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Viaje hacia el afuera que creí mío

martes 10 de mayo de 2016
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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Viaje hacia el afuera que creí mío. Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Lejanas candelas me atrajeron y yo sabía que detrás de ellas había esqueletos cubiertos con papel. Desafortunadamente no se veía a ningún pastor por los alrededores. Me sedujo con fuerza el espacio vacío que, aun así, parecía un libro, cuyas hojas eran abatidas por una constante brisa. Multitud de signos asumían su propio enmascaramiento y la tierra certificaba un acontecer sujeto a encajes invisibles. El paisaje se volvió imagen y una estructura de bruma aventajó, incluso, con su estatuaria. Algunos árboles cambiaron por la devastación ocasionada en sus vidas como si arduas amputaciones hubiesen sido llevadas a cabo por un carpintero-cirujano.

Hubo la aparición de un fantasmagórico imperio en miniatura bajo una espléndida luz desprendida de las copas de los árboles. Una práctica ritual fue retenida y declinó, por momentos, una opresión que se hacía sentir desde mucho tiempo antes. Varios volátiles levantaron vuelo e incrementaron una hostilidad hacia mí. Entonces, una regla, acaso arcádica, desbarató a un trono de hojarasca y lodo.

El futuro del campo manifestó su exilio y se movió durante unos guarismos previamente establecidos. Ciertos hombres viejos acudieron con sus sombras a cuestas, a pesar del excesivo calor y aplastante silencio. Estrujaron sus enfermedades para demostrar su servicio a lo insólito. Las requisiciones de los habitantes de la espesura se distribuyeron pronto para que fueran olvidadas.

 

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Viaje hacia el afuera que creí mío. Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Ninguna noción de entusiasmo revoloteó encima de mi cabeza. Sólo difíciles condiciones pugnaban por ponerse a cubierto. Comenzó entonces un combate que duraría interminables estaciones y se mantuvo una no claridad que sería examinada más tarde a través del cristal del corazón. (Tal vez sobre los troncos más vetustos continuarían las escrituras que servirían para posteriores cartas, donde se considerarían todas las circunstancias posibles y se capturaría su modo y su brillantez).

La luna estaba iluminando el ámbito a merced de la oscuridad insinuada debajo de los ramajes. Un hombre fue alcanzado por una silueta que se desplazaba a increíble velocidad. Un pabellón tomó lo mejor de lo blanco de una montaña y devino hermoso cual un suspiro de un ángel.

Una lujuria suplió con creces a las necesidades de mi observación. Frente a mí, el más grande defecto del cielo se hizo patente. Esta realidad me dio grima. Experimenté durante una miríada de segundos el tronchamiento exagerado del aire. Asumí una fácil postura y me colgué a la espalda una emoción que me convenía. Ahora un hueco recaló a mi costado y por él se hundieron unos ladridos choznos, cuya procedencia no pude precisar. El tiempo se tornó, súbitamente, frío y atenazador, pero el lugar se ofendió y exteriorizó su barrunto de disgusto. Creo que me eyecté por encima del agujero y concluí, en el otro extremo, sorprendido, mas seguro. El próximo día se vislumbraba con raciones de bullicio. Muerte alguna sobrevendría primero.

 

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Viaje hacia el afuera que creí mío. Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

Estuve a punto de perder un brazo debido al ataque de feroces hormigas que me atacaron, de improviso, desde su nido disimulado bajo una corteza. Les ordené que se marcharan con un grito que estremeció el entorno. Escaparon con su artillería hasta desaparecer entre las grietas de unas rocas. Me tiré al suelo a descansar brevemente. Al ponerme de nuevo en pie, descubrí unas líneas que festoneaban el horizonte y, conscientemente, di un respingo para ratificar mi aval de complacencia.

Recuerdo que vi a la de la guadaña agazapada en un recodo. A propósito, corrí hacia ella y se incorporó y se alejó con ligereza que no imaginaba. En algún lugar se abrieron unas puertas y una figura sin cabeza penetró con la intención de trapear el polvo y probar si los cristales continuaban manchados.

Irónicamente, un corpulento pino se partió por la mitad y provocó la apertura de un panorama comprimido y poco explícito. Unas escenas posteriores incluyeron a tres venados con las patas marcadas como trofeos y los cuernos en ruinas. Todo recordaba una génesis casi profética.

Enfrentado a nuevas dificultades, los bordes del ámbito por donde me movía me presionaron con furor. En mi propia senda, con frecuencia, me interrogaba acerca de la posibilidad de sufrir injurias de la vegetación. Muchas formas de lo inestable se manifestaron sin tratar de reducir su capacidad de perjudicar. Una recurrente reminiscencia invalidaba mis pasos y los hacía torpes. Amputé cualquier falsía y me llené de soliloquios.

 

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Viaje hacia el afuera que creí mío. Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales
Fotografía: Wilfredo Carrizales

El sol se impuso a las nubes que lo acosaban y un día evidenció la rutilancia de una precoz primavera que parecía contener. Esto me sugirió un encuentro con los fenómenos que desaparecían bruscamente y contemplé el comienzo de una rara caravana de insectos pintados por pinceles invisibles.

Me volví devoto de la carente noche y sentí un hambre dispuesta a tornarme en un extraño. Me dije: “Ahora no escuches ningún ruido que pueda apartarte de tu objetivo. Chasquea los dedos y prosigue. Es la actitud correcta”.

Más adelante reconocí una celebración de la flora en sus estrépitos referenciales. Texturas abstractas vinieron a ayudarme y luego las frecuenté en varias ocasiones. Una isla de inusitado verdor se erigió en el sitio exacto donde se enrollaban unos bejucos que competían por la máxima elasticidad.

Mi ciclo me constreñía a emigrar más allá y a no intentar un itinerario en las vertientes flojas. Incluí en mi visión a los paisajes que se salían de lo ordinario y se ampliaban bajo el argumento de la intuición. Apropiadamente me asenté cerca de una casa de madera que heredaría en el futuro. Mientras pretendía reposar, una energía generosa me cedió su transacción para sobreponerme a la carga. Mi mente viajó a los remotos sitios arbolados y no visitados y de vuelta trajo aromas de frutos y semillas que se partían por la mañana y se recomponían al atardecer.

Wilfredo Carrizales
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