burla amarga para ustedes:
primer peón,
segundo peón,
tercer peón.
Los pedacitos de la tierra campesina
son las casillas de este tablero tan cruel.
Con ustedes, los héroes del machete,
juegan desde los tiempos más lejanos
las manos sucias que no huelen nunca
como huele el mango salado del machete.
Juegan con el primer peón,
con el segundo peón,
con el tercer peón.
¡Qué lástima, señores socios del ajedrecismo político,
que este tablero no sea liso!
¡Sería magnífico nivelar estas incómodas montañas!
¡No dejan jugar!
¡Afuera estas torpes palmas y estas cabañas!
Y la muerte mete en su sombrero,
brillante por fuera, pero negro por dentro,
los mete a ustedes:
el primer peón,
el segundo peón,
el tercer peón.
¡Traición, hermanos peones!
¡Quitaron del tablero a Emiliano Zapata y Pancho Villa!
El peón que cumplió su papel
no es necesario para los señores ajedrecistas.
Nos sacan a todos del tablero
o el puño de hierro,
o dos dedos, tan tiernos,
quitan al primer peón,
al segundo peón,
al tercer peón.
Cuántos peones cayeron
sin cantar hasta el fin “La cucaracha”.
Ellos no se convirtieron en reyes.
¡Las patadas son tan duras!
Pero dentro de los muertos
se ocultan los reyes,
asesinados en los peones;
en el primer peón,
en el segundo peón,
en el tercer peón.
¿Cuándo cambiaremos las reglas
de este maldito juego?
¿Cuándo?
La respuesta es como machete en su vaina.
¿Cuándo cambiaremos las reglas?
Contestadme;
el primer peón,
el segundo peón,
el tercer peón…
¡Viva el quinto peón!
Aún todas sus lágrimas
El sauce no ha llorado aún todas sus lágrimas.
A su sombra, en la orilla me quedé pensativo:
¿cómo hacer feliz a mi amada?
¿Es que acaso no pueda hacer más?
No le bastan los hijos, la abundancia,
lo poco que nos damos al cine, a los amigos.
Me necesita enteramente, sin reservas.
Mas, estoy hecho de sobras. Yo soy diamante en bruto.
Entregué mis hombros a las causas de nuestra época,
a toda su dura carga,
no dejé espacio a la ira de mi amada
y privé su llanto de mis brazos, de mi regazo.
Hoy, la amada ya no recibe flores de su hombre.
Arrugas, sí. Faenas domésticas.
El hombre engaña por placer,
la mujer traiciona por dolor.
¿Cómo puedo hacer feliz a mi amada?
¿Qué puedo ofrendarle esta noche
si la manzana que le da la vida
ya está rancia y agusanada?
¿Por qué a la bienamada se le ofende
tan sin razón como tan a menudo?
Cómo hacerla infeliz, todos sabemos.
De cómo hacerla feliz, no tenemos memoria.
Versión de Heberto Padilla
Te amo más que a la naturaleza
Te amo más que a la naturaleza,
porque tú eres la naturaleza misma.
Te amo más que a la libertad,
porque sin ti la libertad es una cárcel.
Te amo con imprudencia
como un abismo y no como un pequeño barranco.
Te amo más que todo lo posible,
y también más que lo imposible.
Te amo eternamente, incansablemente,
aun cuando esté ebrio y me ponga insolente.
Te amo más que a mí mismo
Te amo más de lo que tú te amas.
Te amo más que a Shakespeare,
más que a todos los libros que lo saben todo
incluso te amo más que a toda la música
porque tú eres la música y todos los libros a la vez.
Te amo más que a la gloria y a la fama,
aún la gloria de los tiempos que vendrán.
Te amo más que a mi Patria
porque mi Patria eres tú.
¿Te sientes infeliz? ¿Qué es lo que tanto te preocupa?
No molestes a Dios con tus rezos y peticiones.
Te amo más que a la felicidad.
Te amo más que al mismo amor.
(1995)
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