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Éxodo

domingo 27 de mayo de 2018
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Éxodo, por Alberto Hernández
Emigración a oriente (1913), por Tito Salas

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
Lee el libro completo aquí

Maiquetía 1

Entonces quitaron parte de las losas de Cruz-Diez y alzaron vuelo.
Un trozo del pintor, un pedacito de su espíritu en los bolsillos.
Atrás dejaron las huellas. Unas cuantas pisadas bajo las lágrimas de los que se quedaron.

Sobre las piernas, una foto.
En la foto, un rostro.

Mientras tanto, de regreso a casa, por la autopista que une a la costa con la ciudad,
El paisaje quebrado, opaco porque los ojos ya no eran los mismos.

 

Maiquetía 2

Ella me miró a los ojos y no supe cómo decirle adiós.
Se llevaba a mis nietos. A los niños que aupaban la tarde
Y recorrían el pequeño mapa de mi patio.
Las niñas caminaron sobre los colores del pintor.
Voltearon a verme desnudo
Con las manos puestas en mis pobres carnes.

Ellas
No lloraron.
Sólo me miraron.

 

Maiquetía 3

Tú pasas delante del guardia y éste te escupe con la mirada.
Es un joven también.
Sólo que no sabe que Cruz-Diez le pasó por delante y no pudo mirarlo.

Tú sí lo observas y sigues.

Un idioma nuevo espera tu boca.

 

Costa de Falcón

Los cadáveres hablan con la boca llena de algas.
El cuerpo de un pulpo reseco cubre parte del rostro de una joven.

La embarcación fue derrotada por las olas.
Eran muchos cuerpos
Mucho mar para tantas ganas de huir.

Un poco más allá, no tan lejos, Curazao baila.

 

Éxodo

Moisés se levantó la túnica y vio sus rodillas rotas.
Sintió el ardor que las peladuras producían mientras el sol de San Antonio del Táchira derribaba toda esperanza.
Policías y guardias recorren ansiosos los puestos donde una cola comienza a crecer.
Más allá está un puente. Y una serpiente humana de distintos colores.
Y sobre el puente, maletas, rostros, un viejo con un pie llagado.
Otro con muletas.
Una mujer gorda lleva un colchón sobre sus hombros.
Una niña orina agachada al lado de su madre preñada.

Moisés lleva las tablas de la ley cerca del pecho.
Sabe que la zarza ardiente aparecerá de pronto en la frontera.
Que Cúcuta es una cacofonía. Que el aliento de la gente en la cola
Es el mismo de los que se quedaron.

Un perro sin dueño ladra desolado.

El desierto es inmenso. No cabe en la maleta.
Dios está en un rosario. En el pecho sediento de
Un muchacho que se vino de Caracas. Atrás quedó Carapita o El Paraíso.
Atrás quedaron unos ojos clavados en sus pasos
Mientras la puerta de la casa permanecía abierta.

Quien divaga guarda con celo el pasaporte. Quien habla solo
Esconde los pocos billetes en los zapatos:
Los soldados y los policías suelen revisar glúteos y miradas.
Los senos son los preferidos de los uniformados.
Las uniformadas patean y se apropian de los pocos dólares.
Y luego sonríen, como si nada.

Quien silba ya ha pasado la frontera.
Moisés rompe las tablas de la ley y llora.

La cola no termina nunca: el polvo de unos caballos se advierte a lo lejos.

El éxodo no es una película.

 

El río

Cruzan el río mientras lanchas voladoras apuntan sus fusiles.
Detienen la canoa y despojan a los que huyen de sus pocos bienes.

El Arauca corre lento, sin miedo. Las manos de un niño siguen el curso del agua
Mientras la madre lo protege para que no caiga.

Por el puente pasan los documentados,
Los que usan visa y son nacionales de aquel país que es costilla del nuestro.

