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A cual más ardor

lunes 28 de septiembre de 2015
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Textos y collages: Wilfredo Carrizales

1

A cual más ardor, por Wilfredo Carrizales

Frente a nosotros: el estuche de la historia. Tras la impresión, el bufido de un gato. ¿En qué se estofa el estupor? Mejor retirarnos con los fundamentos de la parafina. Más beneplácito al soñar con una vía férrea para calentar los pies. Admirable embotamiento.

Primicia: la madera ocurriendo en lo que no tuvo inicio. Al mismo tiempo, en el eucalipto precedente, las cigarras suplicantes. Evagación. Excandecencia. Se estremece el que tiene desnudo el ombligo. ¿En qué intervalo el eclipse de la granada?

A expensas del mediodía, la abundancia del coro. En un infolio, las facultades intelectuales de quienes devoran pajarracos y florecitas. Esos poseen cuatro caras para desempeñar todos los menesteres.

Falencia a la que se aficiona el niño. Palo de santo en la calle. Subir o bajar con el demonio de la música para conservar las aguas en los empeños del nacimiento.

Por fas o por nefas. En esas fachas habrá llegado fulano y con un núcleo de arranques fenomenales. ¿Después hubo abundancias de lámparas y morcillas? Trasferible la cuestión. De hierro o de encuadrada fluidez, el trabajo apesta.

Arraigo en la semana que se ordena. Fenómenos, malezas, señas, acuden a tu sueño no soñado y el árbol petrificado agrupó sus excavaduras y las tendió al sol y las abandonó a su suerte. Las tretas del azar: jugarretas para volcar las pailas de la vida.

Portentos para saltar, ¡qué audacia!, ¡qué volumen de pies!, ¡qué musical velocidad!, ¡qué despliegue de frescura! Y así permanecer en la inopia y morar en la inopia y fenecer en la inopia con harto agrado.

Complétate, complétate y alcanza las aristas de la nada. A nimias bonanzas, bonanzas sueltas. Mentiroso con suela, siempre encuentra la suela conveniente. Y así el pez al agua, el agua al estanque, el estanque a la sombra, la sombra al puente y el puente lograba en alabanza llegar al espíritu protector.

Caen las máscaras al suelo: cuando tragedias, duelos; cuando duelos, tragedias. Rendijas con veracidad y nuevos sellos para enseñanza de embaucadores. Perfilar, en fin. Del mango del cuchillo como cetro, en flagrante, el espejo y las manos sobre la fogonadura.

A semejanza de cicas y palos con la luz perdida entre reptiles ejecutados. Tema de la fuente con el huevo que elogia el acierto de la caldera. ¿Habrá ronchas comestibles para el desgano? Emerge el muy cantor por enfado y propugna patas de araña en el descenso de los pétalos.

De rondón, advienen: argumentos con bailes y pasajes hacia el disparo de las flechas. Cosas en las magnitudes del paisano. Además, de parte a parte para echar miel. ¿Será equivalente a la parada del juego de una vez y en la acera el acero que sincroniza imágenes?

Igualdad de las contradicciones entre sí. Las mandíbulas semejan estar despiertas. Una jaculatoria salta dentro de lo especular. Parece estar fundada o parece que está fundida. Vive en la funda del desprecio un alma semejante al vidrio.

Se le subió al hombro un reflejo que nunca antes parecía. Según parece, la epidermis domina la empalizada de las palabras. La quimera se aferra a la hoguera en el parentesco suyo. Comparecencia. ¿Valdrá la pena salir a buscar un lápiz para la cauterización más que lenta? ¿Y si pregona una cintura con el pegado parche? Lo morboso enalteciéndose en la verticalidad de la noche brusca.

 

2

A cual más ardor, por Wilfredo Carrizales

Dos cabos apresados en la paradoja de la declinación. La epístola para mamar llegó demasiado tarde. Para todos los refugiados, puertas con llaves maestras. El Uno no era para el Todo. Ni el dolor ni la tea se consumieron por menos.

Buscaba el corazón en los detritos humanos y para eso mucho se desvelaba. Le faltaban energías para pesar la vida. La cuantía ya no mandaba cuando decidió morir.

El jueves se aplastó hasta quedar parecido a un lunes menguado, pero no encalló por falta de un agosto que lo previniera. ¿Los humillados mensajes fueron desapercibidos?

Salió para el ayer y vino en un día sin mañana. El hombre apagado que quiso ser ujier y lo festivo lo detuvo en mitad de la irrisión.

La programática de la tinta con el súcubo rodando por el suelo. ¿Nos acordaremos de la crónica de una cresta y lo acerbo encaramado sobre un pupitre de viaje? Pupilas y el órgano óptico en la creencia de la afición. Botones olfativos para los dientes ahítos de leche y conducción.

Alarde de lo que es y el papel ostentando inutilidades al desuso. No papamoscas, sino cofia de mujer en írrita diligencia. Se baja la mano y aparece el pañuelo para liberarse de las miserias.

Sin orejas ni talones: el más tosco de los caminantes. En lo circundante, el insecto que con poca agua trasiega. Mojones enfermos y pertenecientes a una ciudad que se desvive por sus acequias.