De ambos lados, guardias.
Los de éste revisan y hasta dan empujones.
Los de allá abren las manos y dejan pasar.

Los desplazados cunden bajo la sombra de unos árboles marchitos.
Los desplazados dormitan su destierro mientras el puente se cierra temporalmente.

El río corre su inocencia y conduce el cuerpo de la canoa a la otra orilla.

Llegan a salvo, pero el terror sigue en el mismo sitio del pecho.

 

Un muerto

En la trocha hay un muerto.
Es un muerto con un ojo abierto.
Es un muerto que ya cruzó la frontera.
Para él ya no hay país alguno.

 

Aeropuerto 1

El equipaje es ultrajado por dos hombres.
Extraen medias, pantalones, camisas, un perfume.
Un teléfono de última generación.
Todo lo reparten entre ellos.

También había un libro.
“Eso se queda en la maleta”.

 

Aeropuerto 2

A Harry Almela

Cecilia llevaba una bufanda y una toalla.
También un libro de poemas.

Sacada de la cola, interrogada.
Sacada de la cola, detenida.
Falsas maniobras, de Rafael Cadenas:
—Se trata de un libro sospechoso, mi teniente.

 

Aeropuerto 3

Desde la ventanilla se ve La Guaira.
Y pensar que allá en Macuto vivió Reverón.
Y pensar que ese es tu país.

Desde la ventanilla sólo las nubes.

Ya no hay país.

 

Extranjero 1

Alguien me abraza.
Alguien me empuja.
Alguien me besa
Alguien me escupe.
Alguien me saluda.
Alguien me insulta.
Alguien me ve.
Alguien me huele.

Alguien.
Soy nadie.

 

Extranjero 2

Cruzas la aduana y sus circuitos. Ya has llegado. Has dejado todo atrás.
Eres el otro que habla con acento. El desterrado. El que no tiene patria.

—Me la arrancaron de las manos.
Hablo con palabras ajenas.

Un eco lo aproxima al origen:

“Estoy pensando en exilarme,
en marcharme lejos de aquí
a una tierra extraña donde goce
las libertades de vivir”,

le oyes decir al viejo Leoncio.

Y entonces sales a la calle, a esa calle que no te pertenece
donde el frío es tu otro destierro,
El clima desplazado de tu lejanía.

Tienes noticias del que fue tu país. Ves la TV,
Lees los periódicos,
Navegas en la red
Y te tropiezas con Venezuela en todas partes.

Nueva York tiene su tono,
Es un quebradero de cabeza,
Un destino cierto incierto opaco ennegrecido
Pero sientes que algo te empuja a decir
Al tomar el autobús a California escuchas el susurro de Ginsberg:

“In the depths of the Greyhound Terminal
sitting dumbly on a baggage truck looking at the sky
waiting for the Los Angeles express to depart
worrying about eternity…”,

y ya en la carretera el país que se te fija en las pupilas,
El que dejaste atrás, aquella que es tu tierra, ahora extraña.

Y en el hondo fragor del terminal de pasajeros
Has dejado otro instante, el eterno instante,
El de saberte extranjero, extraño, desterrado, desplazado, expatriado,
Apátrida, paria, casi nadie, fuera de la casa.

Un cielo rasgado desvanece la noche.

 

Extranjero 3

Veo la frontera como un espejismo.
Ella me ve como un reflejo.

Estoy en la otra tierra.

Alguien me confunde con un árbol.
Y la cabeza se me llena de pájaros.

 

Huso horario

Amontonados como un grito
Todos corremos hacia la salida.

Alguien enciende un fósforo y mira la hora

Hace días que no sabemos del tiempo:
La tierra porfía en ser redonda
Y las agujas pinchan nuestros sueños.

A cada instante cambia la temperatura.
Ratas de laboratorio
Hemos sido de un tirano

Ahora, expulsados por la química de su odio
Nos cambian el tiempo
Nos abortan como sapos enfermos.