Al fin, se deja ver el acompañado por los objetos de la hemorragia: habilidad y panizo. Luego se vuelca hacia el ápice sin alimento para los hombres. Alrededor del miedo, el encomio sin traslado.

Atribulación de los ruidos y baile antiguo de la sífilis. Enfermedad de los dedos y el dolor de una gallina que se queda sentada. ¿Cuándo estaremos en las pompas? Nos conviene un caballo en el atrio del amor y con un retorcimiento del nidal alado que nunca llegue a ser blanco tan albo.

Palpo lo chato en la oscuridad de los ciclos. Ahí, casualmente, músicos con el vinagre de las carpinterías. Los llevaron a las frutas con los vellos en descanso.

Bohemia que se inserta por encima del tinglado de las ferias. Paletas sin adelanto ni escamas. (Se supone que quien vivía al costado del mediodía era su parentesco). No obstante, aconteció la seducción de las aguas en el acto del oráculo. (¿El sol se retorcería en el residuo de las ratas de escampo?)

Ovívoros a la conquista de la fiesta solitaria. Los que existían análogos a la falsía: unos empecinados, los otros nominales y los otros avecinados. (En la oscilación prospera la saliva de la deriva). Muchas orquídeas para la variedad de tontos y el calor del cobre sobre los quilates del capote.

Las arenas drogadas y en seguida la destilación de los oropeles. Un objeto que no cae al mar y se agarra al ancla que se desdibuja. El orgulloso que se nutre de sargazos y suelta sus ademanes hasta el exceso del huracán.

Riñas con las orejas del ratón tras la despensa nacarada por dentro. Arcilla destruida por lo bermejo de la intemperie. Alguna frase con opugnación y un brillo extendido hasta el atributo del espectro.

Las piernas velludas de la dama y un ave resollando en su lacrimal. Se abren los ombligos con lo que cuelga del cielorraso. Estrías más perfectas que la ortodoxia acentuada de las orugas.

Conocimos, de paso, al que produce espinas con lo peyorativo del licor circulante. ¿Cómo atrapar la cerradura para el ojo tuerto del gallo y para la muñeca en la tempestad? Acaso de eso sepa el ofiómaco promovido a juez de las exuberancias.

 

3

A cual más ardor, por Wilfredo Carrizales

Hisopo en su ungüento y al primogénito se le asigna un plumaje de cartón y saciedad. (Lola con sus dolores iba trepando por los arbustos en estado abusivo. Por la sesión del agua; por los muertos y sus parásitos defensores). Se rememoró al epiciclo emitido por la onza en el valor traverso de su plano.

Hincapié que se impuso a su propia salvación. ¿El próximo enemigo sentirá debilidad por los textos excretados? Un hilo para las trabazones del estómago en el discurso del hambre. Bálsamo con las hierbas ilusas. Padecimiento no sacro. Más arriba de las uñas y del alcohol de una ligadura, varios trastornos del olfato.

Hombres como bestias yaciendo en libertad. Mundo de los hijos encaminado a contener fragmentos. Los amantes de las lenguas en medio de una saliva depositada en su usualidad. El castigado llamándose desde diversos arcos y respondiendo con premura contraria.

De otras playas para otras ideas con culpa. Apacentando el idilio de las tenazas o imitando el hueco en el árbol que se desplaza. Símbolo de sus funciones como el impenetrable del álgebra. Tras la premura: lo que se llaga con el celo de las reliquias.

Usurpadores de las heredades que se calcinan y la polilla que acude a la luz se aturde y experimenta un vahído. ¿Sabrán los inválidos de la fogonadura de las esferas durante los latidos del cielo? En el suelo mojigato, lombrices y longanizas con un alongado discurso y en la mente del provecto se resiente el paseo imaginario.

Tiritas en el jardín, mientras las tiritas de papel se desplazan por los aires que vibran solos. (Por un pelo, se salvó un tal Pedro, de recibir un palo). En la casa, el casal de palomas torcaces encontró pronto su razón. ¿A la tristeza tristemente quién la entiende?

Había padecido con el padecimiento de ninguno. Algún escondite encontrado en lugar alguno. Temblando con un temblor que no temblaba hizo su aparición una espada. Y luego: una gran gana de asustarse, un inmenso anhelo de extraviarse, una ingente necesidad de auscultarse y un perentorio deseo de consolarse.

Traga, devora, consume, con el fuego en el hocico. Traía con la ojeriza aprestos de envidia y ultraje. Los muchos trancos en ejecución; los cuerpos pensantes; la argamasa erigida con audacia en la harina que alimenta; los ladrillos que cobijan el papel que se lee; el pez que se anonada en el mar sin bondad; los petróleos en el motor del universo; el roedor en procura de su queso tarifado; el arquitecto de luces y ventanas para la vejez que se pasea por las calzadas sin escalas.

Un Epicuro a la cabeza de los comensales. Una Mesalina como anfitriona del lupanar. Otros motivos: la opulencia del hambre y el sufrimiento de la felicidad y la angustia de la placidez. Aquél huésped era el peor violín de la comarca. Trajo su enojo y consiguió permiso para distribuirlo. (Arriba, en la buhardilla, había una tina que no se llenaba).