Hemos perdido la noción de la vida.
Somos un invento
Que rebota de tierra en tierra
De ciudad en ciudad
De silencio en silencio.

 

Muchedumbre

Se arrancan las frases una a una y las ponen en la hebilla de sus ojos. Se tropiezan. El puente es estrecho. El río corre abajo con los párpados hinchados. Las palabras sobran. Aumentan los pasos. Los zapatos rotos. Las manos en un nudo sobre la correa de la maleta. Se empujan suavemente. Un niño cae. Un hombre lo levanta. Algunos sellan sus bocas con el silencio. Otros con el aire que viene del país que dejan atrás. San Antonio del Táchira fue un bálsamo momentáneo, ahora es un celaje.

Voces arcillosas se mueven sobre el agua.

El puente se estrecha. Alcabala. Alambre de púas. Cartabones. Paralelas las sombras, caídos los hombros. Se asoman lágrimas. Una larga cola espera que la dejan superar la línea, el borde de la vida.

Son miles, miles de miles. Son tantísimos nombres y apellidos, como tantísimos nombres y apellidos han quedado tendidos en las calles. Como tantísimos buscan en la basura algún tesoro para sus estómagos. Algún tesoro para sus gastadas esperanzas.

Muchos, muchedumbre, muchos, muchísimos amaneceres. Tantas lunas que caen a diario sobre la superficie del río. Tantos soles que se afincan sobre la piel. Tantos días, horas, muchos, muchedumbre. La huida. El escape. Los callos en los ojos. Los codos de la espera. La mano sobre el barandal. Y abajo el río, lento, superficial. Y el Puente Simón Bolívar con dos banderas que podrían ser la misma. Son los mismos colores, el mismo origen.

Y pasan todos. Otros reniegan, se cuelan para gritar y exigir. La mayoría humilde porque el miedo aturde. Pero otros como pájaros sin plumas despliegan sus motores para renegar de lo que antes apoyaban. El hambre. El hambre habla en varios tonos. Tiene distintos acentos. Y habla en idiomas diversos. Uno solo identifica a esta muchedumbre que busca asilo, un pedazo de cielo, un pedazo de parque, un trozo de calle o acera.

Un trozo de otra parte.

La muchedumbre avanza. Son miles, son tantos, son tantos.

 

Desplazados, la sobra

Y dijeron en voz alta en la televisión, en los periódicos, grito en cuello, que los que se marchaban eran la sobra de la patria. Que ya no eran parte de ella. Que se perdieran de vista, que no regresaran. Que serán despojados de sus pocos enseres, de sus solitarias casas solas, de sus amores. De lo que dejaron en el camino. De los pasos, de las huellas marcadas en el asfalto, en el barro de los caseríos, en las puertas de los cementerios, en los portales de las iglesias, en la marca de la frontera. En el idioma que saldrá de su boca. En el acento nuevo que tendrá lugar en otro cielo.

—Son la sobra. No merecen ser de este suelo. Son traidores los que se marchan —decían y dicen los depredadores que vuelan en círculos sobre nuestras cabezas, las que no inclinamos, las que siguen en el ámbito de los días oscuros pero no pierden el sendero.

—Son desechos sociales —le oí decir a un tipo con una macana en la mano, mientras unos desgonzados aplaudían sus desafueros.

Mientras tanto, los pasaportes abundan en el alma. Los salvoconductos se revelan intransigentes. Los pases de factura de los criminales que pululan por calles y avenidas, sofocados sus pulmones de nicotina y alcohol, de basura verbal y mucho odio, todo el odio que cabe en un campo de juego.

Abalorios del discurso.

Los que se marchan y los que se quedan son los mismos.

Sólo los separa una raya.

Un trozo de tierra. Un pedazo de dolor. Un instante.

Los desplazados repiten las palabras y crecen. Abundan en la voz del mundo. No son invisibles.

 

No sobran.

Alberto Hernández

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