Se propalaron comentarios: las botellas rebotaron contra lo insaciable de la noche. Mientras afuera proseguía la contienda entre las ruedas y la carretera. Muchos extraviaron sus vocablos y sus corazones apresuraron los derrumbes.

Todo lo que con tierra se tendía, se dispersó bruscamente. De ahí provinieron las polvaredas con ahínco; de ahí fueron los intercambios de atisbos y protuberantes rechazos. (Ahora la riqueza en manos doblegadas se ahorma).

Trepida un pedazo de cristal adrede, al lado de una sangre que se transparenta. Alguien debió enfurecerse con ajos bajo las axilas. ¿Se expresó una osadía que integró su falta de fe? Ante el muerto, el cansado por cautela.

¿Arribó el iniciador de la alberca y su gigante reemplazo? ¿Mereció la disputa de la cábala del viento con la materia blanca y gustosa? ¿Abrigó al numen desleal?

 

4

A cual más ardor, por Wilfredo Carrizales

Era un perro (tonto) dentro de un maletín de cuero. Era la Marilda con sus cuernos en alusión. Era un observador murmurando y moviéndose como tiple. Eran unos billetes verdes en procura de veedor. Eran unos ejercicios, más que sublimes, alucinantes.

En el gabinete, la muñeca llegó a ser la muleta del gremio de pordioseros. La calumnia se convirtió en su golpeador. (¿Quién sostuvo hasta el final la conseja del descubrimiento del sino frontal?)

Existieron la postura del ganchillo y el pedazo de árbol sobre el collado. Y en las olorosas se diferenciaban las zarpas y se imponían unas uvas tirando a moradas y unas prebendas como cajones.

(Un pollo se emborrachó donde Mujica y hubo mandíbulas cual tronos y hembras que reposaron sobre las barricas para sentirse bacantes y proscritas. Las formas procaces no fueron cerradas y se merecieron propias y nunca se alejaron).

Lo diario en su colapso genuino no imanta. Se tantean las querellas con el arte en los espacios que se amuelan. Surgen vinos alevosos, pero asociados a lo enteramente dúctil. (¿Qué se atisbará por la renombrada ventana y su aparente magnitud?) Va el resurgimiento y el no tiempo se parte por él.

Jugos de la astronomía y estrellas en un audaz deslave. Dedos y tablas y alhorre. Se despide un alias y se negocia el tratado de los vasos coligados. ¿Cuál método para la vista ante un plan de aliñarse y alcanzar lo intermedio? ¿Almacenar muebles, jarras, almanaques?

Se vieron los hijos decaídos y las ruinas al sesgo. Allende los promontorios, mínimas almenas y la simiente extraviada entre las etapas de la resolana. Antes del muérdago principal, la comida como variante de la ablución. (Si no fuese prohibido el despegue sobre la cornisa con bruma, temprano habría partido el mensaje del aquelarre).

Pérdida de las villas contra el triunfo botánico. La alteridad y el matador ahorrándose disgustos. Un ofuscado se protege sin pelos y luego salta con improvisado altruismo. Por allá se percibe un alzamiento y otras evacuaciones tienen asiento. Sobre alguien lo verduzco que era conjetura y tambaleante hechizo.

Se certifica una audición y se encabrita lo ajeno y al clima se le atraviesan los verbos. Las mismas aves con las variables de sobra. Lo que pasa, no necesariamente traspasa. (Ellas, según se iban nombrando, así iban cayendo). ¿Y el cero y la empanada?

Con la inercia, el chillido, la discordia y la emanación fueron erigiéndose soberanas. En las escenas nadaban las apariencias. Acontecía una lluvia de satélites y la ciudad no había sido aún inventada. A la descubierta, los deudores del plagio.

Oímos: se avocaron las variaciones del dulce palito. ¿Apuntes de un echaperros? Nos atrapa el intenso prurito en el atardecer sin piélago. Fui admitido como el animal que sobresalía por sus dientes. Era el momento que se quebró debajo del puente estuante.

La dama de leche sobrevino en su orilla encontrada. ¿Estaba escondido el dinamo que suele suplir al linaje? Se precipitó el mes y declinaron los clavos y las grietas en los basaltos. Fechas trabadas por los deseos. Trastorno de la vida con sus mudanzas numeradas. Para tiro de plasma, el semblante como diablo.

Vulgar crustáceo en el principio de la balanza. Porque se empobrece y lo vapulean. Jamás descansado y sin premisas. Expuesto al albur de los elementos.

Sentimientos acotados cuando a la casa se le desmorona la mañana. Del dogma al carácter del dogo una elocuente suspicacia. Se cierran las aldabas con la amonestación de las reliquias. Panes y libros y desdenes: congregados de repente.

Noticia: la enfermedad vacante del cantor atrajo a miles de rayas sobre el monolito sin carencias. ¿Y qué decir del vergel acantado y su vegetación de ansias ínfimas?

Wilfredo Carrizales
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